“Me crié viendo a mi hermano pegar palizas a mi madre y a mí”

Aumenta el número de mujeres que ingresan en el Centro Municipal de Acogida de la provincia

Sara, una de las usuarias del Centro Municipal de Acogida
Sara, una de las usuarias del Centro Municipal de Acogida Dama Maqu
Dámaris Maquieira
06:00 • 23 sept. 2019

Sara es una de las mil mujeres almerienses que, en un momento de su vida, se quedó sin nada. Sin hogar, sin trabajo y sin el apoyo de su familia y amigos.



La historia de esta mujer con 46 años naufragó por aguas estancadas durante mucho tiempo.  A los 15 se recuerda como una muchacha ”muy sociable”, pero que con el paso de los años, y tras los palos de la vida, se volvió más “desconfiada”.



Fue a esa edad, en los años 80 y 90, cuando Sara decidió acceder a la tentación de las drogas impulsada por “los típicos amigos” que le ofrecían. Pero nada es casualidad.  España por aquel entonces se convirtió en el país consumidor de heroína. Sin embargo, no fue lo único a lo que Sara se agarró para evadirse del entorno de la familia que la rodeaba. 



La prostitución fue su segunda salida. “Mis padres se separaron. Mi madre lo pasó muy mal, estaba muy enamorada de él. Entonces mi hermano se hizo como “cargo” de nosotras. Yo veía como mi hermano pegaba a mi madre, que había enfermado de artrosis y la insultaba: “puta” y después a mí. Tomaba cocaína, heroína LSD, Valium... así empezó mi mala vida. y mi madre me echó de casa.  Me juntaba con gente mayor, te empiezas a meter en un sitio luego en otro y acabas así. Empecé a buscarme la vida, así que decidí irme a El Ejido y prostituirme. Vi tantas cosas, tantos abusos en El Ejido, que me dejó marcada.  Yo tenía 16 años cuando comencé por ese mundo. Tal vez, en esa edad, piensas que te vas a comer el mundo, como yo lo soñaba, pero no. Me veía y no me reconocía. Quería irme de allí. Hasta que lo pierdes todo y te ves tan hundida que fue cuando me di cuenta que necesitaba salir de aquella situación”, relata la almeriense. Más tarde conoció al que sería el padre de su hijo. Su madre había fallecido y no quiso retomar el contacto con su hermano. 






Cambio de vida



El marido también estaba inmerso en el mundo de la cocaína y no tuvieron más remedio que quedarse en la calle. Por los barrios de Almería deambularon durante mucho tiempo sin apenas comida hasta que aproximadamente por el año 90, Sara decidió dar el paso e ir al Centro Municipal de Acogida de la provincia. Entre idas y venidas en el centro, en una se encontró con un hombre mayor y decidió irse a vivir con él a Tabernas.



De nuevo recayó en la heroína, “él tenia SIDA y consumía. Cuando de nuevo vi que necesitaba una estabilidad sí o sí, me puse en plan radical, me peleé con el hombre y me fui de nuevo. No quería esa vida, no quería drogas, me quería a mí”. Gracias al Centro Municipal de Acogida, Sara puede decir que lleva 10 años sin drogas, sin malas compañías, compartiendo su vida junto a su hijo. “Las diferencias entre ellos y nosotros solo son circunstanciales. Ellos tienen los mismos sentimientos, emociones y miedos que cualquier persona. Tienen las mismas necesidades de cariño, aceptación, que todos tenemos", explica Dori Linares, trabajadora social del Centro.


Cuando las personas por problemas de adicción y sin hogar ingresan y salen, la dificultad a la hora de sociabilizar se les hace cuesta arriba y por ello “ les gusta seguir vinculados  al Centro Municipal de Acogida”.  “Es como si tuvieran un miedo a salir a fuera.  Fuera de aquí se sienten juzgados, el centro para ellos es como su zona de confort”, asegura también Paula otra de las trabajadoras sociales que trabaja con este colectivo.


Vulnerabilidad 

Desde el año 2017 el aumento del colectivo femenino en centros ha ido en aumento. El fenómeno ‘Feminización del Sinhogarismo’ se hace cada vez más patente en el Centro Municipal de Acogida de Almería. Según un estudio realizado por la trabajadora social Dori, a través del acceso a las fichas sociales y expedientes personales de cada uno, se  ha incrementado 9 puntos porcentuales la franja de mujeres que entraban con problemas de adicción y sin hogar en el centro. 


Más testimonios

Rocío de 43 años, de San Sebastían, lleva 4 años viviendo en Almería y dos meses  albergue. Su historia gira en torno a un amor turbio. Conoció a un almeriense por Internet y se vino a vivir aquí con él. Durante un tiempo sufrió maltrato psicológico, "te voy a meter el teléfono por la boca", relata Rocío las palabras que recuerda de su ex pareja. Trabajó de camarera, cuidando personas mayores, 4 años lleva viviendo aquí. Tras tener una operación de cadera y quedarse sin hogar y sin trabajo decidió venirse al Centro.


Paco 'el torero', almeriense, tiene 58 años. Actualmente no está ya en el Centro, pero ante la crisis y no encontrar trabajo asiste a menudo a echar una mano en trabajos de carpintería.  "Cuando no tienes nada te ves obligado, vivir en la calle es muy duro. De no tener nada a que te ayuden aquí y que me arreglan los papeles, estoy muy agradecido por ello, porque si no tienes ayuda no es fácil. La vida sin trabajo no es fácil". 



Asimismo, los hombres siguen siendo el perfil que más demanda la entrada al centro pero Dori señala que “es necesario establecer estrategias que aborden la perspectiva de género” ya que también  subraya que “los hombres tienen un promedio de estancia más largo que las mujeres, por tanto, hay que apuntar a la existencia de una red de apoyo más a las mujeres que a los hombres”.  Si bien, el perfil de las mujeres que entran son de 46 años que no pueden acceder al mercado laboral y mujeres que han tenido problemas en la infancia, maltrato físico y psicológico por parte de sus parejas y una ruptura total con el vínculo familiar.






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