Los letreros de los comercios fantasmas

La ciudad está llena de rótulos de negocios que ya no existen reliquias de un tiempo que se fue

Eduardo de Vicente
07:00 • 06 sept. 2020

Los letreros sobreviven al paso del tiempo y se asoman a balcones y fachadas como fantasmas que anuncian un negocio que ya no existe. Sobreviven sin llamar la atención, fuera de contexto, agarrados al pasado para recordarnos una historia, habitando un tiempo que no les corresponde. 



La ciudad está llena de rótulos de comercios que pasaron a formar parte del mundo de los recuerdos. Hasta hace unos meses todavía era posible pasar por la calle de Granada y encontrarse con el cartel polvoriento de la bodega ‘La Oficina’. Durante más de treinta años estuvo anunciando un bar que había desaparecido, hasta que una empresa constructora compró el edificio y le quitó el cartel.



En la calle de Granada se mantiene firme la espléndida fachada donde estuvo la casa ciclista Gutiérrez. El edificio conserva su aspecto de otro tiempo y los viejos carteles de cuando allí se vendían las mejores bicicletas que llegaban a Almería y se distribuía la popular máquina de coser ‘Alfa’. En los años de la posguerra fue una tienda taller regentada por los hermanos Joaquín y Andrés Gutiérrez, un  lugar muy visitado por los muchachos de la época porque era donde se vendían los balones de  cuero que entonces se llamaban de reglamento, y un negocio de referencia para las jóvenes que aprendían a coser y soñaban con comprarse algunas de las populares máquinas ‘Alfa’ que el establecimiento tenía en exclusiva.  



En 1955, la Casa Gutiérrez dio a conocer al público la motocicleta Mobylette, que empezaba a causar furor en España. Aunque la patente era francesa, la moto se fabricaba en Eibar por la marca G.A.C (Gárate Anitua y Compañía) y tenía la ventaja, con respecto a otros ciclomotores, que no necesitaba matrícula para circular ni carnet de conducir. En esa misma acera de la calle de Granada estuvo hasta hace unas semanas el letrero del bar ‘Don Miguel’, que ha pasado a mejor vida, tras ser derribado por el viento. Algunos de estos rótulos históricos se llegan a hacer invisibles cuando cierra el negocio que les daba la vida. Este es el caso del letrero que anunciaba el bar ‘El Negresco’, en los bajos del edificio Tauro, en la antigua Rambla de Alfareros. 



Hace décadas que este establecimiento cerró sus puertas, pero el cartel sigue ahí, sabiendo que la mayoría de los transeúntes que pasan por debajo no conocen que aquel bar llegó a ser una referencia en la ciudad por su buena cerveza y por la categoría de su plancha. Cuando uno mira hacia arriba y ve el letrero de ‘El Negresco’, recupera de golpe todos aquellos aromas a jibia, gambas y calamares que resucitaban a un muerto cincuenta metros a la redonda.



En la acera de enfrente aparece otro letrero que anuncia un negocio que también lo asociamos a un olor: la confitería de ‘La Colmena’, que hace más de dos años que cerró.  Aquella pastelería tenía un aire  familiar  que la hacía diferente, más cercana, como aquellas tiendas antiguas en las  que los dueños se jugaban el tipo a  diario dando la cara ante el público con la calidad de  sus productos. El propietario era el que elaboraba los pasteles, el que salía al mostrador para escuchar las opiniones de los clientes y el que hacía de relaciones públicas saliendo a saludar desde lo más profundo del obrador aunque estuviera cubierto de harina. El que fue su último dueño, José Gonzálvez Crespo, nos dejó en primavera, cuando empezaba a disfrutar de su jubilación.



Tan histórico como el rótulo de ‘La Colmena’ es el letrero del estudio de fotografía de la familia Ruiz Campos, que se ha ido oxidando lentamente en una esquina de la Plaza de Pavía. El cartel nos cuenta la historia de uno de los negocios más importantes del barrio durante más de medio siglo. Por su escenario pasaron casi todos los niños de Primera Comunión del Reducto y las parejas de novios antes de casarse.




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