Hay algo claro: Jackson no se hubiera muerto de Covid-19. Fue un visionario: guantes, mascarilla, encerrado en casa, sin contacto humano. No se hubiera infectado de este virus letal, eso seguro. Como tampoco Enmanuel Kant, de quien escriben sus biógrafos que se lavaba las manos y las uñas en una palangana cada 40 minutos, mientras trabajaba en la Crítica de la Razón Pura.
Segundo día de miedo en Almería, en esta ciudad, en esta provincia, tan habanera. tan caribeña, tan poco acostumbrada a que la estresen con pronósticos inciertos. Muy de mañana, Juan Luis, el jefe de conserjes de la Diputación ya empezaba a poner límites a la entrada al Palacio que fue casa de Juan Lirola y a partir del mediodía todo un batiburrillo de cierres, cancelaciones, suspensiones y aplazamientos en la provincia, mientras en la Picasso de Manolo Peral la gente hacía acopio de libros como en el Mercadona lo hacían de yogures. Me cuenta una amiga cajera que lo que está triunfando no son ya los paquetes de kleenex ni el papel higiénico, sino la gula de Aguinamar. “Se la llevan por docenas”.
Escenas curiosas de esta Almería nuestra que no sale del asombro por lo que está pasando: en la puerta del Carrefour está, como cada día, pidiendo Superman, un señor con barba, educado, que cuando le arrojan unas monedas levanta los brazos como el superhéroe. Va una señora y le dice: “Es peligroso que esté usted en la calle, váyase a su casa”. Y le contesta el barbas: “A cuál de ellas”. Y en un bar junto a la Plaza Vieja, se sienta una pareja llegado el mediodía y va el camarero y los abronca; “Lo que tienen que hacer ustedes es quedarse en casa y dejarse de tapeos, hombre ya”.
Abajo, el Puga y el Quincho aparecen desiertos, a una hora en la que suele haber triple fila frente a la barra de mármol. Más abajo aún, Catalina Landín no ha abierto su bar. Prefiere no hacerlo. Son malos tiempos para los barcos de nombre extranjero.
Lo que tiene esta plaga es que, en teoría, todos estamos bajo sospecha, como uno de aquellos crímenes que resolvía Poirot: el taxista que te roza la mano dándote el cambio, el charcutero del Mercado que te corta el fiambre, el kiosquero que te vende el periódico, el vecino de rellano que respira a tu lado en el ascensor al que miras con recelo pensando que has tocado con el índice el mismo número de planta que él quizá haya tocado un rato antes.
Por la ley de la probabilidad, la semana que viene se podría doblar el número de infectados en Almería. Mal momento para morirse, nadie iría a tu funeral, como nadie va a las bodas ni a los cumpleaños. Carlitos, un niño de Almería, suspendió ayer el suyo en el Dóminos de Carretera de Ronda, con lágrimas en los ojos. Lo llevaba un mes preparando. Son los efectos colaterales del virus de Wuhan, que no computan en las estadísticas oficiales. Las cifras sí, pero el sufrimiento no computa.
El Ibex sí computa y se despeña como nunca,mientras el tomate almeriense sube como nunca: ayer cotizaba el rama y el pera a casi un euro en algunas corridas, el doble de lo habitual, porque ha aumentado la demanda.
La noche llega, para algunos, con parchís, la oca, las películas de la Trece o la música de Spotify, como en una madrugada de tormenta, con un cuenco de palomitas a mano, aunque ya sin frío suficiente para justificar la manta, mientras se oía decir a Pepa Bueno en la SER hasta 109 veces -las conté- que “lo mejor que podíamos hacer era quedarnos en casa”.
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