Francisco Salmerón y Alonso conoció a Galdós en las barricadas del 68, cuando éste era ya un autor consagrado y aquel un ‘tribuno del pueblo’ como le bautizó el escritor canario en una de sus atinadas crónicas de cirujano del Madrid del XIX.
El hijo del médico de Alhama era entonces eso y más: un emblema del Partido Progresista, un consagrado abogado criminalista y un diputado defensor de los intereses de Almería. Unos años después fue elegido ministro de Ultramar y presidente del Congreso de los Diputados.
Y, sin embargo, con todos estos méritos, no igualados por ningún otro almeriense excepto por su propio hermano, Francisco Salmerón ha pasado desapercibido por las páginas de la historia de Almería en un triste ejemplo de que un mismo apellido tapa a otro apellido; de que un sobresaliente no tiene nada que hacer si hay una matrícula de honor en la misma familia; de que un excelente pasa desapercibido si el que duerme al lado es sublime.
Nicolás, el hermano de este Francisco desdeñado, pasea perenne con su gabán por la Puerta Purchena, está esculpido en mármol en el Parque y tiene un Instituto que lleva su nombre. Ha pasado a la historia como el ariete de los hijos ilustres de Almería y sobre él se escriben y se han escrito centenares de artículos.
Francisco no tiene ni una triste calle que lleve su nombre, ni en su propio pueblo, a pesar de ser uno de los únicos cinco ministros de los que ha gozado Almería en toda su historia (Francisco de Paula Figueras, su hermano Nicolás, José Barrionuevo, José Guirao y él mismo). A los almerienses se les inflama la boca de orgullo cuando recuerdan a Nicolás, pero apenas saben que existió un Francisco.
Quizá una de las claves esté en su corta vida -falleció a los 56 años mientras que Nicolás vivió hasta los 80- y en que su hermano subió hasta el último peldaño del poder ejecutivo.
Pero siguiendo a otros autores que han buceado en su biografía como José Leonardo Ruiz, Lorenzo Cara, José Ramón Cantalejo o Martín García Valverde, Francisco fue con creces más decisivo en la vida política española que su hermano Nicolás, del que fue su mentor en Madrid, participando desde los años 40 en todos los procesos revolucionarios de la Villa y Corte.
Tuvo además mayor querencia por su pueblo alhameño, al que regresaba más de continuo que Nicolás, redactó los estatutos de la Sociedad de Baños y prestó sus conocimientos como jurisconsulto al Ayuntamiento en asuntos de aguas sin pasar minuta. Se hizo además un cortijo de recreo en 1870 -Huerta Rosalía en homenaje a su madre- que a su muerte, su viuda Adelaida vendió a su hermano Nicolás y que hoy es una casa museo. Allí, en los últimos años de su vida, antes de que fuera de su hermano menor, Francisco descansaba paseando por la huerta frondosa hasta la Piedra del conjuro o leía copiosamente a la luz de un quinqué o disponía tertulias de amigos frente al valle del Andarax. El nombre de Nicolás ahora suena más que el de Francisco, pero no siempre fue así: hasta julio del 73, cuando Nicolás fue designado presidente de la República tras los breves gobiernos de Figueras y Pi Margall, el Salmerón que más frecuentaba la letra de molde y cuyo nombre más salía a relucir en las tertulias de moka y puro de los casinos provincianos era el de Francisco, quien en varias ocasiones salió elegido diputado por el distrito de Canjáyar, derrotando a su propio hermano, quien nunca llegó a conseguir acta de parlamentario por su propia tierra y sí por Badajoz.
Quién seguramente nunca hizo distingos entre ninguno de sus siete vástagos, ni tuvo en cuenta laureles cosechados, fue su padre, Francisco Salmerón López, un ilustrado médico de Alhama de espíritu liberal que colaboró en la expedición de Los Coloraos de 1823 y fue perseguido por ello. Ningún otro padre de España ha tenido el privilegio de contar en su casa, como este galeno alhameño, con dos hijos ministros en el mismo gabinete y después con uno presidente del Gobierno y otro del Congreso, también al mismo tiempo. Meses antes de morir sentando en la butaca de su casa, hoy la biblioteca de Alhama, en la calle de Los Salmerones, recibió un telegrama de Madrid que le hizo llorar de orgullo rural: “Padre, hoy mismo hemos tomado posesión de nuestros ministerios de Gracia y Justicia y de Ultramar. Tus hijos que te quieren Francisco y Nicolás.
Francisco Salmerón y Alonso nació en 1822 en Torrejón de Ardoz donde su progenitor ejercía como médico, aunque la familia volvió a los pocos meses a Alhama. Estudió en el Seminario San Indalecio porque aún no se había creado el Instituto de Almería. Después cursó leyes en Granada y terminó en la Universidad Central de Madrid. Pronto se labró gran nombradía como abogado penalista y se escribió que tuvo a gala salvar a diez reos del garrote vil y fue un defensor pionero de los juicios con jurado. Colaboró en periódicos como La Restauración y La Reforma e ingresó en política de la mano del Partido Progresista. De tendencia esparterista, participó en la revuelta de 1848 y por ello fue detenido en la prisión de El Saladero donde estuvo diez días incomunicado. Y después en la Revolución del 54. Cuando O’Donnell bombardeó el Congreso, él estaba dentro y en La Gloriosa del 68 fue representante de la Junta Revolucionaria de Madrid. Y después apoyó a Espartero para rey en contra de Amadeo. Murió pronto, demasiado pronto, tras una vida densa y contradictoria: creyó en la monarquía pero era republicano, creía en la libertad de culto pero era católico, flirteó con la masonería pero nunca perteneció a una logia, aunque hubo una que llevara su apellido.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/12/almeria/201198/aquel-otro-salmeron-al-que-eclipso-su-hermano