Han tenido que pasar seis días, seis largos días, para que una representante del mundo de la política mostrara su asombro – “me asusta” es su expresión literal- por la mínima, casi inapreciable presencia de Almería en la cumbre sobre el Corredor Mediterráneo celebrada el 28 de noviembre en Elche. Lo hizo Esperanza Pérez, alcaldesa de Níjar y, veinticuatro horas antes, ya lo habían hecho Alfonso Rubí y Jesús Martínez, dos de los cuatro almerienses que asistieron a esa cumbre, en un artículo de opinión publicado en 'Ideal'.
A Esperanza Pérez le asusta esa prueba incontestable de desidia. Lo que asusta es que esa acusación no haya sido contestada por quienes, ante la convocatoria de murcianos, valencianos y catalanes, respondieron con la indiferencia de su ausencia.
No me atrevería yo a escribir que tenemos lo que nos merecemos, pero sí que merecemos tener que soportar la crítica de quienes comprueban cómo los almerienses no somos capaces ni de acudir a citas en las que se deciden retos vitales para su futuro. Que solo cuatro almerienses asistieran a un encuentro de más de mil quinientas personas para reivindicar la urgencia del Corredor es, no solo una irresponsabilidad de quienes son responsables de que esa infraestructura llegue a nuestra provincia, sino un insulto a la inteligencia democrática de quienes continúan eligiéndoles como sus representantes en las instituciones políticas, en todas, o en las organizaciones empresariales o sindicales, en todas también.
Los motivos por los que ni un diputado, ni un senador, ni un alcalde, ni un concejal, ni un representante social asistieron a la cumbre de Elche permanecen en el espacio de lo desconocido, pero lo que no puede desconocerse, por imposible, es que todos estuvieran afectados por un compromiso justificado que les impidiera la asistencia.
La agenda de ausencias en Elche lo que demuestra es la incapacidad de los almerienses para conjugar los verbos reivindicar y movilizarse. Siempre ha ocurrido igual.
Durante siglos lo único que ha congregado a los almerienses ha sido el manto de una virgen o el correr de un balón. Mas allá del santoral y los goles solo existe la nada; o, en todo caso, el gesto individualista de algunos francotiradores a los que el resto de ciudadanos acabarán calificándolos, en la mayoría de los casos y siendo benevolentes, de extravagantes.
Los almerienses, como colectivo, salen poco a las calles. Da igual el motivo que les convoque. ¡Que salgan otros! pensarán desde la comodidad de su ausencia solo cinco minutos antes de apostarse en la barra de un bar y acusar a todos los demás de las carencias o el desdén que sufre la provincia. La culpa siempre y por definición es imputable a los demás. Da igual quien esté en el gobierno: los responsables de las irresponsabilidades cometidas contra Almería siempre serán imputadas a los de fuera. Y es verdad en la mayoría de los casos que es a quienes toman las decisiones a quienes hay que imputar la larga agenda de carencias que hemos padecido y continuamos padeciendo.
Pero siendo verdad esa permanente acumulación de olvidos ajenos, no es menos cierto que ha sido y es el pecado original de la indiferencia propia un terreno propicio para que aquellos hayan crecido y crezcan sin mesura y sin temor.
La cumbre olvidada de Elche es una prueba incontestable de que los almerienses no nos hemos sacudido todavía el vicio corrosivo de la pasividad. Partidos, instituciones, patronal y sindicatos dieron la espalda a la convocatoria. ¡Que reivindiquen ellos!, pensarían. Y lo hicieron. Tanto que pusieron en evidencia que el tramo con más retrasos de todo el Corredor es el que va diseñado entre Murcia y Almería. Así de contundente fue la denuncia de murcianos, valencianos y catalanes.
Y mientras en Elche nuestros vecinos defendían Almería, aquí, los políticos y los agentes sociales, seguían tocando la lira. Que mal suena esa música.
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