Los héroes de la gran inundación

Un ‘no almeriense’ fue el prócer que más socorrió en la monstruosa riada de 1891

Personas  que se volcaron en el socorro a las víctimas de la gran inundación de 1891. Publicación Almería-Consuegra.
Personas que se volcaron en el socorro a las víctimas de la gran inundación de 1891. Publicación Almería-Consuegra.
Manuel León
07:00 • 15 sept. 2019

Ni el obispo Zarate ni toda la Diócesis entera, ni  los señores de la uva ni de la minería, ni todo los próceres del Circulo y del Casino juntos, hicieron más que él en esos aciagos días. Se cumplen ahora, esta semana, 128 años de los primeros socorros que se prestaron a las víctimas de la mayor inundación que en esta tierra ha sido -la del 11 de septiembre de 1891, donde perecieron casi una veintena de adultos y niños- y ha quedado casi en el olvido el arrojo hercúleo que demostró un ‘no almeriense’, un lorquino, que hizo casi más que todos los almerienses juntos por redimir a los necesitados. 



Se llamaba Rafael Fernández Rodríguez de Soria y socorrió con más de 5.000 pesetas (en tiempos de reales y perras chicas) a las víctimas de aquella  monstruosa tragedia.



 Desde el primer momento acudió con su carruaje a la ciudad de la Alcazaba a rescatar a hombres y mujeres de la ciénaga, junto a su mujer Filomena Pérez Pastor Ladrón de Guevara y su hija Filomena Fernández y convenció a otros industriales murcianos para que colaboraran con aportes a la suscripción abierta para auxiliar a los más necesitados.



Este héroe de la caridad creó también de inmediato una tienda asilo en el Paseo del Príncipe con un comedor que daba pan y leche cada día a cientos de menesterosos que se habían quedado sin campos que labrar.



Por todo ello,  y por mucho más en otras provincias, fue condecorado este filántropo único con la Cruz de primera clase de la Beneficencia. Pero fueron muchos otros los almerienses que se convirtieron en pequeños héroes cotidianos en esos días aciagos en los que el agua y el fango había arrasado barrios enteros de la ciudad, la calle Gran Capitán, la de Regocijos, los tejares de la Rambla de Belén, o la Compañía de María. 



Ramblas como la de Alfareros, la de Belén o la del Obispo  habían empezado a cargarse de agua turbia cuando la mañana rompía despeñándose por los cauces, destruyendo maizales, arrollando árboles, tronchando alamedas y arrancando cortijos enclavados en las riberas de aquella Almería decimonónica.Allí estuvo el alcalde Francisco Jover y Tovar, quien calle por calle fue tratando de rescatar malheridos. Jover, casado con la Condesa de Duffroy, albergó en su casa de calle Infantas a varios huérfanos que se habían quedado sin padres y sin hogar. El Gobierno de la Nación le concedió la Gran Cruz de Isabel La Católica; allí estuvo también el diputado a Cortes Emilio Pérez, que da nombre a la Plaza Circular, y el gobernador Francisco Maldonado. Y también nobles empleados públicos como el sargento Juan López Porcel que encaramado a un árbol pudo salvar a unos niños del Barrio Alto, al igual que José Ciuró, cabo de municipales que no durmió durante 48 horas según reza en su hoja de servicio. Hubo también muchachas como Rosa López o Luisa López que fueron reuniendo retales y mantas para dar cobijos improvisados en el Asilo a cientos de ancianos que se habían quedado sin hogar.



Todo eso pasó hace ahora 125 años, en una de las peores tragedias que ha vivido esta ciudad de vegueros y tarantos y en la que se desataron impulsos de solidaridad como nunca antes se habían podido presenciar entre la gente pobre y la gente rica. Casi toda Almería, aparte de otros municipios como Albox y la Vega del Río Adra, quedó anegada por las aguas turbulentas que descargaron del cielo esa mañana septembrina: una aparatosa tormenta que durante tres horas escupió 158 litros por metro cuadrado.  



Hubo 19 víctimas mortales que perecieron en la tragedia, un centenar de heridos y decenas de desaparecidos. El desastre conmovió a la opinión pública española, con imágenes en La Ilustración Española y Americana en  la que se veían a familias embarradas, la fábrica del gas y de albayalde anegadas, las casas destruidas, la calle Real parecía el Tajo, la del Teatro, el Ebro. A consecuencia de ello, el Gobierno ordenó el desvío de las ramblas que cruzaban la ciudad -Obispo Orberá y Alfareros- y su encauzamiento hacia la rambla de Belén. 


Si mal lo pasó Almería, peor le fue a Consuegra, un pueblo de la provincia de Toledo, hermano de Almería en esa remota tragedia. Allí fueron 359 los arrastrados por la fuerza de las aguas y miles de caballerías y reses, con escenas de pillería en la que se llegaban a mutilar cadáveres para quitarles alhajas y pendientes de las orejas.


España entera se conmovió con la tragedia y en una suscripción nacional encabezada por Alfonso XIII y su madre, la regente María Cristina, se recaudaron 4,2 millones de pesetas para socorros de las dos poblaciones. 


La Asociación de la Prensa de Madrid se volcó también con Almería y a sus expensas se construyó el Barrio de la Caridad, compuesto de casitas baratas, bajo la dirección de Enrique López Rull y Trinidad Cuartara.


Los periodistas locales también editaron una publicación especial ‘Almería-Consuegra’ con cuya recaudación contribuyeron a paliar algunas necesidades. Lo más importante es que años después se consiguió presupuesto para el encauzamiento y desvió de las Ramblas del Obispo yAlfareros hacia la de Belén y evitar que se repitiera esa gran tragedia.


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