Los que calentaban a la afición

Antoñico el de la perrera salía con los jugadores y animaba las gradas con su trompeta

Antoñico el de la perrera saltando al estadio de la Falange junto a los jugadores en el partido de ascenso con el Córdoba, en junio de 1974.
Antoñico el de la perrera saltando al estadio de la Falange junto a los jugadores en el partido de ascenso con el Córdoba, en junio de 1974.
Eduardo de Vicente
07:00 • 21 oct. 2019

Era un fútbol primitivo de campo de tierra, de líneas de cal que se pintaban con un humilde carrillo, de vestuarios vetustos llenos de humedad que olían a linimento barato, de gradas de cemento con almohadillas de la Cruz Roja, de vendedores de pipas que cazaban las monedas al vuelo, de policías vestidos de gris que rodeaban el terreno de juego sentados en sillas de madera. 



Era un fútbol prehistórico donde el árbitro y los jueces de línea siempre eran sospechosos. Era un fútbol sencillo con hombre del marcador, torretas de la luz que apenas alumbraban y vigilantes armados con palos que velaban en las tapias para que nadie se colara sin pagar. Era el fútbol del estadio de la Falange de aquellos primeros años setenta cuando la A.D. Almería salió a escena para ilusionar de nuevo a los aficionados. Fueron tiempos agitados, de ascensos casi continuos y de grandes llenos que obligaron a la junta directiva a tener que colocar gradas supletorias detrás de las porterías. 



En aquellos días de ilusiones compartidas se hicieron muy populares dos personajes que formaron parte de la historia del fútbol como animadores: Antonio Ruiz Hita, también conocido como ‘Antoñico el de la perrera’, y Rafael Martínez Andújar, el querido ‘Rafaelico’. Uno iba con su trompeta y su bandera recorriendo las gradas y levantando de los asientos a los aficionados, y el otro se colocaba detrás de la portería visitante para intentar confundir al guardameta enemigo. Uno animaba a su equipo y el otro desmoralizaba al rival. 






Antoñico era todo un personaje, un cohete callejero, siempre de aquí para allá, sin detenerse un solo instante, como si un reguero de pólvora le recorriera el cuerpo.  Nunca tuvo un trabajo exclusivo, porque él era el hombre de los mil oficios, un batallador de la vida que se ganaba las habichuelas colaborando en todo lo que le salía. 



De niño iba por al centro a buscar turistas para pasearlos por los monumentos y ganarse una peseta. Hizo además de oficial de albañil y colaboraba en mil chapuzas en los servicios municipales, donde se convirtió en un comodín imprescindible, en el hombre para todo. Que había que salir a la calle a repartir programas de Feria, allí estaba Antoñico para cumplir la orden. Que hacía falta pasarse por la nave de la Térmica Vieja a preparar el ring para la velada de boxeo, allí iba Antoñico sin rechistar. Cuando llegaba el día de los difuntos y había que adecentar el cementerio, allí lo mandaban a él para reforzar la brigada de barrenderos. Antonio Ruiz Hita fue albañil, repartidor, barrendero, colocador de carteles y además formó parte del equipo de funcionarios que se ocupaba del local de la perrera. Y por si no tenía bastantes oficios, los domingos se ganaba una prima animando al Almería.



Allí compartía el escenario con ‘el Rafaelico’, el desanimador de contrarios, la sombra de los porteros. “Esta va dentro”, decía, antes de que la pelota llegara al área, o “te va las a tragar”, aseguraba ante el asombro del desprotegido guardameta. A veces, llaman la atención del árbitro, que a su vez solicitaba a la policía armada que alejara de allí a aquel personaje empeñado en marcar goles psicológicos. 



‘Los grises’, que ya lo conocían, le pedían que se alejara, pero no servía de nada. Cinco minutos después,ya estaba situado de nuevo cerca del poste, presagiando los peores augurios para la integridad del portero. 



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