Bernardo Hernández César, uno de los más veteranos empresarios del transporte almeriense, ha fallecido con 89 años, tras una vida dedicada a ir haciendo grande la empresa familiar que heredó de su padre Bernardo Hernández Felices e instalarla entre las grandes de la región.
Su vida estuvo siempre ligada al volante de un autobús, desde que el brillo del Chévrolet lo encandiló o quizá el giro del volante, aquel viejo volante Fargo con el que guió el destino de miles de cortijeros almeriense durante años por esos campos de Níjar. Los mismos que retrata Goytisolo en su primera novela almeriense, cuando en uno de sus capítulos, el autor se sube al autobús de línea de Bernardo, mira por la ventanilla y se pone a pensar lo que más tarde iba a oficializar en la cuartilla. Pocos almerienses, desde los fenicios, han pasado tanto tiempo hablando y hablando sin parar con la gente, gente pobre de la postguerra. Los conductores de autobús son los mejores psicólogos, observan por el retrovisor y, por la cara, adivinan lo que va pensando cada viajero.
Porque el fallecido empresario fue cocinero antes que fraile: chófer, cobrador, porteador y hasta mecánico de sus vehículos.
A Bernardo lo trajo su madre al mundo recién instaurada la II República, en abril de 1931, frente a la playa de San José. Su padre, el primer Bernardo, compró por esas fechas un turismo Buick negro, de siete plazas, con el que trasladaba pasaje y mercancía de San José a Almería a tres pesetas el viaje, ruta que arrendó al anterior concesionario, Nicolás Ruiz. Antes había sido chófer en las minas de Santa Bárbara. Bernardillo empezó a los 12 años a hacer de cobrador del Chevrolet y del Dodge que llegó después y a hacer sus pinitos como conductor. Iba al colegio de San José en la calle Murcia, pero lo suyo no era el pupitre, sino la bocina. Se lo pasaba de película de pequeño, en San José: no tenía luz ni agua, sólo guardias civiles. Recuerda a otros niños como los Vergel, Núñez, Garrido y Torres. La carretera hasta Almería era de tierra polvorienta. En 1955 se sacó uno de los primeros permisos de conducir de autocar que se expidieron en Almería y en 1960 se casó con la nijareña Dolores Buendía. Bernardo tuvo que asistir una vez a una viajera que rompió aguas en el autobús, de camino hasta Almería. Lo más doloroso para él era llevar a enfermos.
Bernardo fue ampliando flota y abriendo rutas por el Pozo de los Frailes, Albaricoques, Kilómetro 21 y Barranquete, 41 kilómetros en total, después por El Nazareno y Torre Marcelo. Tras varios años, le compró a Juárez la mitad de la sociedad y se embarcó en otra, Bergasan, con su cuñado, que hacía viajes a Carboneras, aunque luego la vendió. Había entonces que pagar préstamos al 20 por ciento de interés a los bancos y había que ir poco a poco. Transportó también durante años a los almerienses que participaban de extras en las películas que se filmaban en Tabernas.
Después abrió una nueva línea de Almería a Alquián, por Los llanos, que aún mantiene. Bernardo, en décadas más recientes, desembarcó en los viajes discrecionales de turismo, paseando a alemanes de Roquetas por toda la provincia.
Bernardo se sentía en su San José como pez en el agua. En su casa -a los pies de la playa- se recluía todos los veranos. Se bañaba por las mañanas, caminaba por las tardes y por la noche acudía a cenar un pescado de la barca. Descanse en paz Bernardo Hernández César.
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