Una vez que han pasado unas semanas desde la muerte de nuestro padre y, aprovechando que nuestra maravillosa Feria, de la que tuvo el honor en su día de ser su pregonero, ya ha terminado, con algo más de calma, no podíamos ni queríamos dejar de dar las gracias públicamente.
GRACIAS, en mayúsculas, y de corazón, por todas las muchísimas muestras de cariño, afecto, cercanía, y el apoyo que hemos recibido, tanto en estos días, como también antes, durante estos meses pasados. Nuestro padre seguro que está encantado y agradecido, desde arriba, de haber visto correspondido de este modo (y ya desde noviembre, con la concesión de la Medalla de Oro de la provincia) el amor tan grande que tenía por Almería, su gente, su familia y sus amigos.
Muchas gracias a Pedro Manuel y a La Voz de Almería por el cariño y cercanía siempre, y el trato tan increíble y emotivo de estas pasadas semanas, que nos ha hecho ser realmente conscientes a los dos de su dimensión en Almería. Muchas gracias a las autoridades, locales y provinciales, con un guiño especial por su cariño y afecto, a nuestro querido Javier Aureliano, Presidente de la Diputación, y por el precioso detalle que tuvo en el velatorio ofreciéndonos la bandera de Almería, y a Gabriel Amat y resto de diputados provinciales que le dieron la inmensa alegría y le brindaron el enorme honor de concederle la Medalla de Oro de la provincia el pasado mes de noviembre.
Esto fue para nuestro padre una de las alegrías más grandes de su vida y un motivo de orgullo por muchas razones, entre ellas, por ser poco habitual un reconocimiento así en vida, de su tierra y en su tierra, en un momento tan difícil. Muchísimas gracias también a las distintas organizaciones provinciales y locales de todo tipo, medios de comunicación, Hermandades Provinciales, representantes políticos y de la sociedad civil, Universidad, a don Jesús Peregrín, a quien tanto admiraba y respetaba por su labor y su forma de ser, a muchas personas que nosotros no conocíamos y nos han enviado mensajes emocionantes y preciosos (nos acordamos especialmente con mucha emoción de José Miguel), a toda la familia, amigos de nuestro padre y amigos nuestros (todos ellos saben quienes son, GRACIAS), que han estado siempre a nuestro lado desde que él, en uno de sus habituales ejercicios de impudicia que tanto nos enfrentaban cariñosamente, publicó que estaba enfermo.
No podemos dejar de agradecer mucho y con muchísimo cariño todo el trato, atención, cariño, humanidad y amabilidad del personal de la consulta de Oncología, del hospital de día, y de las enfermeras, enfermeros y auxiliares -entregados y cariñosísimos todos ellos, con varios de los cuales seguimos en contacto y quedará una relación de amistad- de la segunda planta de Oncología, del Hospital Universitario Quiron, de Pozuelo, con otro guiño y recuerdo muy especial, sentido y cariñoso para las dos ángeles de la guarda que nuestro padre ha tenido allí en estos largos meses, la doctora Belén Rubio y la doctora Eva Aguilar, dos seres humanos maravillosos, médicas y profesionales increíbles, de una calidad humana y profesional excepcional, y eminencias en sus respectivos campos, que han luchado codo con codo con él durante estos meses, animándole, cuidándole y alentándonos a todos.
Ellas dos saben que tienen en nosotros a dos devotos incondicionales, además de a dos amigos de por vida para lo que necesiten. Todavía tenemos muy frescas las imágenes de las dos, emocionadas, lamentando que si las dos infecciones tan importantes, canallas y seguidas que tuvo nuestro padre no se hubiesen producido o hubieran dado algo de tregua, ellas habrían conseguido -controlando el cáncer, como así fue- darle a una temporada grande de calidad de vida. Pero cuando no está de Dios....Muchas gracias también a la doctora Elena Almagro y al doctor Gabriel Sotres por su cariño y cercanía, y a Diego Baz, fisioterapeuta, “confesor”, amigo, “empujador”, animador y profesional increíble, entregado, cercano, y cómplice hasta el final, otra maravilla de persona que este largo proceso ha puesto ya para siempre en nuestro camino.
Nuestro padre se ha salido con la suya en cuanto a que la vida debe ser cuestión de intensidad más que de extensidad. Seguramente, tuviera razón. Para nosotros se ha ido muy pronto, muy joven, con mucho que darnos aún, tanto a nosotros dos, como a sus nietos, tanto a los de hoy, como al que está por venir si Dios quiere, y a los que pudieran llegar más adelante. Pero como él repetía siempre, le importaba e interesaba más vivir intensamente que extensamente, y así ha sido, por mucho dolor y vacío que nos deje, que intentaremos llenar poco a poco con su recuerdo, memoria y ejemplo. Como escribía Pedro Manuel, nuestro padre ha luchado como buen Miura, como un jabato, nunca ha desfallecido, nunca se ha quejado, y ello en contra de su deseo inicial. Sabemos que lo ha hecho por nosotros dos y por sus nietos, a los que quería más que a nada en el mundo, y se lo agradecemos en el alma aunque la historia al final no haya acabado como todos habríamos querido. Tenemos un profundo sentimiento de agradecimiento, orgullo y admiración por él y hacia él.
En estos meses, desde que le diagnosticaron la enfermedad, hemos sido una piña. Hemos procurado darle mucho cariño, estar todos unidos y sumar fuerzas, en un proceso muy duro y difícil. Nos hemos hecho admiradores de los enfermos de cáncer y sus familias que les apoyan y acompañan en un trance tan complicado. Nosotros y nuestra familia hemos arropado a nuestro padre, le hemos acompañado e incluso mimado con los caprichos que más le podían gustar (ajo colorao preparado y llevado desde Almería expresamente por nuestro tío para su disfrute). Y aunque en la familia y a la familia no hace falta dar las gracias, al menos, así lo pensamos en la nuestra, nosotros dos sí necesitamos hacer público un agradecimiento muy especial.
