Subo la calle deprisa.Llego tarde, tardísimo. Mochila a la espalda, cámara al hombro, y mucha incertidumbre porque nada sé de la ruta que me toca hoy. Voy a la aventura, así que toca dejarse llevar por el maestro de ceremonias.
Llego a la puerta de la cafetería en la que habíamos marcado el inicio del recorrido y allí está José Ramón Suárez, con los auriculares escuchando música -no descarto que fueran grabaciones de la Semana Santa de este año- y me recibe con una pregunta: “¿Has estado alguna vez en el Patio Calandria?”. Reconozco que alguna foto había visto, hay quien me ilustra con sus redes sociales, pero ir, lo que se dice ir... “no, nunca”. Un poco avergonzada, pero segura de que son más de los que lo reconocen los que no han ido, asumo que hoy me toca una ruta de patios.
Dice Suárez que ha decidido salirse de su ámbito más conocido, es muy de ‘intramuros’, pero me asegura que ese barrio “tiene un encanto especial”. Se retrotrae entonces a “esa Almería de finales del siglo XIX y principios del XX, la del trasiego de las pensiones entre Puerta Purchena y calle Marcos. Esa en la que en el entorno de la Plaza de Toros se mezclaban los sones de las guitarras flamencas y las voces de los cantaores con los sonidos de los oficios del día a día. Esa que hubiera querido conocer”.
José Ramón Suárez es mil cosas en una, pero si por algo es conocido es por su gran pasión, la Semana Santa y su labor como comunicador en el programa de Canal Sur ‘Pasión’ o por su participación en la tertulia ‘Venga de Frente’. Para quien no lo ubique, seguro que lo han visto junto a un paso grabando “momentos irrepetibles” que le hacen contar con toda una memoria sonora de nuestra Semana de Pasión.
Amante del Carnaval y gustoso del flamenco me recomienda para entrar en situación que escuche a Antonio Chacón o Manuel Vallejo porque “así debían sonar esas calles entonces”. Habrá que hacerle caso para entrar en situación.
Ruta
Arrancamos la ruta y apenas unos pasos después llegamos a la calle Cantares. Dicen que debe su nombre a los muchos cantantes que vivían en esta zona. Así lo recoge Bernardo Martín del Rey en un artículo en este periódico allá por el año 1972. Hoy cantantes no sé, pero es una zona cuanto menos curiosa.
Para Suárez ésta es “una de las calles más bonitas por las que pasear” y es cierto que a sus puertas tienen colocadas plantas muy bien cuidadas que te llevan a los tiempos de las puertas abiertas y de la vida en la calle. Pero a nuestros ojos no se le escapan dos viviendas muy diferentes al tradicional estilo de la zona, no por su estructura, sino por su imagen. Y es que encontrarse a Buda en la fachada de una vivienda típica almeriense, resulta curioso.
Pero más aún lo es la segunda que parece salida del videojuego ‘Assassins Creed’ y es que presidida por un gran ‘Non Nobis’ y la vinculación con los templarios es clara.
Me señala en la parte superior de la fachada. “Mira, esa es la imagen de la Virgen de los Dolores de la Hermandad de la Soledad”. Se marcha entonces 20 años atrás cuando iba a esa plaza con “José María e Isaac a ver a una cofradía de niños, de las primeras en salir en vísperas, si no fue la primera. Se ponía esto de bote en bote”.
Hablando sobre lo divino y lo humano de nuestra Semana Santa, seguimos caminando hasta llegar a la primera meta de la ruta, el Patio Calandria. Sus paredes encaladas, su silencio a pesar de que siga estando habitado, su forma estrecha y zigzagueante, te lleva a otra época.
“Aquí vivía Frasquita ‘La Calandria’, una cantaora de principios del XX, que dicen que estuvo liada incluso con el marido de Carmen de Burgos...” me cuenta Suárez haciendo el ‘Sálvame’ de la época. Y es que de Franquista se ha hablado mucho, desde que actuaba siempre acompañada por su madre adoptiva, hasta esos supuestos devaneos amorosos. Lo que no termina de quedar claro es si ella coge el nombre de la calle o la calle de ella, depende de a quien se lea, pero ese debate queda para los historiadores del flamenco.
