Cuando estalló la pandemia, Emi López Salmerón apenas llevaba seis meses trabajando en la tienda de La Plaza de Día de la calle de Los Picos de la capital. No era una recién llegada al sector, ya que durante muchos años trabajó en otra cadena. Pero nunca se había enfrentado, como el resto de sus compañeros, a algo similar a lo que vivió en las primeras semanas del confinamiento más estricto, cuando ir al súper era de lo poco permitido: colas antes de subir la persiana y miedo entre los clientes, como si solo cruzar las miradas pudiera servir para contagiarse.
“Fueron días de tensión. Antes de abrir ya había gente en fila india en la calle, muchos sin mascarilla, y había que organizarlos: para que se guardaran las distancias dentro y para que se respetaran los aforos”, recuerda.
Una vez dentro del local, la situación no era mejor. “Al principio la gente se miraba con mucho miedo, evitando cualquier roce, como si fueran bichos. Yo trabajo en la pescadería y veía las colas para hacer acopio de víveres, como si fuera la tercera guerra mundial”.
Muchos temores y dudas en un tiempo en el que las normas a las que hoy nos hemos hecho no eran tan habituales. “Se perdían los modales: reproches por no llevar bien la mascarilla o gente que salía liado en un pañuelo o con una bufanda”.
También se podía “cortar la tensión” en las cajas, donde la gente se agolpaba, cerca de los profesionales, cuando no habían llegado las mamparas de protección, ahora por suerte tan presentes. “ Y por megafonía recordaban una y otra vez, como en esos mensajes de película de ciencia ficción, que había que mantener las distancias”.
Los trabajadores de los supermercados también tenían que hacer en ocasiones de psicólogos. “En el barrio hay mucha gente mayor, que se alarmaban porque se acordaban de la guerra. O bien aprovechaban para salir varias veces en un día: ahora a por una barra de pan, luego a por un litro de leche... Calmábamos a muchos diciéndoles que la cadena de alimentación seguía funcionando. En pescadería, por ejemplo, nunca hubo problemas de abastecimiento. Eso sí, la gente arrasaba para congelar, porque algunos decían que no sabían cuándo volverían a salir”. También se disparó el servicio a domicilio y la venta ‘online’. “Muchos pedidos los hacían los hijos para que sus padres no tuvieran que salir”.
De aquel marzo de 2020, hay una imagen que Emi López Salmerón no puede olvidar. “A las siete de la mañana no había ni gente ni coches: parecía una película de Stephen King. Las calles sucias, llenas de guantes tirados. Recuerdo ir llorando por la calle los 18 minutos que tardo de mi casa al supermercado. Por lo menos estuve diez días así, hasta que me acostumbré”.
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