Televisión Española se ha puesto melancólica en esta época tan tensa: ha anunciado que vuelve la gimnasia por las mañanas, de 9:00 a 9:30, como en los mejores tiempos de Eva Nasarre, aquella muchacha de pelo ensortijado que, con su malla azul, sus calentadores y su cinta en el pelo, nos trajo la modernidad del aerobic.
De pronto, todo el país, en esos años 80, se puso a estirar brazos y piernas al saltar de la cama y a desayunar zumo de naranja y huevos con beicon como veíamos hacer a JR y Pamela en Dallas.
Fue el tiempo también en el que nuestro paisano José Antonio Martínez Soler, ahora dedicado a hacer tallas de madera, demostró que se podía emitir un telediario por las mañanas, igual que Ana Blanco nos demuestra cada día cómo se pueden presentar las noticias sin parar durante treinta años. Y no solo la gimnasia matutina, también han vuelto estos días el 12-1 a Malta, el Valle de Tuscany de Angela Chaning y todo apunta a que volveremos a ver el barco de Chanquete. Se agradece el esfuerzo revival que provoca que al final vayamos cayendo poco a poco en ese paisaje doméstico del que queremos huir, del que amigos psicólogos, que además viñetean con talento, como Miguel Arranz nos aconsejan que huyamos: maratones de sofá con bata guateada, zapatillas del Ale-hoop, bolsa de patatas fritas en el reposabrazos y mando a distancia.
Quizá porque estemos dentro de la espiral de este tornado, no nos damos cuenta de que lo que estamos viviendo, casi nunca se había vivido en esta ciudad de Pérez y Percevales: suspensión de la Semana Santa como en los tiempos de Largo Caballero que no queda nadie vivo que lo recuerde, cierre de esa botillería centenaria que se llama Casa Puga, desaparición del Americano de Amalia, el Cañillo sin garganta sedienta alguna, suspensión de paseos (aunque con este tiempo para qué salir) durante las 24 horas, entierros sin velatorios, plazas sin niños, estadios sin público, avenidas como el Paseo o La Rambla desiertas, pupitres sin escolares.
Todo se ha aparcado hasta que no pase esta fiebre que hace que parezca que estamos en un libro de Julio Verne, o de realismo mágico latinoamericano o que nos despertemos en la madrugada pensando si no estaremos siendo víctimas de un ‘Show de Truman’ a nivel cósmico.
Uno piensa en que, dentro de las tristezas de las muertes de estos días, del parte de guerra con el que Fernando Simón nos apuntala cada día más, también nos despertamos cada mañana con gestos generosos de gente de la provincia y de todo el país que van aportando materiales, recursos económicos para ayudar a salir de este pozo en el que nos hayamos confinados desde hace ya diez días.
Aunque si son ciertas todas las donaciones de mascarillas que se han hecho, en la provincia tocaríamos más o menos a tres o cuatro por cabeza. “Dónde están esas mascarillas que yo las vea”, se preguntaba ayer el auxiliar de la farmacia de Rosa Morales, en Las Cuatro Calles, que sigue sin poder disponer de ellas para venderlas a sus clientes.
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