Según señala mi calendario, hoy es el Día Mundial de la Salud. Hoy, que todo el planeta anda más bien mustio de enfermedad. Paradoja como nacer para vivir muriendo. Además, hoy es la festividad de San Juan Bautista de la Salle, Epifanio, Donato y Rufino, y para redondear es Martes Santo. Hoy, los vecinos de la comunidad nos hemos dado los buenos días con las mascarillas puestas. El derroche de originalidad es innegable. Las hay para todos gustos. Hemos acordado poner nuestro nombre en la mascarilla porque algunos son/somos irreconocibles.
Mientras junto palabras escucho de fondo “Flower duet (de la ópera Lakmé de Delibes)”, con la sublime interpretación de la soprano Anna Netrebko y la mezzosoprano Elina Garanca. Un prodigio de música. No les digo más que la he puesto en bucle. Pienso en la genialidad de un músico capaz de crear tal maravilla, lo mismo que en el cerebrito que de un motor para limpiaparabrisas inventa un respirador. ¡Qué talento! ¡Qué cúmulo de inteligencia descubrimos estos días! Realmente se merecen un reconocimiento a su capacidad, ingenio, habilidad. Tal vez sea aprovechable este estado de alarma para destacar la formidable materia gris de este país, que ocupen algún hueco ahora confiscado por famosetes de chicha y nabo.
A las ocho de la tarde, como uno solo, todos a ventanas y balcones en aplauso prolongado a quienes están dando tanto por todos nosotros. Esperamos a que El Barrio enmudezca mientras el Santo Cristo de la Misericordia sale de la iglesia de Turre. Es Martes Santo, el Cristo desfila a hombros de gitanos y gitanas de Turre. Los hachones dan luz a rincones huérfanos de farolas. Una saeta detiene la procesión en la puerta del Ayuntamiento. Iniciada la marcha, dobla por la calle Sorroche, empinada senda en la que horquilleros, horquilleros y su capataz, José Fernández Santiago, 'Piloto', ponen a prueba la coordinación, el esfuerzo, el sentimiento de haberlo trabajado con anterioridad a conciencia.
La Banda Municipal de Turre acompaña el paso lento del Santo Cristo de la Misericordia. Capataz, portadores y portadoras, tienen ganas, es su noche y echan el resto. Alzan sus brazos con tal de poner al Cristo más cerca del cielo en el firmamento de anteayer sin estrellas. Ya en lo alto del Barrio llega el momento de rendir homenaje al Cristo en modo y manera de unos característicos e irrepetibles pasos con los que hacer un mecido, un balanceado que lo maniobran ellos y ellas o nadie. La emoción se fusiona con la saeta. ¡Qué grande la procesión del Santo Cristo de la Misericordia! Cierro la ventana con la fotografía en mi mente de la Iglesia de Turre iluminada vista desde arriba del Barrio. Esto no me lo quita nadie. ¿Quién ha dicho que no hay Semana Santa?, yo la tengo en mis adentros porque ya saben, yo, sin dudarlo, me quedo en casa.
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