Fue Antonio Flores de Lemus - con ese rostro antiguo de hidalgo mojaquero, con esas lentes sacadas de los libros de caballería, con ese bigote de Hércules Poirot, con ese pelo enmarañado -el primer economista moderno de la historia de España.
Durante 30 años - de 1906 a 1936- fue asesor de 44 ministros de Hacienda, desde el reinado de Alfonso XIII a Manuel Azaña y compiló las primeras leyes para que el erario público se equilibrara entre lo que se gastaba y lo que se ingresaba, frenando la devaluación de la peseta.
Fue muchas cosas, en su centelleante vida, este oriundo almeriense, casi que no caben en ninguna biografía. Pero antes que ninguna otra - al margen de cotizado negro y cerebro gris de las reformas de Primo de Rivera o Indalecio Prieto- fue un servidor del interés público.
Así lo aclaró cuando juró su cargo como consejero del Banco de España en 1931, encajado en una levita, entre pajes, almohadones, con la presencia solemne del Gobernador, cambiando por primera vez en la historia la frase ritual: “Juro defender los intereses del Banco durante mi mandato” al añadir de su cosecha “mientras no sean contrarios al interés público”.
Sentencia de muerte
Y cumplió su palabra -como la cumplió el alhameño Salmerón al no firmar una sentencia de muerte cantonal- cuando prefirió dimitir en 1936 del sillón del consejo del Banco antes que estampar su firma autorizando la salida de España del conocido como ‘Oro de Moscú’.
Flores de Lemus ha quedado como un oscuro economista de raíces almerienses semiolvidado -solo se acuerdan de él Velarde y Fuentes Quintana- pero durante tres décadas rigió los destinos económicos de España, desde la sombra,influyendo en la recuperación de la peseta, en el rechazo del patrón oro o en la redacción de la ansiada Reforma Agraria de 1934.
Antonio Flores de Lemus nació circunstancialmente en Jaén en 1876, puesto que era hijo de Francisco Flores Suazo , un abogado mojaquero, y de Isabel de Lemus, la hija de un terrateniente de Andújar. Su progenitor estaba engarzado en una notable familia mojaquera -los Flores- acérrimos rivales de los Carrillos en la Mojácar del XIX.
Ambos clanes familiares dominaron todos los resortes de la política y la economía mojaquera de la época. Los antepasados del economista fueron los apoderados de los duques de Alba en Mojácar durante varios siglos. Cuando esta Casa Ducal vendió a mediados del XIX sus propiedades, que hundían sus raíces en la Reconquista, al rico entre los ricos almerienses Ramón Orozco, entre ellas la Casa Pilato y sus extensas tierras, los Flores se quedaron con algunos predios como la Huerta de la Cañá, la Alcantarilla, el Jalí, la finca el Levante (hoy de Paco Cosentino) y la Majada de la Nieve.
Leyes
Entre verdes olivares creció Antonio, viendo a su padre sumergido en el estudio de profundos libros de leyes, con continuos viajes a su Mojácar querida, a beber el agua de su fuente, a observar el mar desde su Castillo, en esos años de diligencias y caballos de tiro.
Estudió Derecho en Granada y Oviedo donde se trasladó por recomendación de Francisco Giner de los Ríos, amigo de su padre. Se doctoró en la Universidad Central de Madrid, amplió sus estudios en Alemania y para casarse eligió también a una almeriense de Antas, Ana Jiménez Canga- Argüelles, convirtiéndose en yerno del cacique monárquico José Giménez Ramírez y cuñado del renombrado doctor Juan José Giménez Canga-Argüelles y de su hermano Luis, que fue presidente de la Diputación Provincial de Almería.
Su reputación académica iba en aumento: antes de inscribirse en la oposición a la Cátedra de Economía de la Universidad de Barcelona había 30 aspirantes, cuando se hizo pública su candidatura al concurso, quedaron solo tres y obtuvo la plaza con el número uno.
En 1905 es cuando el entonces presidente del Gobierno, Raimundo Fernández Villaverde, le nombra asesor del Ministerio de Hacienda, en el que trabajó como un ministro en la sombra hasta que estalló la Guerra. Nunca quiso cartera ministerial, a pesar de las continuas peticiones de Maura y del dictador Miguel Primo. Su trabajo era el estudio minucioso bajo el flexo -con sus bigotes prusianos, junto a enormes tazones de café- de los males de la economía española, una ínsula Barataria que acababa de perder las últimas colonias y que miraba con recelo a la Europa calvinista.
Flores, el economista mojaquero, fue un europeísta convencido cuando tenía mérito serlo,un defensor del potencial económico de la agricultura española, un visionario de la importancia que podría tener un banco como el de Cajamar un siglo antes de que Baamonde lo presida.
Colaboró también con el 'cuevano' García Alix, Cambó, Calvo Sotelo, aunque nunca se alineó con ningún partido político. Al estallar la Guerra se exilió a Francia y al volver lo depuraron y un Tribunal resolvió despojarlo de su cargo en la Administración y le retiró la Cátedra. Nunca más volvió a ser el mismo y mendigó este genio empleos por Madrid, uno de los más paradigmáticos muñidores de la economía española y enfermó y murió pobre como las ratas en 1941. A pesar de todo, siempre encontró un hueco para visitar la Mojácar de sus antepasados y su vergel de la Huerta de la Cañá.
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