Toros
De la ‘flamenca’ a los toreros. El siguiente destino es “la única calle redonda que hay en la ciudad”. Paramos frente a una fachada azul, estrecha, con una puerta metálica verde de la que cuelga un cartel de ‘Se Vende’. Estamos ante el Patio Gordito. “Ahí dentro están los restos de la primera plaza de toros que tuvo la ciudad, la Plaza de Belén”, me explica.
Soy bajita y la puerta está cerrada, así que, tiramos de la altura del guía para fotografiar el interior. En la imagen se puede ver una calle estrecha, redondeada siguiendo los parámetros de una plaza de toros. Una pena que, como tantas cosas, no podamos entrar a verla y que además, esté buscando quien lo quiera.
Seguimos la ruta y a partir de ahora toca improvisar. “Me gusta pasear sin saber muy bien lo que voy a encontrarme”, dice. Reconozco que no le creo porque después de disfrutar de algunas casas de arquitectura tradicional rehabilitadas y en uso, llegamos a la calle Vinuesa.
Allí encontramos otra puerta metálica. “Ahí hay otro patio de los antiguos”, afirma. La puerta está cerrada pero se escucha movimiento y, ni corto ni perezoso, decide tocar al portero. “Hola, buenas tardes. Estamos haciendo un reportaje para La Voz y nos gustaría pasar para poder hacer unas fotos del patio”.
Dicen que quien no arriesga no gana, y efectivamente nos abrieron la puerta. Nos recibió uno de los propietarios que estaba patio haciendo labores de mantenimiento. Nos contó que había una media docena de casas en el que, ahora mismo, casi todos eran familia y que no todas estaban habitadas.
El patio mantiene la disposición de antaño, con un pasillo alargado y estrecho que desemboca en otros dos laterales. Eso sí, el espacio está muy cuidado y actualizado.
Tras agradecer a nuestro anfitrión la amabilidad, emprendemos de nuevo la ruta. Zigzagueamos por las calles de este barrio en el que se entremezclan las viviendas tradicionales de la ciudad, muchas de ellas sufriendo los rigores de la edad y el abandono, con los edificios de nueva planta construidos quizá en la época arquitectónica más fea posible.
Escondida
Una abominación nos recibe al entrar en la calle Relámpago. Allí, escondida entre edificios, está la Torre de los Perdigones como vestigio de la fundición que hubo en esta zona de la ciudad. Junto a esta torre, en el número 6, dice la Crónica Meridional que tuvo un taller Antonio de Torres.
Pero lo que más le llama la atención a José Ramón Suárez es la placa de la calle. “Es de mármol blanco, con las letras en plomo fundido. Son de las más antiguas de la ciudad”. Abre entones un debate sobre las placas de las calles de la ciudad porque no entiende “¿por qué hay tanta cantidad de placas diferentes en la ciudad y no se unifican?”. Eso sí, que no se unifiquen con los últimos modelos metálicos y feos. Cree que “habría que decidir un modelo y que todas sean iguales”.
Dice que las que más le gustan son azulejo azul con letras en blanco. Yo reconozco que las veo más en rojo y blanco, será que me ha contagiado almeriensismo Jesús Muñoz.
Vamos ya de vuelta a su barrio y en el camino nos topamos con el edificio de La Oficina. Allí está, vacío, deteriorándose. Dice Suárez que uno de sus sueños, tiene muchos, es “poner allí una librería de esas que huelen a lignina. Por la entrada desde calle Granada estarían las novedades, la parte más comercial. Y en la entrada trasera, lo que realmente me gusta, los libros antiguos. Los buenos”.
Aún pensando en cómo conseguir fondos para financiar esa librería que rescatara del olvido este edificio, nos despedimos con un compromiso, seguir buscando patios.
Perfil
José Ramón Suárez es administrativo en un centro de educación especial, pero más allá de su profesión, este enamorado de las historias de la ciudad dedica mucho más tiempo a su implicación como comunicador.
Amante de la Semana Santa, vive entre podcast y las ondas su personal ‘Pasión’ todos los días del año. Todos menos en tiempo de Carnaval. Ya se sabe desde siempre que don Carnal y doña Cuaresma no pueden vivir el uno sin el
otro.
Dice que le gustan los libros antiguos, la prensa antigua, el flamenco antiguo...será que en el fondo es un nostálgico de una Almería que tenía su propia identidad.
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