Comienza a caer ya el sol cuando llego a Puerta de Purchena, algo que se agradece en este caluroso verano. Allí, junto al Quiosco Amalia, me esperan Juan Francisco Escámez y Lola Haro. Me proponen empezar con un ‘americano’ de verano, y yo acostumbrada a los cuaresmales de la madrugada del viernes, acepto. Habrá que probarlo. Por qué será que si se juntan tres cofrades acaban en el Amalia...
Nos levantamos y me comprometo a no preguntar por la ruta, a dejarme llevar por su barrio, por los denominados como Distrito 5 y Distrito 6, en realidad, la zona del entorno de las Huertas. Juanfra Escámez y Lola Haro lo viven, lo sienten, lo recorren y estudian, con lo que, a disfrutar.
Hacemos la primera parada donde “ El Zagal se bajó del caballo y entregó las llaves a Fernando ‘El Católico’. Dicen las crónicas que fue en las huertas que llamaban del rey y que el propio Fernando le dijo a El Zagal que no se bajara porque también tenía el título de rey. Se dieron entonces las llaves y se saludaron justo aquí o cerca” en la Plaza de San Sebastián. Para Escámez ese momento “es el acto institucional más importante” del momento y quizá “falta una recreación histórica” para que la gente lo conozca. Quizá la celebración del ‘Día del Pendón’ se entendería mejor con ella.
Cerramos el debate y entramos en el templo porque el primer alto en el camino es dentro de la iglesia de San Sebastián, esa en la que ha desarrollado su trayectoria cristiana Juanfra Escámez.
A refugio
Nada más cruzar el umbral de la puerta, apenas a la altura de la Borriquita, paramos. “¿Ves esa alfombrilla en el suelo?”, dice Lola Haro. “Pues justo ahí estaba la puerta principal de un refugio de la Guerra Civil”.
Está en un lado de la nave central de la iglesia, casi a la altura de la puerta de entrada “para que los que entren puedan bajar directos, sin rodeos”, explica Juanfra Escámez que llega acompañado del que nos descubrirá los principales secretos del subsuelo del templo, José Pulido.
“Esa era la entrada principal que estaba rellena de arena cuando se ‘descubrió’ el refugio”. Y es que, a pesar de que no hace tanto de la guerra, al igual que pasó con la mayoría de los refugios antiaéreos, se dejó en el olvido, tanto, que casi hubo que redescubrirlos años después. La forma fue, cuanto menos, curiosa. Cuenta Pulido que “cuando pasaban con el trasportín de los féretros para los funerales el ruido hacía parecer que el suelo estuviera hueco, algo que no pasaba en las naves laterales”. Puedo atestiguar, aunque el trasportín iba vacío, que eso es así. Ante esta situación y tras varias catas en el suelo, se sacaron a la luz los 35 metros de largo y cuatro de ancho que tienen los refugios que recorren todo el subsuelo de la nave central.
Recorremos el pasillo central hasta llegar a la nueva entrada que cruza la que otrora fuera la casa del sacerdote. Llegamos a unos salones parroquiales. Allí, entre paredes que mezclan piedras con recubrimiento de yeso, están recuperados al uso los refugios.
“Cuando quitaron toda la arena de la entrada el espacio estaba limpio, blanqueado y con una gran cantidad de vapor de agua acumulado. Apenas tenían dos metros de altura y cuando se hizo la obra se tuvo que rebajar el suelo para darle más altura”. Para su realización se aprovecharon los grandes cimientos con piedra de cantería de la iglesia y al realizarse excavando lo que tuvo que construirse es el techo. Para ello “se utilizaron antiguos raíles del tren como vigas permitiendo hacer un techo que tiene 80 centímetros de espesor dejando una losa de cristal en el suelo para que se pudiera ver si alguien se había dejado la luz encendida”.
Al final encontramos una zona remodelada con una escalera que lleva al coro. Explica Pulido que, tal y como recuerda Escámez de los tiempos en los que recibía allí catequesis, “había una habitación con una escalera que se comunicaba con la Plaza de San Sebastián y el resto de la galería”, posiblemente hasta llegar al trazado del Paseo de Almería. Una conexión hoy día cerrada con escombros y en la que, al abrirse durante la obra de rehabilitación, “los albañiles encontraron dos botellas de champán o de sidra”. Nada sabemos de lo que celebraron. Curioso cuanto menos.
