El vendedor del Círculo de Lectores

Todos teníamos uno, como la mujer de Avon, el cobrador de ‘los muertos’ o el testigo de Jehová

Rafael Alberti en la Librería Cajal, en 1978, donde estuvo la delegación de Círculo. Manuel Rodríguez, delegado en Almería.
Rafael Alberti en la Librería Cajal, en 1978, donde estuvo la delegación de Círculo. Manuel Rodríguez, delegado en Almería.
Manuel León
07:00 • 22 dic. 2019

Llegaba a los pueblos cada tres meses como buhonero de la palabra impresa, aquel vendedor del Círculo, con el catalogo bajo el brazo y una sonrisa en los labios, como uno más de la familia; llegaba, aquel misionero de la literatura, a traernos, en aquella revista de papel satinado, todas las novedades de los escritores del momento y de los clásicos, la prosa de Dickens, los versos de Neruda, el boom de los latinoamericanos como García Márquez o Cortázar. El único compromiso con aquel hombre bienhumorado, con traje, corbata y maletín, era un pedido mínimo de dos libros. Y uno, entonces, al salir del Instituto, empezaba a subrayar con rotulador los títulos y autores que más curiosidad le despertaban, teniendo que ir descartando hasta cerrar la lista de los elegidos. 



Después llegaba el ritual de abrir el paquete contrarembolso y que te inundara ese olor a pegamento de libro nuevo, con las páginas vírgenes como una doncella, con esas encuadernaciones de belleza austera que hacía la editorial alemana Bertelsmann. Y el mueble de formica se iba llenando entonces de esos volúmenes que iban apelotonándose con los sucesivos pedidos, lomo con lomo con los de Selecciones del Reader’s Digest, en los salones de la emergente clase media almeriense. 



Ahora, los libros son más accesibles, pero hasta los años 70 en que empezó Círculo de Lectores a extender su red capilar –como los vendedores de Avon o de taperware o como aquellos legendarios cobradores de ‘los muertos’ o como los testigos de Jehová- no había librerías en los pueblos pequeños ni tan siquiera bibliotecas, y esos comerciales, como los más antiguos y venerables vendedores de enciclopedias Durbán o Larousse -antes de que wikipedia acabara con ellas- fueron esenciales para poner la literatura al alcance de las familias, para que las amas de casa pudieran leer libros de Marsé o de Susana Tamaro en la silla de la cocina mientras hervían las patatas, cuando no existían pantallas digitales que interrumpieran el ejercicio de la lectura doméstica. Gracias, entre otras cosas, a Círculo de Lectores, Almería y España se puso a leer y no existía casa en la que no hubiera penetrado alguno de aquellos best seller de la época como Sinuhé el Egipcio, Las Sandalias del Pescador o Papillón.



Círculo de Lectores fue el club de lectura creado en España en 1962, con sede en Barcelona, por la editorial Bertelsmann. A principios de los 70 abrió delegación en Almería, a través de José María Artero –quién si no- y su Librería Cajal. Allí se celebró en 1978 un acto del poeta Rafael Alberti, en el que colaboró Círculo, donde firmó libros, con su melena nívea, con su porte majestuoso, al igual que lo hizo en la Librería Picasso y en el Teatro Cervantes, donde el autor de La Arboleda Perdida ofreció también un recital poético en esos tiempos de  inaugurada democracia. 



Eran años en los que Círculo no paraba de crecer, insertando anuncios en prensa en los que ofrecía para su delegación de Almería entre 10.000 y 15.000 pesetas mensuales para “jóvenes con el servicio militar cumplido, cultura a nivel bachiller, don de gentes y ganas de labrarse un porvenir”. Un tal señor Piriz, en el Hotel Costasol, era el encargado de hacer las entrevistas y reclutar a ese arsenal de vendedores puerta a puerta, la carne de cañón que permitía ir aumentando la nómina de socios.



Quién más contribuyó entonces a la consolidación de Círculo en Almería fue un torbellino granadino llamado Manuel Rodríguez Esteban, el delegado de zona, que hizo que el Club llegara a sumar 14.000 socios en Almería. Manuel fue el artífice de una red capilar de Círculo, que llegó a contar con 60 agentes distribuidos por áreas urbanas -como alcaldes de barrio- cada uno con una cartera de 300 socios, llevándose una comisión del 10% de las ventas. Solían ser maestros jubilados y también policías y guardias civiles con tardes libres, que se encargaban de llevar el catálogo de libros casa por casa, recibir el pedido y después distribuirlo con un carrito. Algunos duraron más que Mariano Medina presentando el tiempo en el Telediario. Después Círculo fue incluyendo también discos en su revista y acabó vampirizando a sus rivales Discoplay y Discolibro. 



Manuel viajaba cada semana hasta Almería para coordinar todo ese entresijo de pedidos y entregas, ese recorrido logístico en el que no podía fallar ninguna pieza del engranaje y que comenzaba en el almacén central de Barcelona, de donde salían los furgones hacia toda España. A Almería llegaba, a través de Andalutrans, al Polígono de San Rafael, donde se amontonaban cientos de libros y discos, esperados ávidamente por los suscriptores. Manuel se hospedaba entonces en el Hotel Embajador de Francisco Orduño, en Calzada de Castro, donde disponían de un exótico servicio de funda –hoy extinto- para que los coches de los clientes no durmieran desnudos a la intemperie.



Manuel fue abriendo nuevas delegaciones de Círculo en  la provincia: en El Ejido cuando aún era Dalías, en Berja, en Adra, en Huércal-Overa. Se decía entonces que el mayor valor de Círculo era su cartera de clientes. La luna de miel empezó a agriarse cuando empezó la competencia digital, cuando ya los clubes de lectura empezaron a caer en desuso, cuando los catálogos empezaron a vaciarse de libros y a llenarse de batamantas. La Editorial Planeta se hizo con Círculo de Lectores, con una deuda de cinco millones de euros, soñando con reflotar el negocio. Pero el modelo ya no daba más de sí y hace poco más de un mes, la editorial anunciaba que echaba la persiana de un club que hizo feliz con la lectura a miles y miles de almerienses durante más de medio siglo.



Temas relacionados

para ti

en destaque