José Marín-Baldo llegó en 1859 a Almería durante la efervescencia propiciada por el derribo de las murallas que la habían ofuscado hasta entonces. Era un joven murciano, de acrisolada familia e hijo del alcalde, que se había ganado la plaza de arquitecto provincial en propiedad con su sueldo de 1.200 escudos anuales y que llegaba a esa ciudad sureña y vecina a la suya con toda la ilusión juvenil por delante.
Almería se había liberado, por fin, de esa fortificación de origen medieval -reconstruida en el siglo XVII- y el debate sobre qué hacer con ese espacio ganado estaba servido. Según el legajo 653 del Archivo Municipal, la demolición de esos muros se llevó a cabo entre 1855 y 1863, una vez que fue autorizado por el ministro de la Guerra, Fernando Fernández de Córdova, que Almería dejara de ser Plaza Fuerte y que pudiera eliminar murallas y baluartes, a iniciativa del diputado a Cortes Juan del Arenal.
La primera fase del derribo se ejecutó en el denominado como Paseo de la Feria, entre el antiguo baluarte de Coca y Puerta Purchena hasta lo que hoy es la Plaza del Educador y eso aceleró los planes para el ensanche a Levante y hacia el Sur de lo que se denominaba entonces como La Alameda.
La primera vez que se expresó por escrito en las actas consistoriales la voluntad de construir un ‘Gran Salón’ sobre el espacio ganado a las murallas y a las solares resultantes de la desamortización del convento de San Francisco, fue a través del impresor y concejal Mariano Alvarez, suegro de Colombine. Una idea que fue rechazada por otro edil, Francisco Jover Berruezo, quien se opuso porque “acabaría con los 29 álamos existentes y con el Paseo de Campos (actual calle Conde Ofalia).
El arquitecto municipal, Fabio Gago, presentó en 1858 un proyecto que haría del futuro Paseo una línea curva al llegar hasta donde está hoy el ficus gigante bajando por las plazas Marqués de Heredia y Pablo Cazard.
Fue Marín-Baldo el que presentó un proyecto en el que demostraba que era posible hacer del nuevo Paseo una línea recta, tal como lo conocemos hoy día, uniendo la parte alta con el futuro boulevard.
Su ambicioso ‘Plan de Prolongación del Paseo y Ensanche de la Ciudad por Levante’, redactado en 1860 -cuando Almería era una ciudad de 27.000 habitantes- con el nombre de Paseo del Príncipe (por el futuro Alfonso XII) ordenaba ese espacio y le daba eje y rasero. Decía en su proyecto que “hasta ahora ni los espacios ni manzanas han sido bien estudiados, ni han intervenido directores de obra, nada más que maestros albañiles”.
El murciano marcó una línea de fachada de la que disfruta desde entonces la ciudad y alabó el plano inclinado del Paseo por las vistas al mar que generaba. La urbanización de Marín continuaba hasta la desembocadura de la Rambla de Belén y desde allí por el Malecón hasta el Muelle.
El informe del arquitecto provincial iba más allá: proponía la apertura de la actual calle General Tamayo para comunicar el incipiente Paseo con la calle Real, centro comercial entonces de la ciudad, e ideaba otra nueva calle desde Santo Domingo hasta Pescadores, junto al torreón de la Trinidad, actual calle Martínez Campos.
El principal escollo del proyecto de Marín, uno de los primeros arquitectos de la nueva ciudad burguesa -antes que él habían trabajado Gago y Munar y a su par Joaquín Cabrera- fue el de cómo salvar las edificaciones y huertas de la calle de la Vega (actual Rueda López), que en esos tiempos se unían a las de la antigua Puerta del Sol (calle Lachambre) dejando solo un estrecho pasillo donde está hoy el kiosco.
A favor de este plan, que entonces se antojaba muy complejo, jugaba el hecho de que la mayoría de las casas y huertas pertenecían al multimillonario en reales Ramón Orozco Gerez, a quien además le interesaba que esos terrenos del ensanche urbano ganaran valor. Lo que no era suyo de esas manzanas de casas las compró el patricio y luego las vendió al Consistorio para que pudieran ser derribadas y abrir por fin el Paseo hacia el sur. El maestro de obras, Pedro Salute, hizo la tasación de los terrenos.
El Paseo, para Marín, no iba a ser solo una nueva Avenida, sino el eje del que partía toda la expansión urbana de Almería hasta comienzos del siglo XX con calles paralelas y perpendiculares hasta la Rambla de Belén y del Obispo, como indicó el arquitecto y estudioso de la Almería decimonónica, Emilio Villanueva. Así nacieron las actuales Reyes Católicos, Navarro Rodrigo, Méndez Núñez o Rueda López, entonces campos estercolados para el cultivo de patatas y verduras. Marín también dejó descrito el emplazamiento del futuro Mercado de abastos, sobre los jardines de Orozco, aunque su inauguración se dilató hasta 1892.
El Paseo fue la principal aportación del arquitecto murciano a la ciudad, pero hubo otras muchas, en una década que duró su estancia: diseñó el segundo pingurucho de Los Coloraos, una columna coronada sobre un ángel caído, y leyó, junto al alcalde Manuel Berruezo, el discurso patriótico el 18 de noviembre de 1868, ya que era pariente de Ángel Garay, uno de los fusilados el 24 de agosto de 1824. (El primer cenotafio fue un discreto diseño del maestro de obras Juan de Mata Prats que se había quedado obsoleto en el primitivo cementerio de Belén). Cuando un año después se marchó Marín-Baldo, fue Enrique López Rull quien finalizó la obra de ese monumento de honras fúnebres en la Puerta Purchena; formuló el arquitecto murciano el primer proyecto de traída de aguas a la ciudad en 1867 junto al ingeniero Francisco Durbán; proyectó la casona que hoy es sede de Cruz Roja en el Parque por encargo de Fernando Roda; diseñó los cimientos del Teatro Cervantes; alumbró las primeras casas obreras típicas de puerta y ventana que aún se pueden apreciar en algunos barrios almerienses; y proyectó también los primeros mingitorios, en forma de garita cuartelera.
Era gran dibujante, pintor paisajista, poeta y diseñó un gran monumento a Colón que no llegó a construirse porque Isabel II dijo que suponía la mitad de su presupuesto real. En Almería nació y se crió su hijo José Marin-Baldo Burgueros, que adquirió celebridad en París como acuarelista.
Edificó su propia casa en ese Paseo, el mismo que él soñó, y que aún conservó tras marcharse a Murcia en 1869 como arquitecto municipal. Lo primero que hacía cuando volvía Almería era reservar los altos de La Cervecería Inglesa para disfrutar con sus amigos, entre los que se hallaban Trinidad Cuartara y Enrique López Rull, la nueva hornada de la arquitectura almeriense. A un hermano de éste, a Guillermo, terminó vendiéndole esa casa antes de fallecer en Murcia este inquieto y polifacético artista en 1891. Ocurre, a veces, en la historia de Almería que personas que tuvieron -y tienen a través de su obra- una intensa influencia sobre algún aspecto de la ciudad, terminan en el anonimato y viceversa. Marin-Baldo es un preclaro ejemplo de lo primero.
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