Conexiones
Antes de subir nos enseña un respiradero situado en la escalera de subida al altar mayor frente a la capilla de la Virgen del Carmen, Reina de las Huertas. Pasa desapercibido hasta para los habituales al templo. Tras agradecer a nuestro guía por el interior y la historia de San Sebastián su ayuda, nos marchamos aún sorprendidos por el sonido del trasportín y el uso de vías del ferrocarril para el nuevo suelo de la nave central. “Va a ser difícil superar esto”, dice Escámez. Asiento.
Cambiamos el tercio y vamos a calle Regocijos, en la que vemos algunas de esas viviendas tradicionales que tanto se reivindicar y que tan poco se cuidan. Busquen las celosías que se pueden ver de una de las casi ruinosas casas que dan a Dos Soles por la que conectamos con Gran Capitán.
Allí, casi al final, vacío pero lleno de historia e historias pero desprovisto de uso, nos recibe el espectacular edificio de las Adoratrices que se supone que desde 2013 es municipal (al menos se aprobó un convenio en el pleno del 28 de mayo).
“Es un edificio magnífico en superficie, construcción, historia, lo que pudo y podría albergar... tenía hasta su capilla”, explica Lola Haro que ha crecido junto a este colegio cerrado a cal y canto desde que tiene recuerdos. Las monjas “continúan en el edificio trasero, pero toda esta parte está cerrado”. La duda nos asalta y queda en el aire ¿habrá planes para darle uso?
Seguimos la ruta y nos topamos con otro edificio enorme, abandonado, con ventanas tapiadas en la esquina de Regocijos con Don Juan de Austria. “Aquí estuvo la primera fábrica de la luz eléctrica en la última década del siglo XIX. En las fotos de la gran inundación de la ciudad en las que se ven unas casas que han perdido la fachada, en uno de los ángulos que tiran se ve la chimenea de la fábrica. La maquinaria se vio afectada y todo”, explica Lola Haro. Después ese espacio “se fue reconvirtiendo por Endesa hasta que se abandonó y aquí está olvidado”.
Continuamos el paseo hasta llegar a la calle Juan del Olmo. Explica Juanfra Escámez que esta es “la zona de la huerta de los Cámara, la huerta de Jaruga y por aquí vendría la Rambla Alfareros. Éste es el espacio de crecimiento de la ciudad del siglo XIX. Siempre cuento que ésta es la pequeña Barcelona por sus calles ortogonales, tenemos una calle diagonal que cruza todo el barrio, una plaza principal a la que llegan todas las calles. Pero descubrí que este edificio azul no existiría y que habría otra calle diagonal, simétrica que terminaría en la calle Duendecillo que no se hizo porque al final chocaría con las Adoratrices por lo que no tendría salida ni continuidad”.
Planificación
Todo estaría “planificado” y así “calles urbanizadas con 75 años de diferencia mantienen el proyecto original de vivienda unifamiliar, calles estrechas y casas bajas para darles luz. Algo que se mantendría hasta el desarrollismo de los 80”, explica.
En esta calle llama la atención una vivienda con detalles familiares en su fachada. Señala lo más llamativo de su decoración Escámez en la parte alta en el centro: “ Esa es la marca personal de Langle. Cada vez que hace un edificio la pone de alguna manera. Aquí es tan grande porque es la casa de su delineante”.
La marca la reencontramos en la fachada trasera, que antes fue la principal de San Agustín, y nos reencontramos con ella en el cierre de nuestra ruta, en Puerta de Purchena. El edificio sobre la Farmacia Durban y Pronovias “eran un proyecto de Enrique López Rull para dos propietarios (derecha e izquierda). Se hace solo uno de los proyectos y el otro se deja sin construir que en 1925 recae sobre Langle. No toca su concepción inicial: los volúmenes el número de ventanas... pero le da su estilo. De esos arcos en herradura cambia a arcos de medio punto y de ahí hacia arriba ya son totalmente diferentes”. Y allí, donde despedimos e iniciamos la ruta, también está el sello de Langle. ¿Alguno quiere buscarlo?
Perfil
Juanfra Escámez es arquitecto técnico y profesor de secundaria, entre muchas cosas, y Lola Haro es licenciada en ADE y Márketing, y profesora de la UAL. Más allá del perfil profesional ambos son amantes de la historia de su ciudad, investigadores de sus raíces, y defensores del patrimonio no solo con palabras.
Además de su amor por lo añejo, comparten su defensa por las tradiciones almerienses, se les puede ver con su traje de refajona y zaragüel en la Feria, así como por la Semana Santa de la capital de la que hablan, viven y sienten como cofrades que son.
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