En casa - Día 57

“Deberíamos de añadir al aplauso vespertino a todos los que anónimamente arriman el hombro”

"No conocemos sus nombres, sus caras, tal vez pudiera ser algún vecino nuestro".
"No conocemos sus nombres, sus caras, tal vez pudiera ser algún vecino nuestro". Europa Press
Ricardo Alba
07:00 • 13 may. 2020

Casi sin darme cuenta se me ha ido llenado de gente la habitación. Se presentan uno a uno: Damián, Besay, Antonio, Ángel, Américo, Alejandro, Gustavo, Israel, Elfidio, Ehedey…, todos ‘Los Sabandeños’ que, como en el archipiélago canario se puede pasar de isla en isla, se han acercado de rondón a este islote. Nos apretujamos, ya, ya sé, y allá al fondo una voz recita a Benedetti: “Si cada hora viene con su muerte, si el tiempo es una cueva de ladrones, los aires ya no son los buenos aires, la vida es nada más que un blanco móvil, usted preguntará ¿por qué cantamos? Si nuestros bravos quedan sin abrazo, la patria se nos muere de tristeza y el corazón del hombre se hace añicos antes aún que explote la vergüenza, usted preguntará ¿por qué cantamos? Si estamos lejos como un horizonte, si allá quedaron árboles y cielo…, usted preguntará ¿por qué cantamos? Cantamos por el niño y porque todo y porque algún futuro y porque el pueblo, cantamos porque los sobrevivientes y nuestros muertos quieren que cantemos, cantamos porque el grito no es bastante, y no es bastante el llanto ni la bronca, cantamos porque creemos en la gente y porque venceremos la derrota”. ¡Virgen de Candelaria! No tengo en casa kleenex suficientes. Isas, folías, malagueñas, una tras otra desmenuzan pesadumbres. Que las hay.



Las hay porque el hambre lleva nombre, apellidos, cara, ojos de mirada sencilla algunos, huidizos otros. El hambre peregrina arrimada a la pared en la acera del frío camino al banco de alimentos. Entre unos y otros se guardan las distancias, solo faltaría que la enfermedad se juntara a la miseria. España es un país con pobreza del verbo indigencia, con indecentes pugnas por una alcaldía, con inconfesables componendas partidistas, con escandalosas prebendas según a quién. España pasa hambre que irá a más al término, si lo hay, de este azote. El hambre no está sólo en los informativos de la televisión o en países lejanos. El hambre se hace carne y habita entre nosotros. No es un invento, no, son datos que ofrecen desde Cruz Roja y Bancos de Alimentos. Dan las cifras por miles de toneladas. Cada día, a las ocho de la tarde, nos asomamos al balcón. Aplaudimos a los que se enfrentan en primera fila a este maldito virus. ¿Qué sería de nosotros sin ellos?



Deberíamos de añadir al aplauso vespertino a todos los que anónimamente arriman el hombro, a los que se comprometen con las necesidades del prójimo, a los que no giran la cara a la adversidad, a los que dan lo que pueden. No conocemos sus nombres, sus caras, tal vez pudiera ser algún vecino nuestro, qué más da, están ahí, son asistentes especializados en carencias. Tal vez residan en la cara oculta de la luna, hoy en día cualquier cosa es posible como que aún no haya criterio unánime en el uso obligatorio de la mascarilla. Un día más, yo, sin dudarlo, me quedo en casa.








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