La crisis sanitaria también ha golpeado en los mercadillos de los barrios, aunque con menos fuerza que en la Plaza de Abastos, donde ya se está ultimando la llegada de bares para cubrir la baja de varios puestos tradicionales que han tenido que cerrar sus puertas.
La Plaza de Pavía mantiene su pulso comercial aunque algunos negocios hayan dejado de existir. Se sostiene por la fuerza que le dan dos barrios tan potentes socialmente como el Reducto y la Chanca, que siguen teniendo el mercadillo como un punto de encuentro, como ese lugar de referencia que es tan antiguo como las calles y las primeras casas del barrio.
Hoy, gran parte de la fuerza que sigue manteniendo el Mercado de Abastos de la Plaza de Pavía se basa en los kioscos de café que custodian sus cuatro esquinas, que se han convertido en los auténticos pilares de la vida comercial del recinto. A primera hora de la mañana, antes incluso de que las barracas abran sus persianas, ya están funcionando los kioscos, que ofrecen sus suculentos desayunos de café, chocolate, churros y tostadas a esa inmensa manzana que va desde el cuartel hasta las últimas casas de Pescadería.
Los kioscos son una llamada para la gente, el re clamo perfecto del que se benefician después los puestos de pescado, de fruta y verdura y los negocios de ropa que en los últimos años se han hecho fuertes en todo el perímetro.
La Plaza de Pavía es su mercado. Si hace cincuenta años la plaza tenía dos vidas, la del mercadillo por las mañanas y las de los niños por la tarde, actualmente ya solo le queda una, la vida mañanera que se genera por la actividad comercial. Por las tardes, cuando cierran las barracas, el lugar parecería un cementerio si no fuera por la presencia de la farmacia, que es como un faro en medio de la oscuridad del océano.
A pesar de las crisis económicas y de la actual epidemia, el mercado de la Plaza de Pavía resiste, alargando una tradición tan antigua como la propia existencia de la plaza, cuando los vendedores ambulantes que llegaban al lugar cargados con su mercancías estiraban una manta o una jarapa en el suelo, sacaban las pesas y la balanza y sentados en cajones de madera organizaban un improvisado mercadillo que con el tiempo se fue convirtiendo en uno de los más importantes de los que se celebraban en la ciudad.
Fue en la posguerra cuando el lugar fue cogiendo fuerza comercial. En aquellos años se hizo muy popular en toda la ciudad el mercadillo mañanero de la Plaza de Pavía. A primera hora se montaban allí puestos itinerantes, donde cada vendedor se colocaba en el primer hueco que encontraba, sin orden ni concierto. Alrededor de la venta legal que controlaban los municipales se fue creando un mercado negro del estraperlo, que se desarrollaba por los callejones de acceso a la plaza.
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