Los desfiles para levantar el ánimo

El 31 de marzo de 1939 los soldados de Franco llegaron al campamento de Viator

Las tropas nacionales desfilando por el Paseo, seguidas de cientos de almerienses, el 10 de abril de 1939 por la llegada Queipo de Llano.
Las tropas nacionales desfilando por el Paseo, seguidas de cientos de almerienses, el 10 de abril de 1939 por la llegada Queipo de Llano.
Eduardo de Vicente
23:26 • 19 oct. 2020 / actualizado a las 07:00 • 20 oct. 2020

El 31 de marzo de 1939, mientras se sucedían las noticias de que la guerra había terminado de verdad, las primeras fuerzas nacionales empezaron a instalarse en el campamento de Viator. Desde el amanecer, cientos de soldados tomaron la base militar y también los pueblos cercanos, buscando los bares y los estancos.



Aquellos días, los caminos de Viator y de Pechina que comunicaban con el campamento estaban tomados por las tropas, con una presencia importante de soldados marroquíes que recorrían los cortijos cercanos buscando la cotizada hierbabuena para las infusiones.



La presencia del ejército en las calles se utilizó para que Almería empezara a recobrar su pulso vital, para que la gente volviera a las calles con confianza y sobre todo, para que la actividad comercial se pusiera de nuevo en marcha. Muchos comercios habían sido incautados y otros habían tenido que cerrar por no disponer de suministros.



En aquellos primeros días de abril,  en medio de la confusión general, el jefe de los servicios de justicia y recuperación de la vida civil y administrativa de la zona sur, Francisco Angulo Montes, había hecho público un bando haciendo saber: “Que a los efectos de la normalización de la vida civil en los pueblos recientemente liberados y en  atención a la apremiante necesidad de restituir a cada uno lo que con derecho le pertenece y de lo que fue desposeído durante el dominio rojo, se constituye un organismo en cada partido judicial que se encargará de recibir las reclamaciones”.



El Banco de España de Almería hizo un llamamiento a los ciudadanos para que en un plazo de 48 horas se pasaran por las oficinas para canjear el dinero de la República por los nuevos billetes que la dictadura ponía en curso.



Una semana después de terminar la guerra, empezaron a abrir los comercios del Paseo. Los primeros fueron Casa Fornieles, una tienda de tejidos, Confecciones El Siglo, el estudio de fotografía Lucas y la Casa Sánchez de la Higuera, donde se vendían instrumentos musicales.






Los bares del Paseo también se pusieron en marcha en aquellos días. Los primeros fueron el Café Español, el Colón y el Suizo, poniendo a disposición del público el escaso café que circulaba entonces en la ciudad. El día 12 de abril, el delegado de Abastos citó a todos los dueños de los cafés, bares y hoteles para comunicarles que podían tener a su disposición la cantidad de aceitunas que desearan para ponerlas como aperitivo. Durante los primeros meses, la aceituna se convirtió en la reina solitaria de los mostradores. Si un cliente pedía un vino, lo servían con una aceituna; si quería cerveza, allí estaba la aceituna, que aparecía hasta escoltando a los humildes vasos de agua.


También se abrieron los puestos de fruta, verdura y pescado del Mercado Central y en la calle de entrada a la Plaza, Aguilar de Campóo, se incorporaron negocios tan reconocidos como la tienda de ultramarinos ‘La Fama’, de Francisco Cortés Salvador, el Bar Royal, de los hermanos Oyonarte, y la relojería de Deogracias Pérez, en la esquina donde hoy está Regente.


En la calle de las Tiendas el primer empresario que se puso en marcha fue José Marín Rosa. Su negocio de telas y ropa fue uno de los que permanecieron abiertos durante la guerra y en todo ese tiempo su propietario estuvo siempre al pie del mostrador. Como nadie le quitó la tienda, a los pocos días de terminar la guerra, ya tenía de nuevo las puertas abiertas y a sus viajantes trayendo género de fuera para llenar las estanterías. 


Un caso distinto fue el de la mercería de Andrea Guijarro, que fue confiscada por el llamado ‘Control Rojo’, terminando su dueña en la prisión de mujeres. Doña Andrea pudo recuperar el negocio y en abril de 1939 lo reflotó gracias al dinero que tenía ahorrado, que le permitió viajar a un pueblo de la frontera de Francia y traerse varios sacos de hilo y botones y volver a empezar.


El Blanco y Negro y el El Valenciano abrieron en la primera semana ade abril, junto a otros negocios importantes como La Tijera de Oro, Muebles París-Madrid y el almacén de tejidos de don José Morales Felices. Para darle la bienvenida a los comerciantes, el Gobernador Civil inauguró la ‘Suscripción Nacional’, donde obligaba a los empresarios a dar un donativo para contribuir “con entusiasmo y altruismo” a este patriótico llamamiento. 



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