El botellón era un envase de cristal de dos litros y medio de coñac con el que los jóvenes de entonces le daban la bienvenida al nuevo año. Era un botellón inocente, de pandillas de amigos y familias que se pasaban la Nochevieja visitando las casas de los vecinos y recorriendo el Paseo de una punta a otra felictando el nuevo año a todo el se cruzaba por delante.
En Almería se cantaba y se lloraba en el Paseo. Si había algo que celebrar, la gente iba al Paseo, donde los bares cerraban más tarde, donde uno se cruzaba con la muchacha que pretendía o con el amigo que no veía desde hace un año.
La historia de las Nochesviejas de posguerra se escribieron en el Paseo al calor de una botella de coñac barato. Los cafés más importantes abrían hasta la madrugada y alguno sacaba el aparato de radio al mostrador para escuchar las campanadas de las doce que ofrecía en directo Radio Nacional de España.
Eran juergas cercanas y sin grandes sobresaltos, en las que estaban permitidas las borracheras decentes, es decir, las que no terminaban en escándalo. Si alguno se pasaba de lo legalmente establecido, corría el riesgo de dormir esa noche en el calabozo del Arresto Municipal, que estaba situado en una habitación del edificio del ayuntamiento que daba a la calle Juez. En el Arresto siempre había un policía de guardia con la porra preparada para calentarle el cuerpo al que llegara, y un portero que se encargaba de abrir, de cerrar y de limpiar el cuartelillo.
Durante muchos años fue conserje del Arresto don Manuel Mateo Tapia, que hubiera podido escribir más de un libro de todos aquellos pobres diablos que pasaron por allí por motivos tan triviales como emborracharse, orinar en la calle o no asistir a una convocatoria del Frente de Juventudes.
Las Nochesviejas de la posguerra fueron también un territorio propicio para las confiterías, que permanecían abiertas hasta las doce de la noche. La viuda de Frías, dueña de ‘La Sevillana’, situada en la Puerta de Purchena, preparaba enormes merengues que vendía por encargo a las familias importantes de la época. Las tres grandes pastelerías de aquel tiempo eran ‘La Sevillana’, ‘La Dulce Alianza’, que ya estaba situada en el Paseo, y el ‘Once de Septiembre’, en la calle Castelar. Cada confitería tenía su sello propio y para Navidad y Año Nuevo salían a la calle a vender la mercancía. Cada casa tenía sus vendedores que iban pregonando por el centro de la ciudad los pasteles recién hechos.
El primer baile de fin de año que se celebró en la ciudad después de la guerra civil lo organizó el Círculo Mercantil, el 31 de diciembre de 1939. Fue un acontecimiento privado, sólo para los socios, que con mostrar el recibo del mes de noviembre, acreditando que estaba pagado, podían formar parte de la fiesta.
Con los años, los bailes del Círculo fueron creciendo y llegaron a reunir a tantos invitados que tuvieron que instalarse en el Teatro Cervantes. Quitaban los asientos del cine, subían el patio de butacas a la altura del escenario y colocaban una gran barra, mesas y sillas alrededor de la pista. El Casino también organizaba sus bailes y en los años cincuenta se incorporaron a la celebración del fin de año las fiestas de la Granja Balear, otro de los cafés de moda que surgieron en el Paseo.
En la Nochevieja de1939 se estrenó en el Salón Hesperia la comedia musical ‘Sombrero de copa’, con Fred Astaire y Ginger Roger y en la iglesia de la Virgen del Mar se celebró una fiesta religiosa en la que actuó el maestro Barco y su orquesta. Todos los actos religiosas tuvieron el mismo escenario al estar cerrada La Catedral por las obras de restauración que se acometieron al terminar la guerra.
Don Nicolás Castillo, propietario del restaurante Imperial, dio una cena de gala para familias de la alta sociedad almeriense y en los barrios pobres se encendieron hogueras y sonaron las guitarras hasta el amanecer.
En lugares como las cuevas de La Chanca, el fin de año se celebraba durante dos días. La fiesta empezaba en Nochevieja y continuaba el uno de enero, hasta que duraban las fuerzas. Era una forma de celebración primitiva, que también se imitaba en zonas como el Reducto, la Plaza de Pavía y el Barrio Alto, donde la gente se echaba a la calle de manera espontánea a beber y a cantar sin otro acompañamiento que la guitarra, el almirez, la botella de anís y la zambomba.
El día de año nuevo, los almerienses regresaban al Paseo, unos para desayunar en los cafés, otros a pasear y a ver los escaparates. Si hacía buen tiempo llegaban hasta el Parque y se daban una vuelta por el Puerto a ver si había entrado algún barco, que en aquellos tiempos estaba considerado como todo un acontecimiento.
La antigua tradición que era muy compartida en la ciudad en las primeras décadas del siglo veinte, de salir el uno de enero a los campos próximos a la ciudad, a comer y a bailar hasta la caída de la tarde, no se recuperó después de la guerra.
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