Escrito a mano en un folio desde el Tanatorio El Centro de Almería, junto a mi suegro de cuerpo presente. Son casi las cuatro de la mañana del día de la Virgen de Agosto. Todos duermen.
Pero estén tranquilos que esta no es una historia triste. Ni de muerte. Hay mucha vida en El Papico y La Mamica: eternos. A Carlos lo llevo en mi corazón. No lloraba desde 1987 cuando murió mi padre. Y es que he vivido más con Carlos que con Manolo Saberes (mi padre). Se marchó rodeado de una gran familia y sin hacer ruido, porque siempre estuvo en un segundo plano. Discreto, sencillo, cumplidor y un trabajador como pocos. Al lado de Loli, a la que pedía que no se marchara antes que él al Cielo.
La Magnesita 1981
Antes de ser El Papico, Carlos, trabajó con pantalón corto en mil oficios hasta colocarse en la empresa Minas de Gádor, conocida en Almería como ‘La Magnesita’.
Cuando conocí a su hija Nieves (y antes de haber entrado en su casa), ya me seguía con la mirada. Yo llegaba al Stop donde hoy está Canal Sur, y subido en el techo de la fábrica, en plena reparación, con un frío que pelaba, miraba hacia mi Seat 127 que bautizamos como ‘El Maclaren’. Siempre pendiente de todos y de todo. Serio. “Como Dios manda”, me decía.
Petición de mano
Cuando España se preparaba para la Movida Madrileña y las parejas eran más modernillas, con Carlos no hubo manera. Tuve que entrar un día en su casa, quedarnos a solas en el cuarto de estar y pedirle la mano de su hija, no sin antes dejarle claro quién era y qué pretendía. Me impuso tanto respeto que hasta el último de sus días le he hablado de usted. Una vez llegado a la familia, con Carlos todo era muy fácil si hacías lo que Dios manda. Yo tan obediente me dediqué a hacer justo lo que me pidió para su hija. No le fallé en nada, y los dos tan contentos y con esa mirada cómplice que me dedicaba. Fueron tantas Navidades juntos -uno al lado de otro-, tantos cumpleaños felices que uno agradece haber pasado ese trago de la petición de mano sabiendo “lo serio que es mi padre” que decía su hija Mari Nieves como usted la llamaba y yo bauticé como Copito de Nieve (Copy).
El Papico y la Mamica
Entré en la familia Miralles García para formar la Fernández Miralles y nos casamos por la Iglesia de San Pedro un 12 de octubre de 1983. Carlos, de padrino ante Don Eduardo, el cura que nos casó. Luego llegaría la boda de Carlos y Carmen y de golpe dos niñas con menos de un mes de diferencia: Copy y Pati.
Aquello hizo que las pequeñas de la casa bautizaran a Carlos como El Papico y a Loli como La Mamica. Luego llegarían más nietos hasta trece en total y cuatro biznietos. Loli (Nieves en el DNI), y Carlos, empezaron a formar una familia tan larga como buena.
Nunca hubo Papico sin Mamica, ni lo habrá. Todos sabemos que ya nada será igual sin Carlos, pero lo intentaremos. No queda otra.
Con 5 hijos
Siempre le he tenido como un ejemplo. El Papico no hizo tres carreras (no las necesitó nunca), para educar a cinco hijos maravillosos como Nieves, Carlos, Antonio, Javi y Carmen Mari. Todos casados, padres, y algunos hasta abuelos. Forman parte de su legado a nuestra sociedad, una familia almeriense humilde y buena, nacida de unos padres trabajadores que se dejaron la vida para que nada les faltara.
La Mamica pedía a gritos unos años más al lado del Papico, pero Dios le necesitaba a su lado y se lo llevó con él. Cuánta pena, Loli. Cuánta.
Desde los 15 años
He dejado a La Mamica para el final. No ha parado de lanzar a los cuatro vientos que “nos conocimos él con 17 y yo con 15”. Y nos ha dicho a todos que le pedías que no se marchara antes. Se ha dejado la vida por el Papico. Todos lo sabemos. Hubiese seguido años así.
No quisiera terminar el obituario sin reflejar en este escrito lo que todos pensamos en esta familia: que usted ha sido el timón, el faro, el temple. Porque usted ha sido trabajador, familiar, serio, discreto. Ha sabido dar a cada uno lo que le correspondía, y ahora Loli tendrá que tirar del manual del Papico para seguir al frente de todos.
He tenido la gran fortuna de conocer a los hijos de El Papico y La Mamica de chiquitillos ¡Qué bonicos!
Aquí se acaba el obituario, Carlos, le he hablado de usted hasta el último de sus días. Esto no se puede acabar así. Estoy convencido de que nos volveremos a encontrar. Gracias por querernos tanto, Papico. Ah, me faltan hijos, porque Carmen, Mercedes, Rosa, Javi y yo hemos sido tratados como hijos siempre.
Cuántas lecciones nos dio El Papico sin ser profesor.
Usted vive en nuestros corazones.
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