“Yo no sé si al morir dispondré de un duro que sea mío. Si lo hubiere, colocadlo en una de mis manos encerrado y enterradme con él”. Este encabezado es parte de las últimas voluntades que dejó escritas José Jesús García Gómez 'Pepe Jesús' -aquel acerado abogado, político y periodista almeriense venerado por el pueblo llano- ocho años antes de morir. Se deslizaba 1908 cuando se sentó en su bufete delante de unas cuartillas para dejar dicho cómo quería pintar su final. Era aún un tipo colmado de salud, con 43 años, que trabajaba con brío doce horas diarias, con su cuello de toro, con su rostro rosáceo con su risa estruendosa y aún así agarro pluma y tintero y ordenó a sus descendientes en sobre lacrado lo que debían hacer con él cuando dejara de palpitar: “Que vistan mi cuerpo, después de limpio, con un lienzo blanco, no quiero trajes, si a esto añadís un puñado de flores, no me parecerá mal, así me acompañarán las espinas hasta más allá de la vida”.
Ya no ocurre, porque el viento del tiempo borra todo y a todos, pero hubo una época en la que el recuerdo de Pepe Jesús flotó perenne en la vida de Almería durante décadas, en las mesas de los cafés, en las tertulias de los bares, como ahora nos acordamos aún tanto, por ejemplo, de José María Artero o de Perceval, hasta que transcurran tantos años que se desvanezca también su memoria. Fue Pepe Jesús un símbolo republicano en la ciudad, uno de los intelectuales que mejor supo conectar con los menesterosos –”el tribuno de la plebe’ le llamaban- un precursor de campañas para la alfabetización de las mujeres desde los periódicos que dirigía, un mago con la palabra escrita a la que vestía de inteligente ironía y un paladín arrollador en defensa de Almería cuando bramaba por ella en el Congreso de los Diputados. Fue todo eso, Pepe Jesús, y más, aunque el paso del tiempo haya ido oxidando su memoria.
Nació este almeriense en 1865 en la calle Regocijos y fue compañero de juegos de Manuel Pérez García, otro republicano eminente que da nombre a la plaza que hay junto a Los Refugios. Se licenció en Derecho y ejerció como abogado penalista en algunos de los homicidios más divulgados de la época. Pero no quiso quedarse ahí, apresado entre los barrotes de los libros de leyes. Quiso también cambiar el mundo, cambiar su ciudad, como un Quijote por la estrecha llanura manchega de Almería, corpulento en vez de flaco y con tintero en vez de adarga. Fue ante todo y sobre todo y durante toda su vida un republicano, que llegó a publicar en alguno de sus periódicos los sueldos de la Casa Real, un atrevimiento mayúsculo en aquellas calendas, al que no había llegado entonces ningún diario de la villa y corte.
Pepe Jesús llegó a fundar más de una docena de periódicos, como recuerda la investigadora Josefa Martínez Romero, desde su primer sarpullido juvenil con La Ola. Era una prensa de partido que él utilizó para hacer llegar en letra de molde la semilla del iderario republicano, para combatir a líderes conservadores como Francisco Javier Cervantes, jefe del Puerto, o al hacendado Manuel Giménez Ramírez o al banquero y senador José González Canet.
Fue escribiendo en los periódicos lo que hasta entonces nadie se había atrevido a escribir, condenando el caciquismo imperante en la provincia y el cunerismo con el que los diputados conservadores habían tragado, haciendo esculpir en plomo ese grito tan americano de “Almería para los almerienses”. Fue, con su pluma traviesa, un terror para los ‘malvados almerienses’ de la época, combatiendo la zarpa de los usureros, cuando los préstamos a gavela, tan en boga, dejaban a un hombre para el resto de su vida en manos de otro hombre.
Pepe Jesús debutó en política en torno a 1890, en un mitin celebrado en el Teatro Apolo junto a otros correligionarios como Gerónimo Abad, Francisco Pérez Vela, Antonio Silva o José Rodríguez Calvache y viajó a Madrid para participar en la fundación del nuevo Partido Republicano liderado por Salmerón. Desde entonces, Pepe Jesús llenó un espacio tan grande en la vida de la ciudad, que hizo sombra a muchos otros de sus coetáneos. Pero fue, este ferviente combatiente de la opresión que no se ve (que no se veía, porque se consideraba natural como el agua), muchos hombres a la vez. Porque a su vena política hay que adicionarle su vertiente literaria. Desde joven merodeó los ambientes de letras de la ciudad y creó tertulias como la de Los Incorformistas que se reunía en El Gallego, formada por gente como Paco Aquino, José Durbán o Plácido Langle. Escribió varias obras como Tomás I o la celebrada Quítolis, un personaje nacido de su espíritu laico y que narra las dudas existenciales de un cura bueno con reflejos biográficos del propio autor. Fue un libro que llegó a distribuirse en los ambientes literarios de Madrid y que fue celebrado en la prensa madrileña por Juan Valera y Leopoldo Alas Clarín.
Pepe Jesús se casó con Manuela Bervel Díez, de la que quedó viudo con solo 32 años. Un año después matrimonió con su cuñada Angeles y residió un tiempo en Cuevas del Almanzora como abogado vinculado a sociedades mineras y al lado de su amigo José Bueno y Cordero fundador de aquel periódico de Garrucha llamado El Eco de Levante, con el que inició una suerte de relatos bucólicos y pastoriles inspirados en sus excursiones a Sierra Cabrera.
Pero su gran obra, su hijo más preciado, de papel y plomo, fue El Radical, el diario que fundó en 1903 y que se voceó en las calles de Almería hasta 1914, más una segunda época hasta 1917 –ya fallecido el fundador- dirigido por su discípulo Rodolfo Viñas. El Radical tuvo su redacción en la calle Reyes Católicos, donde hoy está la delegación de la ONCE y desde sus páginas se convirtió en el gran órgano de propaganda de las ideas republicanas, frente a la ecléctica La Crónica Meridional y a la conservadora La Independencia. Murió Pepe Jesús en 1916 siendo candidato a Cortes y sus exequias fueron una honda exhibición de aflicción, desde la Plaza Circular hasta la Rambla de Belén.
Un cortejo fúnebre con un coche tirado por dos caballos condujo su cadáver y ambos lados del Paseo del Príncipe se llenó de gente para despedir a este almeriense cuya principal virtud fue siempre la de la rebeldía, como aquel Caballero sin Espada que filmó Frank Capra. Tuvo eso, Pepe Jesús, la fuerza de convertirse en símbolo, en un surtidor de ‘ideas madre’ que fueron copiadas después. Y los almerienses se lo reconocieron. Allí, en su despedida hacia el Cementerio Civil de San José, estaban los cajistas que compusieron sus artículos combativos durante tantas madrugadas, las mujeres a las que defendió a capa y espada y los amigos que le sobrevivieron, que se contaban por cientos y que estuvieron llevándole canastos de flores todos los años a su tumba hasta veinte años después de su fallecimiento, junto a un epitafio que decía: ”Aplauso merece el espíritu que agita”.
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