Los niños de hace medio siglo conocimos aquella playa extraña, como sacada de una novela de ciencia ficción, que aparecía frente a las chimeneas de la Central Térmica del Zapillo. Era una playa con un aire lunático, llena de rocas oscuras y con el agua descolorida por el contacto con los motores de la fábrica. La conocíamos como la playa del agua caliente, un lugar prohibido en el que siempre había alguien bañándose. Lo más atractiva de aquella cala urbana era la sensación que tenías de estar saltándote la ley, desobedeciendo aquel cartel que nos indicaba el ‘prohibido bañarse’.
No fue la única playa de agua caliente que tuvo Almería. Los más veteranos, aquellos que han pasado el umbral de los setenta años, se acuerdan de la primitiva playa del agua caliente que estaba en las Almadrabillas, cerca de los terrenos del balneario de Diana, frente a la zona conocida como Villacajones. Aquella pequeña playa recibía el calor del agua de los motores de la antigua Térmica, la que estaba situada en la actual de Avenida de Cabo de Gata, en el solar donde en los años sesenta montaron las naves municipales y el Parque de Incendios.
Los niños de la posguerra conocieron bien aquella primitiva playa del agua caliente. En aquel tiempo la gente tenía una manera distinta de vivir la playa. No existía la cultura del ocio actual ni la necesidad social de estar moreno. La playa era un lugar de escapada, un buen escenario para olvidarse de la pobreza cotidiana, de la humedad y de las estrecheces de las casas y del polvo insoportable de las calles por donde no pasaba la regadora. Lo habitual era ir a la playa en familia y siempre por las tardes, cuando el sol empezaba a quitar el pie del acelerador. Eran grupos liderados por mujeres, siempre cargadas de niños, con la cesta de la merienda y la garrafa del agua a cuestas.
Las mujeres, que en su mayoría no se quitaban la ropa de diario ni en la playa, víctimas de la absurda moral de la época, disfrutaban con esa sensación de meterse hasta las rodillas en el trozo de playa por el que salía el agua caliente. Se decía entonces que aquellos baños eran buenos para el reuma.
La playa del agua caliente de las Almadrabillas pasó a ser historia a finales de los años cincuenta, cuando construyeron la moderna Central Térmica del Zapillo y los motores se los llevaron al camino de la vega.
Las obras comenzaron en el mes de enero de 1956, sobre unos terrenos de 65.000 metros cuadrados, junto al Camino de Jaúl, (entonces no urbanizables), por su favorable ubicación, ya que estaban alejados del núcleo urbano y a una distancia considerable del rio Andarax, por lo que no existía riesgo de inundaciones en caso de riadas.
El 23 de julio de 1958, se conectó la Central Térmica y el 30 de abril de 1961 se llevó a cabo la ceremonia de inauguración, a la que asistió el Jefe del Estado, Francisco Franco, junto a las autoridades locales. La Térmica nos trajo una industria que durante décadas dio puestos de trabajo en la ciudad y nos regaló una playa de agua caliente que en los años setenta se convirtió en un sanatorio marítimo donde iba a bañarse todo el que tenía una molestia muscular o padecía alguna enfermedad de los huesos.
El mar cogía una temperatura elevada, después de servir de refrigeración para los motores de la Central. El agua, de vuelta, llegaba ardiendo, pero al mezclarse con el mar tomaba una temperatura de unos treinta grados que permitía bañarse con tranquilidad.
Durante décadas, miles de almerienses se relajaron en aquellas aguas que en su tiempo también suscitaron polémica. Se decía que aquellos baños eran buenos para los que sufrían problemas de artrosis y dolores musculares, mientras que otros acuñaron la leyenda de que eran perjudiciales y producían cáncer. Era habitual ver en aquellas aguas a gente mayor, inquilinos de la Residencia de Ancianos, que buscaban el agua caliente para aliviar las enfermedades de la edad.
Fue nuestra segunda playa de agua caliente, los baños termales de una generación.
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Eduardo de Vicente