Como principales vividores de este proceso y lucha del día a día junto a nuestro padre, queremos volver a darle las gracias infinitas a nuestra madre, Anna María, ex-mujer de nuestro padre , “mi santa”, como la llamaba él siempre, mujer excepcional, amiga, confesora y confidente suya en las largas noches de desvelo, que lo ha acogido en su casa en los periodos extrahospitalarios con infinito cariño y cuidado, que ha estado a su lado y nuestro lado día y noche, incondicionalmente, siendo madre antes que hija en tiempos muy difíciles para ella por la enfermedad al mismo tiempo de su madre en Napolés. Es la mejor madre (y abuela) del mundo y sin ella nosotros dos no habríamos podido soportar estos meses tan difíciles como lo hemos hecho. Gracias, Mamá.
Hemos leído con mucha emoción todo lo que se ha escrito y publicado tan cariñoso sobre nuestro padre en prensa y redes sociales, y estamos muy agradecidos, mucho, de corazón. Por nuestra parte, sí querríamos recordar brevemente tres facetas de su vida, que son las que más vamos a tener presentes nosotros en nuestro día a día, y de las que algo menos se ha hablado, por razones lógicas.
La primera, y lo hacemos con una sonrisa, la de abuelo. Ha sido un personajazo total como abuelo, un “influencer”, de verdad, pero en el buenísimo sentido de la palabra (y no en el horroroso de ahora), de influir positivamente, en Fausto, su nieto mayor, a quien cuando miramos en casa le vemos con orgullo muchas cosas de su abuelo. Le ha influido en casi todo y siempre para bien. Le han faltado unos años como abuelo, para disfrutar más y mejor de Alejandro -aunque estos dos años, antes de saber que estaba enfermo y durante la enfermedad, han dado mucho juego y nos dejan recuerdos y anécdotas maravillosas, entre ellas las visitas del enano al hospital, que eran para ser grabadas para risas y alegría de todo el personal del hospital y de mi padre-. También para influir más en Fausto en años importantes de su crecimiento y desarrollo, y para hacerles trastadas a los nietos por venir. Nuestros hijos no habrían podido tener un abuelo mejor, más cariñoso, “consentidor” y que ejerciera más de abuelo.
La segunda, como padre y como educador. Ha sido un padre extraordinario, en el sentido literal de la palabra. Nos quería muchísimo, como nosotros a él. Era muy liberal y permisivo, pero a la vez exigente, intenso, presente, cercano y cariñoso, muy generoso y estricto con todo lo relativo a la educación, principios y valores, que siempre nos inculcaba y de cuya importancia no dejaba nunca de hablar. Y si a veces nos rebelábamos o nos costaba más, invocaba la figura de nuestro abuelo Fausto, y eso eran palabras mayores. A estas alturas de su vida y de la nuestra, era ya también un amigo. El amigo con el que siempre podíamos contar para consultarle cuestiones profesionales y personales, con el que discutíamos y muchas veces no estábamos de acuerdo (¡cuantas veces hemos discutido por sus artículos! Impúdico él, todo lo contrario nosotros), pero que siempre nos apoyaba, y a quien siempre apoyábamos.
La tercera como abogado. Se lo leímos a José Arturo Pérez el otro día en La Voz, a nuestro y su “Joseico” del alma: nuestro padre era un grandísimo abogado, dicho con toda la inmodestia del mundo. Era brillante, rápido, sagaz, sabía muchísimo Derecho, formado y formador, estudioso, inquieto, curioso, luchador y defensor de causas y pleitos perdidos, honrado, trabajador sin desmayo, incansable, obsesionado por aprender y por enseñar, riguroso y tenaz. ¡Cuanto disfrutamos y aprendimos el tiempo que trabajamos, cada uno en su momento, con él! Ha sido nuestro Maestro.
Nuestro padre se ha ido con los deberes hechos en la vida y con la vida, y con nosotros. Nosotros dos nos hemos quedado sin referente profesional y personal, pero en estos meses hemos podido hablar mucho, incluso disfrutar los tres, a veces juntos, a veces mano a mano él con cada uno de nosotros a solas. A su manera (nunca mejor dicho) y a la nuestra nos hemos podido despedir, con tristeza, pero con serenidad, ternura y dulzura y también algunas bromas y sonrisas (las últimas sobre su “niet”, como el mismo bautizó al tercer nieto que, si Dios quiere, está por venir, del que no sabemos aún si será niña o niño, y cuya noticia tantísima alegría le dio en los últimos días). Pero a nosotros sí nos quedan deberes y compromisos por cumplir asumidos con él que, por supuesto, honraremos como Dios manda y él merecía. Además, junto con buenos amigos suyos, intentaremos poner en marcha algunas iniciativas para que su recuerdo siga vivo en Almería, a la que tanto quería.
Sí hay una cosa, que sin poder ser ya con él, claro, sin él tendrá que esperar todavía un poco más, a que se calme el dolor y se asienten los recuerdos, pero estamos seguros de que los Pacos e Isa lo entienden: tomarnos unos salmonetes fritos, unos calamares fritos, unas buenas patatas a lo pobre y gallopedro frito, y unos gambones rojos a la plancha en el Chiringuito de El Alquian, que era lo que hacíamos a menudo, y siempre que nos recogía, recién aterrizados de Madrid, o justo antes de llevarnos al aeropuerto para coger el vuelo de vuelta.
Por último, también y, sobre todo, GRACIAS a ti por TODO, Papá. Seguirás siempre con y en nosotros y tus nietos.
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