Hay lugares que pasan desapercibidos por encontrarse cerca de plazas o avenidas importantes que acaban eclipsándolos. Hay rincones que sobreviven en el anonimato de los segundos planos, sin llegar a tener nunca una identidad propia.
Uno de esos lugares es la Plaza de Pablo Cazard, ese anchurón que hasta hace poco fue un híbrido entre plaza y calle, en el último tramo de la calle del Conde Ofalia y a espaldas del Teatro Cervantes. Desde que este trecho se hizo peatonal, hace unos años, recobró el aspecto de plaza que quiso tener desde que en febrero del año 1932 el Ayuntamiento aprobó un ambicioso proyecto de reforma. La intervención planeada en los años de la República quería cambiar la fisonomía de ese rincón tan céntrico de Almería que presentaba un aspecto descuidado, con una tapia antiestética que frenaba el progreso y con un viejo transformador de energía eléctrica que se asemejaba a un urinario.
Las autoridades municipales llevaron a cabo importantes gestiones con el director de la empresa Fuerzas Motrices del Valle de Lecrín, responsable del transformador, para que asumiera una parte del gasto de las obras de remodelación de la calle para convertirla en plaza. De las cerca de siete mil pesetas que costaba el proyecto, la empresa eléctrica se comprometió a pagar cinco mil. A su vez, el Ayuntamiento tuvo que adquirir una parte los terrenos que eran propiedad de la empresa del Teatro Cervantes para destinarlos a vía pública.
La aspiración del municipio era tener una plaza digna en un espacio tan importante, que esa explanada medio abandonada a su suerte adquiriera el carácter de plaza a la altura de las más relevantes de la ciudad. El proyecto de reforma contemplaba la construcción de un jardín y varios bancos de azulejos al estilo sevillano como los que ya existían en el Parque de Nicolás Salmerón. La nueva plaza contaría además con dos faroles y una nueva caseta para el transformador, diseñada de forma artística para dar realce al entorno.
En aquel mes de febrero de 1932, cuando el Ayuntamiento dio el visto bueno a los trabajos, la explanada detrás del Teatro Cervantes que daba al último tramo de la calle Conde Ofalia ya había sido dedicada a Pablo Cazard, cónsul de Francia en Almería. La decisión la habían tomado los concejales en el mes de julio de 1930, en señal de agradecimiento por la implicación constante que el señor Cazard había mantenido con la capital y con la provincia desde que en marzo de 1906 vino destinado al consulado francés.
Cuando Pablo Cazard recibió la noticia de la plaza que iba a llevar su nombre, se encontraba pasando una temporada en Aurillac (Francia), y desde allí mandó un telegrama a las autoridades agradeciéndoles el detalle: “Gracias mil al Ayuntamiento, cuya decisión me honra y sella mi entusiasmo y cariño por Almería”, decía el mensaje.
Pablo Cazard era por entonces un almeriense más. Un almeriense con acento francés que desde su llegada al cargo había entendido que Almería era en su vida mucho más que un destino profesional. En Almería encontró la gente, el clima y la forma de entender la vida que más le llenaban. Su implicación fue absoluta y se convirtió en uno de los mejores embajadores de esta tierra cuando estaba lejos. Fue un enamorado de la riqueza uvera, a la que dedicó en 1909 una monografía titulada ‘Cultivo y comercio de la uva en Almería’, publicada en París y traducida a varios idiomas.
A lo largo de su extensa trayectoria como cónsul de Francia en Almería tuvo varias oportunidades para marcharse. Cada vez que se le proponía para un ascenso o para un traslado viajaba a París para gestionar que le permitiesen continuar. Sacrificó su carrera diplomática por su amor a Almería.
Cuando por fin se puso en marcha el proyecto de la plaza con su nombre, Pablo Cazard quiso poner su grano de arena en las obras de ornato.
Pensó en plantar un parrar en el centro de la plaza para que los extranjeros se dieran cuenta de la bondad de este cultivo, pero como no fue posible pensó después en instalar unos azulejos donde se representarán tres cuadros alegóricos a esta tierra. Se fue a Francia y le encargó al pintor Auguste Harzic, tres composiciones donde se pudiera ver una soberbia parra como cultivo representativo de la provincia, una vista del conjunto de la Alcazaba, como monumento principal, y una copia del escudo de Almería. La obra artística fue costeada por el señor Cazard y durante años se quedó expuesta en el salón de su propia casa, a la espera de que el Círculo Mercantil llevara a cabo los trabajos para plasmarla sobre azulejos en la fachada trasera del Teatro Cervantes.
Después de la guerra, cuando el consulado se transformó en agencia consular, Pablo Cazard tuvo que irse de Almería, dejando aquí media vida, su alma y una plaza con su nombre.
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