Cuánto echamos de menos el trajín de los camareros detrás de la barra; el perfume de las planchas donde se mezclaban sin miramiento la cinta de lomo con la tapa de aguja, los champiñones con el atún. Cuánto nos acordamos de los bares ahora que están cerrados.
Hay que volver muchos años atrás para encontrar un cierre de bares y cafés por decreto. La última vez, antes del Coronavirus, fue en la Navidad del año 1973, cuando en España se decretó el luto nacional por el asesinato de Carrero Blanco, entonces presidente del Gobierno.
En señal de duelo, se suspendieron las peculiares fiestas de invierno que en aquellos años se celebraban en Almería coincidiendo con la Navidad y todos los espectáculos públicos, incluyendo los cines.
El Gobernador civil, Gias Jové, se planteó que el luto incluyera también a los bares y a los cafés de la ciudad, pero como quedarse sin este tipo de establecimientos fundamentales para los ciudadanos durante tres días podía acentuar la sensación de alarma general y meter el miedo en el cuerpo a la gente, las autoridades locales decidieron que los bares se cerraran solo medio día del sábado 22 de diciembre.
Podían cerrar los cines, las tiendas de ropa, los teatros y los kioscos, sin que nada se alterara, pero ordenar el cierre de los bares o de los estancos era decirle al pueblo que algo muy grave estaba sucediendo, por lo que para no empeorar el clima de incertidumbre de aquellos días se optó finalmente por esa medida intermedia de cerrar los bares durante tres horas. El Gobernador tenía claro que la mejor forma de decirle a la gente que la vida tenía que seguir por su cauce normal, que no iba a ocurrir ninguna revolución tras el atentado, era dejar los bares abiertos.
La ciudad no estaba entonces para muchas fiestas porque aún no se había recuperado de las secuelas que había dejado la riada que azotó la provincia en el mes de octubre. Para ayudar a las víctimas de aquel temporal se puso en marcha la campaña de Navidad ‘Pro-damnificados’. Para agravar un poco más la situación, el mismo día que mataron a Carrero Blanco volvió a llover con fuerza, dejando la ciudad incomunicada por la carretera de Aguadulce.
Los niños de entonces tuvimos el pequeño regalo de que nos dieron un día antes las vacaciones de Navidad, pero nos quedamos sin las fiestas de invierno que tanto nos gustaban. Los feriantes tuvieron que recoger las atracciones y solo permanecieron instalados los puestos de venta ambulante de turrones y de juguetes.
El atentado le dio un buen susto al entonces alcalde de Almería, José Luis Pérez Ugena, que el día de la bomba estaba en Madrid donde había viajado para jurar su cargo de Procurador. También lo pasaron mal los reclutas del cuarto llamamiento del campamento de Viator, que al domingo siguiente tenían que jurar bandera y marcharse de permiso. Radio macuto, que surtía de rumores a los soldados, no tardó en sacar la noticia de que el asesinato de Carrero Blanco podía traer de la mano el acuartelamiento de todas las tropas durante varias semanas, hasta que la situación estuviera controlada.
Tras el susto de la noticia, tras el impacto de ver cómo voló el coche donde iba el presidente del Gobierno, la vida no tardó en volver a la calma y dos días después volvieron a abrir todos los negocios y hasta los cines de barrio: los niños del Barrio Alto llenaron las butacas del Monumental en la tarde del sábado 22 de diciembre par disfrutar de la película de ‘Santo contra el doctor muerte’ y los aficionados al fútbol formaron colas ante la taquilla del bar Toresano para sacar la entrada del partido del domingo en el estadio de la Falange ante el Cartagena. Estábamos de luto oficialmente, pero hubiera sido un luto demasiado riguroso suspender los partidos de fútbol.
Otro ejemplo de que Almería se abrazaba con fuerza a la normalidad dos días después del atentado, era que en el periódico aparecía a toda página el anuncio de la discoteca Bayyana, que estaba a punto de inaugurarse y que los dos grandes restaurantes de aquella época, el Imperial y el Rincón de Juan Pedro, anunciaban a bombo y platillo sus suculentos Buffes fríos para sus distinguidas y delicadas clientelas. Mientras en la Catedral se oficiaba la solemne misa de funeral en recuerdo de don Luis Carrero Blanco, la cocina de los restaurantes y las planchas de los bares perfumaban el aire de normalidad. Aquella Navidad fue la de los frigoríficos Westinghouse que Bazar Almería vendía por cinco mil pesetas y la de las estufas de butano que se pusieron de moda en Muebles Ventaja, por el nada despreciable precio de mil ochocientas pesetas.
Dos años después, con la muerte de Franco, volvimos a vestirnos de ‘luto nacional’. Los niños estuvimos una semana sin escuela, pero nadie se atrevió a cerrar los bares por temor a que cundiera el pánico de verdad.
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