Y sin calzoncillos y sin zapatos y sin camiseta y pantalón. Pero con barba, con mucha barba y melena al aire. De esa guisa iba este mediodía deambulando por las calles del centro un transeúnte, desnudo como Adán en el paraíso, como su madre lo parió. Atravesó la catedral, pasó por la Puerta de la Patrona, a quien pareció hacer una reverencia.
Y salió al Paseo por General Tamayo. Allí posó para el fotógrafo haciendo la señal de victoria con el índice y el corazón, con el pelo agitándose al viento de Odette. “Quién eres, le preguntaba la gente”. “Soy Olmo de Granada, viva la vida libre”.
Así se fue bajando hacía la Plaza Circular este exótico paseante sabatino, sin ningún harapo que cubriera su cuerpo desnudo, sin un mísero taparrabos, en cueros como Robinson Crusoe, dejando perplejos a los viandantes, a los que compraban el periódico en el kiosco cercano, a algún cliente del Costasol, a una señora que exclamó al verlo aparecer: ¡Pero esto qué es, habrase visto!
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