La primera almeriense que llegó al Congreso

La historia de Virtudes es la de una maestra que se casó, crió hijos y quiso dar un paso más

Virtudes Castro (a la derecha) en una votación en el Congreso de los Diputados en 1977, junto a su compañera y amiga Amalia Miranzo.
Virtudes Castro (a la derecha) en una votación en el Congreso de los Diputados en 1977, junto a su compañera y amiga Amalia Miranzo.
Manuel León
07:00 • 28 feb. 2021

El altar de su casa está presidido por una Constitución. Es un libro enorme, de un blanco que ya amarillea y que está firmado por todos los que la hicieron posible. En ese tiempo, cuando se redactaban las líneas más sagradas de nuestro país, Virtudes Castro García (Adra, 1938), estaba también pasando, sin quizá caer en la cuenta, a los anales de la provincia: era la primera mujer almeriense de la historia que se sentaba con su falda en un escaño del Congreso de los Diputados en casi siglo y medio de existencia de la cámara baja, desde que en 1834 se abriera por primera vez.



Se convirtió así, esta abderitana caudalosa, en una continuadora de la estirpe de aquellas mujeres de la índole de Victoria Kent y Clara Campoamor, que iniciaron el camino parlamentario en aquellos días republicanos interrumpidos por las cuatro décadas de Dictadura que vinieron después.



Ahora, con 82 años, en su vivienda de la calle Hermanos Pinzón, rememora aquellos días de furor democrático, rodeada de fotos añejas, aunque con voz aún juvenil y con el discurso intacto. “Que qué echo de menos de la política activa, muchas cosas, ahora lo que hago es pelearme con los que salen en la tele, a veces la apago para no tirarles la zapatilla”. 



No se le olvida su primer día en el Palacio de San Jerónimo, cuando en su misma fila se sentó Pasionaria. “Toda de  negro, recta como una escoba, Carrillo le intentó ayudar en los escalones pero ella le pegó un bufido”. Allí aprendió a pactar, a negociar con sus rivales políticos de la extinta UCD. Era 1977 y las dietas de entonces de diputados no daban para hoteles, se quedaba en Madrid en casa de su suegra y viajaba en una litera del Expreso. Después ya en el Senado, les daban 40.000 pesetas y se alojaban todos los senadores almerienses en el Hotel Príncipe Pío. “Nos matábamos en las comisiones y después nos íbamos juntos a cenar, era así entonces”. 



No tiene ‘batallita’ del 23-F, porque ese día estaba en su cortijo de La Alquería de Adra. “Después supe que esa tarde se presentaron somatenes para ponerse al servicio de la Guardia Civil y yo estaba en una lista negra, me enteré que habían avisado a un barco para que nos evacuaran a varios políticos de izquierdas al Norte de Africa”.



Virtudes nació en plena  Guerra Civil. Era hija de Antonio Castro, un histórico dirigente socialista que al acabar la contienda fue encarcelado cuatro años en Albatera (Alicante) y Pamplona. Era maestro de escuela, pero no le permitieron volver a ejercer.



Se  buscó la vida comprando esparto y embarcando uva, hasta que pudo abrir una escuela para clases particulares en el pueblo.



Virtudes le ayudaba y empezó a estudiar magisterio. Pero se casó en 1960 con  Gregorio Palomino, un madrileño que trabajaba como transportista de Barreiros y se fue con él a vivir a la Ciudad  de Los Ángeles de la capital de España. Allí, con dos hijos nacidos completó sus estudios de magisterio y en 1972 volvió con la familia a Adra, empleándose su marido en el transporte de arena a los invernaderos. 


Virtudes empezó a acompañar a su padre a las primeras reuniones clandestinas que celebraban los socialistas almerienses en la   consulta del médico de la Michelín, Paco Navarro, en la calle Murcia. Allí solían acudir entonces, en esos tiempos predemocráticos aún, José Tesoro Linares, Eloy Martín Viñolo, José Polo, Pepe Céspedes, entre otros socialistas históricos, junto al padre y la hija. 


Virtudes no podía ejercer de maestra porque le faltaban las oposiciones, pero se sacó el título de agente de la propiedad inmobiliaria y se matriculó de Derecho en la UNED. Murió el dictador, llegó Suárez, la Reforma Política y la convocatoria de las primeras elecciones desde febrero del 36. “Una noche mi padre me dijo que en el Partido querían que yo fuera en la lista”. Y la colocaron en el número dos, detrás de Bartolomé Zamora. Nadie pensaba que el PSOE sacaría dos escaños. “Me acosté antes de terminar el recuento de votos sin mucha esperanza y por la mañana me llamó Manolo Tesoro para decirme que había salido elegida”. 


Habían sido semanas de mítines por los pueblos con la megafonía, compitiendo con las misas que los curas programaban a la misma hora,   cuando aún no se podía alzar el puño, cuando aún no estaban perdonadas todas las deudas de las dos Españas, cuando aún no existía ni la Autovía, la Universidad, ni el Hospital Torrecárdenas, cuando aún estaba ahí el bochornoso puente de Rioja; noches de ducados y termos de café, pegando carteles de madrugada con un mocho; noches de programas hablando del aborto y de las huelgas que se sucedían un día y otro en el Paseo con detenidos y gritos a Bances; noches de ilusiones y sueños compartidos porque todo estaba por hacer en una provincia que salía de una vida en blanco y negro Telefunken para inaugurar el color Vanguard. “Mi marido me decía que no le diera tanta caña a Soler Valero, pero había que hacerlo”. Virtudes Se sentó al lado de Felipe, del gitano Juan de Dios, del “ladino juez” con el que no congeniaba en aquellos mítines pantagruélicos de 8.000 personas en las naves de Saltúa”.


Después del amor, llegó el desamor, su resistencia a que el PSOE dejara de ser marxista, su mosqueo por la lucha de sillones y por “los turbios negocios” en la reparcelación de Tierras de Almería. Y dejó el PSOE y cambió al Pasoc con el que salió elegida concejala en Almería De 1987 a 1991. “Me fuí de Guatemala y me metí en Guatepeor”. Volvió como militante de base socialista en los 90, porque los primeros amores nunca se olvidan del todo. “Ya no participo, para qué, si ya ni me conocen en la sede, además, me duelen mucho las piernas”.


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