Creo que la pregunta se dibuja cada vez más a menudo en el imaginario ético de, cada día, más españoles: si Sánchez, Casado, Rivera e Iglesias no son capaces de llegar a acuerdos que garanticen la gobernanza del país y los españoles tenemos que volver a las urnas en noviembre por su incapacidad, ¿por qué no se van y dejan que sean otros los candidatos de sus partidos para que busquen las soluciones que ellos han sido incapaces de encontrar?
Los españoles ya opinamos con nuestro voto en abril y si esos líderes no son capaces de alcanzar puntos de encuentro, sería deseable que no cayeran en el descaro de pretender que sean otra vez los ciudadanos los que se vean obligados a otorgarles un nuevo voto de confianza cuando ya han demostrado su contrastada incapacidad.
Escribió el, tal vez, más marxista de los Marx, o sea Groucho, que “la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”, complementando así y con tan brillante definición la advertencia que, años antes, había hecho otro marxista, Carlos, cuando aseguró que “la historia ocurre dos veces: la primera vez como tragedia y la segunda como farsa”.
En tiempos de tribulación conviene regresar a los clásicos modernos y harían bien, quienes no son capaces de gobernarnos, en volver al hábito de la lectura. (Si es que alguna vez lo hicieron, claro; que, después de los masters, hay motivos para la duda).
Sánchez, Casado, Rivera e Iglesias (Abascal es un subalterno que a veces irrita, pero al que nadie toma en serio), están demostrando un nivel de incompetencia que se acerca peligrosamente al paroxismo. La capacidad que están demostrando en buscar y encontrar laberintos sin salida, en seguir caminos equivocados y en defender sin sonrojo argumentos en los que ni ellos creen, les está convirtiendo en malos actores de una mala opera bufa. Su comportamiento se acerca tan peligrosamente a la irresponsabilidad que transmiten la sensación de estar jugando con el país como un adolescente juega con la Play.
Pedro Sánchez sigue jugando, como el personaje de “El Cazador”, a la ruleta rusa. Hasta ahora le ha salido bien. Ahí están sus éxitos sobre Susana Díaz, la moción de censura o el resultado del 28 de Abril. Ahora ha vuelto al sentarse y amenaza con repetir las elecciones si antes del 25 de julio no hay investidura. Ha metido la bala de la repetición electoral en el tambor pensando en que será Iglesias el que primero se apunte a la sien. Lo que nadie asegura es que, si la detonación produce la debacle de Iglesias, no acabe salpicándole a él. Madrid es el rompeolas de todas las Españas, pero también un escenario tan cerrado que impide ver lo que hay extramuros de una ciudad tan llena de embustes para halagar y escaleras para medrar. Abril dibujó un territorio sin alternativa a un gobierno de izquierdas, pero noviembre puede acabar diseñando una aritmética en la que los que ahora no suman puedan acabar haciéndolo. El hartazgo es una bala que puede derrotar a Iglesias, pero también a Sánchez; los dos lo saben, pero ninguno quiere abandonar el juego por miedo a perder o a compartir la silla.
Pablo Casado mira la partida desde la comodidad que le provoca la imposibilidad, qué sarcasmo, de llevar al PP más abajo de lo que le situó el resultado de abril. La matemática de las municipales y autonómicas de mayo le salvaron, poniendo a resguardo de sus intereses partidistas, la comunidad y el ayuntamiento de Madrid (en el resto del país el PP rozó el desastre) y sabe que su misión no es otra que esperar. Como los políticos no tienen memoria su apelación de 2016 a no entorpecer la gobernabilidad facilitando, mediante la abstención entonces del PSOE, la permanencia en Moncloa de Rajoy es ya un argumento olvidado. Volviendo al marxismo cínico de Groucho, ´tengo estos principios, pero si no le gustan, tengo otros´.
Casado, como Sánchez, son tipos con criterio intercambiable; todo depende del lugar que se ocupe en el escenario político. Si el ahora líder del PP demuestra su cinismo incumpliendo lo que antes demandaba (la abstención del PSOE), el ahora presidente demanda al PP lo que antes no estaba dispuesto a conceder. Lo escrito: dos tipos con convicciones profundas.
Rivera lleva meses cumpliendo la premonición de “llegar llegaremos; lo que no sabemos es dónde”. Desde que la bala de Sánchez con la moción de censura hizo saltar por los aires los pronósticos demoscópicos que le situaban en las puertas de Moncloa, emprendió una carrera que ni él mismo sabe ya donde acabará llevándole. El marketinismo como táctica y la acumulación de marketinismos como estrategia se ha convertido en una hoja de ruta cercana, en ocasiones, al desvarío. Obsesionado por alcanzar el liderazgo de la derecha, sus decisiones, tan apresuradas, tan radicales, le han convertido en el mejor aliado para que Casado se consolide como jefe de la oposición. Apoyar, sin tasa y sin mesura, con quien compites tiene un coste altísimo que Ciudadanos ya está empezando a pagar. Un precio que irá subiendo en el Ibex de la credibilidad a medida que cada vez sea más insostenible su quimera de negar sus acuerdos con Vox.
En cuanto a Iglesias, su estrategia es tan evidente que podría reducirse al título modificado de la película “buscando un cargo desesperadamente”. O el consejo de ministros o nada. Su decadencia es tan imparable que sabe, bien que sabe, que solo puede frenarla un ministerio, al menos un ministerio. La fe anguitista de “programa, programa, programa” ha pasado a ser, como el político cordobés, una reliquia; ahora lo importante es ministerio, ministerio y ministerio. No para alguien de Podemos, sino para él. En contra de esa aspiración personal tiene la convicción de Sánchez de que, desde el amanecer siguiente a su toma de posesión como presidente, cada mañana se levantaría con la inquietud de la deslealtad, cuando no de la traición. El reformismo socialdemócrata y el comunismo populista tienen mal acomodo en la mesa del consejo de ministros. Sánchez o Iglesias tendrán que ceder. Si no lo hacen el percutor puede acabar disparando la bala que acabe con los dos. Es el riesgo, ya saben, de quienes juegan a la ruleta rusa.
Así las cosas y ante el nivel de inconsistencia política y de inconsciencia adolescente que demuestran y con el que se comportan unos y otros (Abascal no cuenta, es un costalero del PP que amaga pero nunca dará, ya lo verán en Madrid y Murcia), la apelación a que, si no llegan a un acuerdo y hay que convocar nuevas elecciones, abandonen la primera línea y dejen paso a otros que puedan ser capaces de hacer lo que ellos ni saben, ni quieran hacer, quizá no parezca tan descabellada sabiendo que, ninguno de los cuatro, es capaz de anteponer el interés de los españoles al suyo personal. Nunca un país tan viejo estuvo gobernado por unos políticos tan adolescentes.
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