En el verano de 1932, un año después de la proclamación de la Segunda República, la llamada Asociación Provincial del Magisterio Primario, insistió ante las autoridades locales para que las reformas que pregonaban los nuevos gobernantes, en relación a la enseñanza, empezaran a concretarse cuanto antes para mejorar la situación escolar, que en Almería arrastraba todavía graves carencias como la falta de escolarización en las zonas rurales y el alto índice de analfabetos.
Ese mismo verano se acometió en la capital el ambicioso proyecto de arreglar más de veinte escuelas públicas, muchas de ellas, pequeños colegios de barrio donde en un par de habitaciones se aglomeraban casi un centenar de niños. Se adecentaron las aulas, se enriquecieron con materiales didácticos y se contrato a nuevos profesores en un intento de mejorar la calidad de la educación.
Uno de los grandes proyectos que se gestaron en junio de 1932 fue la puesta en marcha de una Colonia Escolar en el pueblo serrano de Laujar. El Estado había consignado la cantidad de cinco mil pesetas para su realización, pero hacían falta otras cinco mil para que esta empresa pudiera hacerse realidad.
El entonces alcalde de Almería, don Antonio Oliveros Ruiz, en su doble faceta de regidor de la ciudad y vocal de la Junta de Asistencia Social, fue una figura clave para conseguir que la mencionada Junta de Asistencia pusiera de su fondo el dinero que faltaba para poder organizar la Colonia.
Fue imprescindible también la aportación de los maestros, que encabezados por el Inspector de Primera Enseñanza, don José Zambrano, se pusieron al frente del grupo para la organización de la expedición.
La Colonia Escolar de Laujar la formaban los inspectores José Zambrano y Carmen Higueras. Los maestros: Rafael Plaza Martínez, José Martos Reche y José de Dios Vidal; y las maestras: Mercedes Plaza Martínez, Natalia Sarabia y Rosario Lucas Espinosa. Todos ellos al frente de un grupo de cincuenta escolares, la mitad procedentes de las escuelas nacionales de la capital y los otros de los centros de Asistencia Social donde recogían a niños con problemas de marginación.
En la Colonia de Laujar se puso en funcionamiento un plan pedagógico que contemplaba, como líneas maestras, la potenciación de la enseñanza mixta, es decir, que no hubiera distancias en la educación y en la convivencia entre niños y niñas; la integración entre los que procedían de clases sociales bajas y clases marginales con el resto del grupo, y la puesta en practica de los métodos de observación directa e integración con el medio, aprovechando un entorno privilegiado como la Alpujarra almeriense.
La Colonia Escolar fue un buen experimento que sirvió para que los poderes públicos pusieran más atención en la llamada ‘escuela popular’. En el curso siguiente, 1932-1933. se potenciaron las cantinas y los roperos escolares. Cantinas para proteger la alimentación de los escolares que procedían de las clases más necesitadas; roperos para vestir a los niños que no tenían medios suficientes para comprarse ropa.
A lo largo de 1933 se abrieron varias cantinas escolares en la capital, todas subvencionadas por el dinero del Estado y por el obtenido en una suscripción popular que abrió el Consejo Provincial de Primera Enseñanza.
Uno de los proyectos más ambiciosos fue la inauguración, el diez de mayo de 1933, de la cantina escolar que se estableció en el grupo de párvulos de tres secciones, que con el nombre de ‘Mariana Pineda’, funcionaba en el corazón de la calle de la Almedina. En el colegio de ‘los cagones’, como se le conocía popularmente, se construyó un comedor infantil con capacidad para cuarenta niños de ambos sexos. Para poder inscribirse en el comedor era necesario acreditar la falta de recursos económicos de los padres de los alumnos.
Al frente de la escuela figuraban entonces las señoritas: Amparo Rodríguez García, Encarnación Molina, Isabel García Ruiz y Guillermina Ruiz Sánchez. Aquellas maestras desarrollaron una doble función: por un lado de instruir a los niños en las materias escolares y por otra la de convertirse en sus segundas madres enseñándoles los modales y el comportamiento que por su situación social difícilmente iban a adquirir en sus hogares.
En otros colegios de los barrios se invirtió en la mejora de las instalaciones. En la Graduada de la calle General Luque, que presentaba un aspecto desastroso, se rehabilitaron las techumbres, tan agrietadas que cuando llovía con fuerza tenían que suspenderse las clases por las goteras, y se construyó un cuarto de aseo para niños y otro para las niñas.
Fueron años de grandes cambios y mejoras, que se vieron truncados por la guerra civil.
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