Se llamaba Ángel Muro Villaplana, un comerciante de relumbrón en la Almería de entre siglos, y pretendió hacer de la ciudad una nueva Niza, una nueva San Remo, en esa playa vigilada en lontananza por el faro de San Telmo; pretendió hacer, este burguesito almeriense, nada más y nada menos, que los mejores baños del sureste español, a la usanza de los malagueños de El Carmen que ya gozaban de cierta prosopopeya internacional.
El ‘Proyecto para el establecimiento de baños de mar templados y naturales Neptuno’, conservado en el archivo de la Junta de Obras del Puerto, iba a ser un coloso en la orilla de la bahía, entre donde están hoy el Cable Inglés y el Francés. Era el año de 1907 cuando el Puerto autorizó esta potente estación turística avanzada a su tiempo, cuando los antiguos baños de Carlos Jover de El Recreo habían sido desmantelados de la zona del Muelle, aún no había brotado el Balneario Diana y mucho menos el de San Miguel, de Naveros, que fue levantado en los años 20 y más hacia Levante.
Era el momento de Ángel Muro, un soñador, un urdidor de ideas, viajado y leído, aficionado al velocípedo y a la alta cocina; era el momento de este pionero del turismo almeriense, de este antecesor del austriaco Rodolfo Lussningg. Y quiso aprovecharlo: Almería lo tenía todo para convertirse en una estación de baños de relumbrón en verano y en invierno –temperaturas salutíferas, anchas playas y perpetua luz solar- y encargó el diseño del establecimiento consagrado al Dios griego al sólido arquitecto Enrique López Rull, con un presupuesto de 95.605 pesetas, un dineral para entonces.
El plan era construirlo en primera zona litoral donde otro arquitecto, Trinidad Cuartara, había puesto el límite del trazado reticular costero al otro lado de la Rambla, próximo a los terrenos del viejo Zapillo, sobre lo que entonces era el Ensanche de la ciudad hacía Levante.
El proyecto albergaba el horizonte de abrir una carretera principal paralela a la playa para servicio de carruajes, lo que es hoy la Avenida de Cabo de Gata, como prolongación de la calle de Pescadores, e incluía también la instalación del trazado de un tranvía. La ambiciosa instalación tendría casi 500 metros de frontal frente a la playa e iba a duplicar la superficie de la que había gozado El Recreo en el Puerto, en lo que hoy es el edificio de la terminal de viajeros, frente a La Hormiguita y la Fuente de los Peces de Perceval.
López Rull diseño el proyecto del Neptuno a conciencia, con mampostería hidráulica y pilares de sillería. Entre sus servicios figuraban los de restaurante, sala de máquinas y calderería para templar el agua para los baños terapéuticos, cabinas con bañeras, secciones de señoras y caballeros, 80 casetas para baños naturales alineadas sobre el rompeolas, separadas por un gran salón de baile y orquesta con salida al mar y amplias terrazas con casino.
Lo cierto es que eran una instalaciones, sobre el papel, inusuales para la Almería de la época, incluso de la España de la época, del jaez de las que habían germinado en el Cantábrico, en las playas reales del Sardinero y San Sebastián.
Entre los hándicaps para que no prosperara estaba el estrechamiento y la suciedad perenne de la calle Jaúl por la actividad minera, la ausencia de un puente de paso para llegar hasta ese futuro balneario y su colisión con la actividad pesquera de las jábegas y de las casas de pescadores.
El ingeniero jefe del Puerto, el controvertido Francisco Javier Cervantes, que había hostigado a los Jover de El Recreo para que abandonaran la zona portuaria para ampliar la dársena, hizo, en esta ocasión, una alegato en su informe de Almería como ciudad de veraneo, como población estival que diese facilidades a los forasteros y concluyó que el lugar elegido para el proyecto de Muro Villaplana era adecuado, “una vez se retiraran hierros y carbones”. En esa zona prestaba actividad en esa época la fábrica de La Maquinista, del alemán Carlos Bahlsen y allí se hacía todo el acopio metalúrgico de la Compañía de Minas.
Para hacerlo viable y corregir trabas impuestas por la Administración, López Rull, estableció una variante de replanteo del proyecto del Neptuno: el plano del edificio de fábrica lo hizo retroceder trece metros de la línea del mar abandonando la idea de hacer suspender la galería cubierta sobre el mar. Este modificado tampoco hizo posible que el Neptuno viera la luz.
Angel Muro fue envejeciendo, como fue amarilleando ese lujoso proyecto de balneario almeriense que había brotado en su cabeza en sus años de juventud, tras contraer matrimonio con Rosa Fernández Idáñez, cuando su actividad mercantil iba viento en popa con la agencia de transportes marítimos ‘Muro y Díaz’, en comandita con su cuñado Juan Díaz, cuando constituyó el primer Club Velocípedo Almeriense en 1896 junto al banquero Antonio González Egea.
Era también, este inquieto quijote almeriense de causas perdidas, un aseado escritor culinario –una especie de antepasado de Antonio Zapata- con una obra titulada ‘Lo que comen los ministros’ y recopilador de recetas versallescas que plasmó a diario durante un tiempo en la prensa almeriense de la época.
Uno intuye, sin embargo, que esos platos como las codornices a la jardinera o el lenguado a la normanda, que él salpimentaba desde las páginas de los paródicos, se quedaban en esos tiempos de carestía en eso: en los periódicos; o a lo sumo en la pomposa cocina de alguno de los boyantes socios del Casino o del Círculo Mercantil.
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