La vida del Parque cien años después

El llamado Parque Viejo ha pasado de ser un lugar de paseos a un escenario multidisciplinar

El Parque ha cambiado con el paso de los años.
El Parque ha cambiado con el paso de los años. La Voz
Eduardo de Vicente
07:00 • 06 jun. 2021

Hace un siglo, cuando el Parque se había convertido ya en el patio de recreo de la ciudad, los almerienses iban sin más motivo que el de sentarse a la sombra de un árbol o el de pasear de una punta a otra sin ningún destino. 



Hoy ya no se pasea por el puro placer de caminar, los que caminan con paso rápido por el Parque llevan un cronómetro en el bolsillo para contar los pasos que andan y las calorías que pierden, mientras que los que caminan con paso lento llevan un perro entre las piernas.



Los niños de hace un siglo iban al Parque a subirse a las ramas de los árboles o a jugar al escondite entre la vegetación. Los niños de hoy necesitan algún motivo para ir al Parque y lo encuentran en las áreas de juegos infantiles que el Ayuntamiento ha colocado de forma estratégica para que ninguno se aburra. 



El Parque actual es un escenario multidisciplinar donde los pipicanes conviven con los aparatos de gimnasia, con los columpios de los niños y con dos bares en forma de kiosco donde los fines de semana es complicado  encontrar una mesa. De las señas de identidad antiguas quedan los árboles y tres estatuas: el discóbolo, el busto de Navarro Rodrigo y el de Nicolás Salmerón.



En ese tránsito del Parque antiguo al actual se ha perdido el alma de refugio que tuvo durante décadas, cuando era posible perderse en sus silencios y esconderse en uno de aquellos bancos donde las parejas se iniciaban en los asuntos del amor.



El ruido forma parte de la personalidad del Parque actual. Es el precio que ha tenido que pagar al quedarse acorralado entre una carretera nacional y una avenida. Sería imposible sentarse en un banco a leer un libro o a escuchar el canto de los pájaros, porque allí no se escucha otro sonido que el de los motores de los coches que van y vienen sin descanso por la carretera de Aguadulce.



A lo largo de más de un siglo de historia, el Parque ha tenido varios nombres, dependiendo del momento político que se viviera. Pudo haber llevado el nombre del ingeniero del puerto Francisco Javier Cervantes, tal y como lo llamaban de forma extraoficial durante las obras, pero en enero de 1916 el concejal señor Villegas pidió que se denominara con el nombre de Parque Alfonso XIII, quedando aprobada dicha propuesta en la sesión municipal del uno de febrero. En los años de la República se le dio el nombre de Nicolás Salmerón y en la posguerra se lo dedicaron a la figura de José Antonio Primo de Rivera.



En los años veinte el Parque era el lugar de recreo de los almerienses. Por las noches se organizaban conciertos y desde el Cuartel de la Misericordia bajaban los soldados de la banda del Regimiento de la Corona, seguidos por un rebaño de niños que iban marcando el paso al compás de la música. Para la Feria, el anchurón del Parque se transformaba en una sala al aire libre donde instalaban el cinematógrafo. 


En aquellos años el Parque de Alfonso XIII ofrecía varios ambientes, según la hora del día. Si por las tardes era un lugar de esparcimiento para las familias y escenario de los juegos infantiles, por las noches se transformaba en un refugio para las parejas de enamorados.  A la humilde plazoleta donde se levantaba la única fuente que adornaba el Parque, la llamaban entonces la glorieta de los idilios por ser el escenario escogido por los novios para pelar la pava. 


En aquel marco incomparable, lleno de vegetación y frente al puerto, no existía sin embargo ningún elemento decorativo ni artístico que le diera una pincelada social y cultural. En ese intento de embellecer el lugar nació la idea de levantar allí un monumento y por iniciativa del diario La Crónica Meridional, se alentó al presidente del Casino para que contribuyera a la ornamentación del Parque. Don Eduardo Romero Valverde acogió la petición y encargó a un artista de Florencia una estatua en mármol de Carrara como monumento al trabajador.  En vista del éxito del monumento, unos meses después la ciudad se preparó para recibir una nueva estatua en el Parque. En julio de 1925 empezó a instalarse la figura del Discóbolo, fundida en la fábrica de don Francisco Oliveros y regalada por éste a la Junta de Obras del Puerto.


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