Un almeriense atrapado en Filipinas: “Me miran como mirábamos a los chinos”

Eduardo García es un enfermero almeriense que no puede volver a casa por el ‘cierre’ de Manila

Eduardo García, durante su viaje a Filipinas.
Eduardo García, durante su viaje a Filipinas.
Álvaro Hernández
14:01 • 17 mar. 2020

Eduardo García es uno de esos muchos enfermeros españoles que, en tiempos de crisis, tuvieron que salir del país en busca de un futuro mejor. Berlín fue su destino hace ya ocho años y en este 2020 Filipinas era el lugar elegido para disfrutar de unas vacaciones. Y, de pronto, el coronavirus hizo que todo saltara por los aires.



"Salimos desde allí el 6 de marzo. Ya había empezado el coronavirus, pero aún no se consideraba un problema", cuenta desde Filipinas a LA VOZ Eduardo García. De hecho, este enfermero almeriense reconoce que, por temor, preguntó a las autoridades si era conveniente viajar. Y tuvo luz verde gubernamental: "Yo llamé a la embajada y me dijeron que podía viajar sin ningún problema".



De Berlín a Bangkok y de ahí a Manila, capital filipina. Un par de horas más tarde, un nuevo vuelo con el destino final: la isla de Palawan. "Aquí la gente ni sabía qué era el coronavirus y todo estaba perfecto", recuerda García, que cuenta, eso sí, que en cada aeropuerto le tomaban la temperatura a modo de control.



Sin embargo, aquella idílica estampa con playas paradisíacas y ausencia de ruido mediático ha cambiado radicalmente y, a día de hoy, tanto Eduardo García como sus dos acompañantes están atrapados en Filipinas, con medio mundo en alerta y ante una situación de lo más surrealista.



Todo empezó a complicarse cuando el gobierno filipino decidió blindar el país. ¿Cómo? Cerrando la capital. Con Manila en cuarentena, se hacía imposible llegar hasta el aeropuerto internacional. Además, el comienzo de esta odisea por la que está pasando el enfermero almeriense está lleno de desinformación: "Hay mucha incertidumbre, y donde estamos no hay televisión y apenas internet", cuenta García.



En ese maremoto de bulos y falta de información fiable, hasta los oídos de este almeriense y su expedición llegó una buena nueva que duró poco: los turistas sí podían acudir hasta el aeropuerto internacional para regresas a sus países de origen. Sin embargo, había dos obstáculos que salvar. Por una parte, "había gente comprando billetes por 3.450 euros y nosotros no podíamos pagar eso". Por otro lado, muchos de esos vuelos con precios desorbitados estaban siendo, finalmente, cancelados.



No obstante, el enfermero almeriense insiste en que todo va bien allí: gozan de buena salud y tienen libertad de movimientos. Solo hay dos cosas que han cambiado en estos días en Filipinas. Por ejemplo, tanto a él como a su pareja, de nacionalidad alemana, ahora se les mira distinto allí. "Ahora me miran como nosotros mirábamos a los chinos", confiesa Eduardo. Además, siguen conociendo rincones de Filipinas, pero ahora hay 'check points' militarizados a la entrada de cada localidad en la que se les toma la temperatura al entrar y al salir. Eso sí, ahora sí están 'atrapados' en Palawan, ya que no pueden salir de esa isla. Por todo lo demás, sigue habiendo tranquilidad en el paraíso.



La última información recibida por Eduardo García y sus acompañantes es que toca recoger los bártulos e intentar regresar. Y, efectivamente, el término es 'intentar', porque del dicho al hecho va un trecho en este caso.


"Nos han dicho que tenemos hasta el día 20 para salir del país", narra Eduardo García. "Pero hemos estado hoy durante 7 horas buscando cómo hacerlo y no hay manera: aviones colapsados o, directamente, cancelados y la Embajada no nos da ninguna solución", plantea el enfermero.


Mientras tanto, el alquiler de su alojamiento turístico se ha amoldado a la situación. Así, de pagar 500 pesos filipinos (algo menos de 9 euros) han pasado a pagar tan solo 300 pesos filipinos (unos 5 euros).


"Egoístamente, nos sentimos aquí mucho más seguros", plantea el enfermero almeriense. Y es que el regreso supone volver a una Europa patas arriba, con fronteras cerradas, cuarentenas y colas en los supermercados para adquirir los productos más básicos. Pero, al menos, estarían en casa. Si no pasa nada, en unos días Eduardo García podrá volver a su hogar y cerrar este extraño sueño que tiene como escenario el mismísimo paraíso y que, sin embargo, se ha convertido en una pesadilla.

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