El Corpus ha ido decayendo hasta quedarse medio oculto entre las nieblas del calendario moderno. Los niños de hace medio siglo llevamos impreso en la memoria el recuerdo de aquella gran festividad que más que una celebración religiosa significaba el comienzo del verano. Ese día estrenábamos la ropa blanca y el cuerpo empezaba a pedirnos las vacaciones.
En las primeras décadas del siglo pasado esta celebración llegó a ser tan importante como la feria y la ciudad se preparaba todos los años para recibirla con sus mejores galas.
El día del Corpus era una de las fiestas mayores que se celebraban en Almería. Era un día grande que además del componente religioso tenía el aliciente añadido de ser la fecha en la que la mayoría de los comercios de la ciudad iniciaban la temporada de verano. El Corpus era entonces el día de los niños, que llenaban las calles del centro con sus ropas de estreno y con los juguetes de moda que mostraban los lujosos escaparates de las tiendas del Paseo.
La fiesta comenzaba en las vísperas con la celebración de la Octava del Corpus, que en 1912 no se pudo festejar debido a una jornada de paro general que hubo en Almería para mostrar el malestar de la ciudad por los continuos desamparos de los poderes públicos y en protesta por la decisión de la Compañía del Sur de España de suprimir uno de los trenes que unían la provincia con Madrid. El paro fue general, no abrieron los comercios y no hubo clases ni en el Seminario ni en las escuelas públicas.
Un año después, en 1913, la ciudad recuperó su peculiar Octava del Corpus organizando grandes festejos. Por la tarde, la gente se echó a las calles para asistir a los distintos actos que se organizaban al aire libre, llenando de alegría y de alboroto las plazas y las principales avenidas.
En el Bulevar del Príncipe tocaba la Banda Municipal y a lo largo del Paseo se instalaban puestos ambulantes de garbanzos, chufas y turrón, y una fila de tenderetes donde los buhoneros venidos de los pueblos del levante y de Murcia mostraban sus mercancías. Ese año, por orden del alcalde se colocaron focos eléctricos en el Bulevar y en el Paseo y el empresario Agustín Esteban montó un cinematógrafo al aire libre en la Plaza Circular, a cambio de pagarle al municipio el quince por ciento de lo que consiguiera recaudar por las sillas ocupadas.
La fiesta del Corpus se celebraba al día siguiente. La procesión salía de la Catedral, acompañada por todo el clero de la ciudad, el Seminario, las fuerzas de la Guardia Civil y del Regimiento de Córdoba. Cuarenta soldados escoltaban al Señor y el resto de la fuerza militar cubría la carrera de la procesión que recorría las calles del Cid, Real, Santo Cristo, Mariana y Cervantes.
Pero el momento más solemne de aquella jornada fue cuando a las siete y media de la mañana salió del Sagrario el cortejo para dirigirse a la cárcel a administrar la comunión a los reclusos.
Abría la marcha un piquete de caballería de la Guardia Civil, y a la cabeza figuraban la cruz principal y ciriales, seguidos de largas filas de señoras y caballeros de la Hermandad del Santísimo con hachas encendidas. “Entre nubes de incienso, el sonido de las campanillas, los himnos solemnes que entonaban los sacerdotes, los acordes de la Banda Municipal, fue conducido el Santísimo hasta la cárcel de la calle Real”, narraba la crónica del periódico ‘La Información’.
Los presos festejaron el día grande del Señor con una comida extraordinaria que costeó el Obispo, don Vicente Casanova y Marzol, mientras que una dama de la alta sociedad almeriense, la señora Pilar Eraso, obsequió a los reclusos con bandejas de pasteles y cigarros puros.
El jueves del Corpus era entonces el día de los niños, que participaban en la procesión y a lo largo del día disfrutaban de la programación de actos que organizaba el municipio. Además del espectáculo de cine que se ofrecía en la Plaza Circular, podían disfrutar de las actuaciones de los teatros de títeres, conocidos popularmente como los Cristobicas, que llenaban de un público infantil la glorieta de San Pedro. A
Algunos comercios importantes como el Río de la Plata, en la Puerta de Purchena, abría ese día sus puertas para mostrar al público sus artículos para la temporada de verano y repartía entre los niños globos y caramelos, por lo que por la tarde eran habituales las colas delante de la puerta del establecimiento.
Don Andrés Guilliano, dueño de la perfumería Inglesa del Paseo, tiraba la casa por la ventana ofreciendo objetos de fantasía a sólo dos reales.
Era un día de ropa de estreno y de ríos de gente pasando por las avenidas principales.
En el Corpus de 1913 fueron muy celebrados los escaparates de la tienda de El Águila, que unos meses antes había abierto sus puertas en el corazón del Paseo. Los mejores juguetes de la época, importados de las prestigiosas fábricas de Valencia y Cataluña, lucían detrás de los cristales mezclándose con la ropa infantil de temporada. En la Puerta de Purchena los niños y las niñas competían al juego del aro, aprovechando el desnivel del Paseo para poner a prueba su habilidad.
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