Fue el último 18 de Julio con Franco, el día más señalado en el calendario político y el más festivo en ese otro almanaque, el sentimental, por el que se regía la vida de la gente. Era el día más grande porque venía con el premio de la paga de regalo, era un día de éxodo masivo en el que antes de que amaneciera las carreteras y los caminos que iban a las playas parecían la estampa de una de aquellas películas de ciencia ficción en las que los habitantes de una ciudad huían de forma masiva antes de un cataclismo.
Aquel 18 de Julio de 1975 conservaba, como restos de un naufragio lejano, algunos detalles de los días azules de la posguerra, cuando en aquella fecha sonaban los himnos de Falange por las calles y los niños desfilaban como si fueran soldados.
Todavía se mantenía la costumbre de que los periódicos abrieran su portada con una foto mayúscula del Caudillo y que el Gobernador Civil se diera una vuelta por la provincia inaugurando obras y repartiendo buenas noticias como si fuera un enviado de los Reyes Magos de Oriente. El 18 de Julio, la máxima autoridad de la provincia se fue a Zurgena a inaugurar el nuevo cuartel de la Guardia Civil y estuvo en Huércal Overa bendiciendo la nueva Plaza del Caudillo. Mientras el Gobernador hacía su trabajo, la ciudad se quedaba vacía con todos sus comercios cerrados. La noche anterior, muchas familias habían plantado su sombrilla en la arena de la playa, como el conquistador que llega a una tierra lejana y clava su bandera para hacerla suya.
Era viernes, había tres días de fiesta por delante y la alegría de la paga de regalo que entonces era una bendición en las familias de clase media que empezaban a ser mayoría. No había un día tan intenso como el 18 de Julio ni un día tan largo. En mi casa, la fiesta empezaba la tarde anterior, cuando en la tienda se formaban colas para llenar las cestas y las neveras. El hombre de la cerveza ‘El Águila’ dejaba género para un mes, que al final se agotaba en unas pocas horas. La vitrina de ‘La Casera’ había que rellenarla cada treinta minutos y los embutidos que nos traía Antonio ‘el Castreño’ de Benahadux no llegaban a la noche.
Aquel 18 de Julio de 1975 se escuchaban a todas horas ‘el Bimbo’ de Georgie Dann y las coplas de Manolo Escobar que eran la banda sonora de los albañiles. La noche del 17 de julio, el gran cantante almeriense estuvo en la Plaza de Toros con su espectáculo ‘Te lo diré cantando’, en el que actuaba como invitada especial ‘la Polaca’. Aprovechando el tirón, el empresario del Teatro Cervantes trajo al cine, con honores de estreno, la reposición de la película ‘Un beso en el puerto’, donde aparecía aquella canción del mismo nombre que no paraba de sonar en las tardes de radio. “Por un beso que le dí en el puerto a una dama que no conocía...”, decía el estribillo. Por esta hazaña besucona que pregonaba Manolo Escobar hoy hubiera ido al calabozo de cabeza.
Era fiesta nacional para todos porque no se trabajaba y por la paga extra. Cerraban las tiendas y los kioscos abrían un rato por la mañana, hasta que vendían todos los periódicos del día y las revistas de moda, que entonces eran las del corazón. El 18 de Julio se agotaba la prensa, que aquel día de 1975 alababa en sus páginas principales los logros del régimen franquista a lo largo de casi cuatro décadas, y a la vez se mostraba crítica con algunos aspectos de la política local. “Qué espectáculo más deprimente el que ofrece la parte del Mercado Central que da a la calle de Reyes Católicos, impropio de una ciudad con tanto eslogan de mantenga limpia”, decía un artículo que aparecía en La Voz de Almería.
La ciudad estaba sucia porque los trabajadores de la limpieza estaban mal pagados, tanto que en aquellos días se unieron para elaborar un informe dirigido al Príncipe de España en el que daban a conocer sus sueldos míseros.
Fue el último 18 de Julio con Franco vivo, cuando ya se empezaban a respirar los primeros vientos del cambio, cuando la dictadura comenzaba a quedar muy lejos para las nuevas generaciones que aquel día llenaron las playas de fiesta, de neveras y sombrillas, de radio casetes y de bañadores Meyba. Hasta las familias de la vega, que no solían tener días de descanso, se fueron a la playa con todos sus avíos.
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Eduardo de Vicente