No era fácil entrar a formar parte de la organización de Auxilio Social que nada más terminar la guerra pusieron en marcha las autoridades de Falange para remediar las más urgentes necesidades de la población.
Para entrar como voluntaria había que tener alguna recomendación, conocer a alguien que tuviera mano y disponer de un currículum políticamente intachable. Para muchas jóvenes de Almería, entrar en el Auxilio Social era subir dos peldaños en el escalafón social y sobre todo, asegurarse la comida diaria para ellas y para su familia.
Mi tía María Vicente, que entró a servir en comedor de la Chanca, regresaba todas las tardes a su casa con una olla bajo el brazo, bien colmada de puchero, de habichuelas o de lentejas, y su llegada era esperada por el resto de la familia como si fuera el día de los Reyes Magos.
Mi tía Angustias Vicente fue destinada a servir en el centro de lactantes que abrieron en la calle de las Cabras, en el corazón del Barrio Alto. Allí iban las madres con los niños recién nacidos a por su ración de leche. La que sobraba, se la repartían las muchachas del comedor como si fuera el jornal de cada día de trabajo.
Las ‘niñas’ de Auxilio Social formaban parte del engranaje propagandístico que el nuevo régimen puso en marcha al terminar la guerra alrededor de la llamada Sección Femenina. Eran la cara amable de la dictadura, las que salían por el Paseo con una sonrisa en los labios y las huchas para pedir unas monedas por Dios y por España, las que se disfrazaban de militares con una boina roja, una camisa azul y una falda negra, las que servían el almuerzo a los pobres en los comedores del Auxilio Social, las primeras jóvenes almerienses que en aquellos tiempos de estrecheces pudieron viajar por España gracias a las concentraciones nacionales que se montaban para homenajear a Franco.
El Auxilio Social que tanta hambre alivió en los primeros años de la posguerra, no fue un invento de las autoridades falangistas, que se limitaron a poner de nuevo en marcha un proyecto que se había gestado en los años de la República, cuando la Asociación Almeriense de Asistencia Social inició una importante 'cruzada' para tratar de combatir la pobreza infantil, que afectaba a gran número de niños en la ciudad que tenían serias dificultades para poder hacer al menos una comida al día.
Los próceres de la asociación eran personajes importantes de la sociedad almeriense: Antonio Cuesta Moyano, Fernández Ulibarri, Francisco Burgos Seguí, Francisco Oliveros Ruiz, Vicente Brotons, Ginés de Haro y Haro, Juan Antonio Martínez Limones, y al frente de todos ellos, Eusebio Elorrieta Artaza, el ingeniero de caminos de Bermeo que llegó a Almería en 1912 para incorporarse a la Junta de Obras del Puerto a las órdenes de Francisco Javier Cervantes.
De Eusebio Elorrieta y de los otros miembros de Asistencia Social fueron las gestiones para que el ayuntamiento comprara una casa en el número diecinueve de la calle Magistral Domínguez y la destinara a comedor infantil. Se invirtieron en la compra 24.500 pesetas y se adquirió una cocina con capacidad para 750 raciones a la casa Preckler de Barcelona, por un precio de 5.300 pesetas.
En los últimos meses de 1934 el comedor infantil ya estaba funcionando, dando de comer a diario a trescientos niños y trescientas niñas acogidos por la asociación. No sólo se les proporcionaba el almuerzo, sino que además se les regalaba, cuando llegaba la festividad de los Reyes Magos, ropa para pudieran ir abrigados: a las niñas vestidos de franela o lana, una camiseta, unas bragas, calcetines y alpargatas; a los niños un pantalón de pana o de paño, unos calzoncillos, una camiseta, jersey, calcetines y alpargatas.
A pesar de la buena voluntad de los directivos y de las damas que de forma altruista colaboraban con la asociación prestando sus servicios a diario con los niños, los comedores de Asistencia Social que tanto preocupaban a las autoridades de la República pasaron por momentos complicados debido a la crisis económica que vivía la ciudad a mediados de los años treinta. Había días en los que faltaba la comida y no había subsistencias para responder a los cientos de necesitados, tantos niños como adultos, que acudían en busca de un plato de comida caliente.
Eran frecuentes las donaciones de particulares, personas y familias de un nivel social saneado que aportaban lo que podían para que la despensa de los comedores no se viera desabastecida. En febrero de 1935 aparecía una noticia en la prensa en la que se destacaba que “continúan recibiéndose importantes donativos en especie. Francisco Eraso Santa Pau ha obsequiado a este centro cinco hermosos chotos vivos, acompañados de una importante cantidad de manojos de cebolletas, acelgas y rábanos, recién cogidos de la vega”.
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