Aquellas noches de los Premios Bayyana

Ramón Gómez acababa de comprar ese paso de contrabandistas que había sido la Venta Ramírez

José Miguel Naveros, Ramón Gómez Vivancos, Jesús de Perceval y Miguel Garrido.
José Miguel Naveros, Ramón Gómez Vivancos, Jesús de Perceval y Miguel Garrido.
Manuel León
07:00 • 08 mar. 2020

Un hombre que acababa de comprar aquella guarida de contrabandistas tan antigua que era la Venta Ramírez, se le ocurrió hacer algo moderno. Lo primero fue transformar ese viejo barranco arcilloso de San Telmo en un restaurante de postín con una centelleante gasolinera tan distinta a los surtidores antediluvianos del Paseo. 



Después brotó en él –en Ramón Gómez Vivancos- la idea de darle lustre a ese nuevo espacio, al que ungió con el vetusto nombre de Bayyana, con un acto social de relumbrón que obligara al ‘todo Almería’ del tardofranquismo traspasar los límites geográficos de los bailes almibarados del Casino o de las cenas  con chantilly del Club de Mar. 



Agarró, entonces, el teléfono negro de baquelita de su despacho frente al Puerto y empezó a marcar números girando el disco con él índice. Así, con la pericia de un orfebre, consiguió emplazar al artista Perceval, al arquitecto Jaramillo, al abogado Juan José Pérez, al sacerdote Bartolomé Marín, al médico Francisco Pérez Company, al escritor Manolo del Águila y al también escritor Luis Navarro, a una cita a ciegas –como los protagonistas de Diez Negritos- para nombrarles jurados electos de un proyecto, de su proyecto. 



Así nacieron, del talante abrumador de Gómez Vivancos por hacer cosas distintas en aquella Almería aún chata, los Premios Bayyana, para distinguir a almerienses meritorios que hubieran ‘hecho sonar’ a la provincia en alguna disciplina. Durante 16 años –desde 1973 a 1989- se estuvieron entregando esos galardones, que primero fueron una trompetilla enroscada como la de Jericó y luego unas uvas, a 57 ilustres personajes.



Fueron los primeros premios privados, no alentados por ningún organismo, que se otorgaban en Almería, después de tantos años de condecoraciones del Frente de Juventudes y de Educación y Descanso, y tuvieron, quizá, el mayor mérito por parte de su creador en conseguir domar ese conciliábulo de egos revueltos que era el jurado y en recortar el colmillo afiliado del gobernador de turno, Joaquín Gías Jové, para que no metiera la cuchara en la elección de los homenajeados como Almerienses del Año.





Nacieron los Bayyana, por tanto, como unos óscar a la almeriense, en la terraza de ese restaurante frente al faro de San Telmo, en donde se servían año tras años cenas de gala por camareros de almidonadas pajaritas que traían y llevaban platos de faisanes y langostas entre las mesas mientras retumbaba la elocuencia del leguleyo Juan José Pérez, leyendo el acta del jurado, mientras brillaba el alzacuellos armiño de Bartolomé Marín compartiendo mesa con un Perceval con gafas ahumadas. Allí estaba también, en esas noches de blanco satén, el micrófono de María Rosa Granados de Radio Juventud, o Mullor, cámara en ristre, congelando instantes de vino y rosas o el propio Gómez Vivancos, al lado del alcalde Gómez Angulo o Monterreal después, más contento que un sanluis, de cuyo bolsillo salía todo ese suflé de apostura que intentaba hacer de caja de resonancia de la Almería más distinguida. 



Los homenajeados de la primera edición fueron el médico Miguel Garrido, el productor cinematográfico Dino de Laurentis y el escritor José Miguel Naveros. Laurentis, uno de los culpables más desconocidos de que Almería haya acuñado el sambenito de Tierra de Cine, casado con la diosa Silvana Mangano de Arroz Amargo, no pudo llegar a tiempo a recoger la estatuilla, y delegó en Perceval.  Premios Bayyana fueron gente como Miguel Vizcaíno, natural de Ohanes; Manolo Escobar, en pleno apogeo de su fama; el Nuncio Justo Mullor; el letrado del Consejo de estado José María Cordero; o el hombre con más piedras en el bolsillo, el Padre Tapia.


El jurado se reunía en vísperas de Nochebuena en algún restaurante de la ciudad  y batallaba a brazo partido por colar a su nominado: había que dejar en tres o cuatro, una lista de veinte propuestas de candidato a premios Bayyana. Era cuando Perceval, al oír un postulante defendido por Pérez Company, arqueaba una ceja como Dalí, mientras el padre Marín tosía para romper el silencio; era cuando a los postres, Manolo del Águila con voz fatigosa intentaba resumir el espíritu de todos, cuando el letrado Pérez volvía a retomar la defensa de su protegido de turno; era cuando Gómez Vivancos, el creador, ponía orden y decía aquello de cada hombre un voto.


Así fueron celebrándose esas galas almerienses a la que llegaban a asistir casi 200 comensales, en las que se mezclaba lo divino con lo humano, los números con las letras, la ciencia con el deporte, el visón de los abrigos con la seda de las corbatas. Así se mezclaban las palabras agradecidas de Antonio Prieto, el primer y único almeriense Premio Planeta, con la cabeza plateada del gran José Marín Rosa que sumaba entonces una plantilla de más de 150 empleados; así se mezclaba la sencillez del Maestro Barco dando las gracias con la elocuencia del catedrático Eugenio de Bustos o el humorismo del alpujarreño Martín Morales. 


Gracias a los Bayyana, Goytisolo recibió las uvas de Antonio Maresca, y José María Artero recibió uno de los primeros reconocimientos como editor; gracias a los Bayyana se pudo ver al internacional Antonio Biosca o a una juvenil Carmen Pinteño  o al escritor maldito Gómez Arcos, recién llegado de París. En esas noches, que terminaron celebrándose más austeras  en el salón de plenos de la Diputación ya sin los festines de los inicios, fueron homenajeados también Tico Medina o la Agrupación Deportiva Almería por su ascenso a primera o la Michelín que acababa de desembarcar en Almería.


El retrato de Franco había sido sustituido ya por el de Juan Carlos – aún no había sido salpicado por elefantes ni corinas- cuando subieron al estrado a recoger galardón gente como Richoly con su guitarra, el director general de tráfico Antonio Bernabéu, con sus gafas ahumadas o el periodista Paco Giménez Alemán o la locutora Encarna Sánchez con su aspecto de vendedora de un puesto del Mercado Central. 


No hubo ningún celebrado almeriense de la época que se quedara sin un Bayyana: el ministro Barrionuevo, el diplomático Emilio Cassinello, el catedrático Gustavo Villapalos o la abogada de la Comunidad Europea Angeles Benítez, hija del ‘Niño de Oro’. 


Uno de esos años, en 1980, se dieron también los antipremios, que fueron a parar a Iberia y a Renfe por su deficientes servicios con Almería –no hay nada nuevo bajo el sol- y a Televisión Española, por los retrasos del UHF (la segunda cadena) en la provincia.


Los premios Bayyana murieron de éxito, porque cada vez había más gente dispuesta a meterles mano imponiendo al alcalde y al presidente de la Diputación en el Jurado, porque ya no estaba Perceval para levantar la ceja, cuando oía alguna ocurrencia del gran Manolo del Aguila.



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