María Martínez Romero ha sido 46 años docente y 35 de directora del CEIP ‘Josefina Baró’ de El Puche
La pandemia casi eclipsa su jubilación.
Pensé que no podría despedirme por la crisis sanitaria, pero el miércoles viví una sorpresa muy agradable con la asistencia a mi jubilación del claustro del ‘Josefina Baró’, toda la directiva del ‘Ave María del Diezmo’; los maestros del ‘Colegio Puche’ y del I.E.S ‘Andarax’; la conserje y el equipo de cocina; así como antiguos docentes, y mi familia. Me emocioné cuando destacaron “la humanidad” que ven en mí, la misma que compartimos todos los docentes.
¿Quién fue Josefina Baró?
Fue la inspectora que llevó a cabo la educación permanente en Almería y, tras su jubilación, el entonces delegado Vicente Abad, le consultó si quería que un colegio de un barrio marginal llevara su nombre, y aceptó encantada.
¿Qué recuerdo hay de ella en el colegio?
En la biblioteca conservamos sus libros que fueron donados por su hija Concha Moreno, profesora de la Universidad de Almería.
46 años en la enseñanza y 35 como directora del ‘Josefina Baró’. ¿Hay destinos laborales incómodos?
¡No, que va! ¡Yo llegué con muchas ganas! Comencé haciendo una sustitución en el colegio Puche. Luego estuve en Cuevas de Los Medinas y regresé en el ‘Josefina Baró’. Añoraba mucho el barrio y me quedé.
¿Recuerda su primer día como maestra?
Fue en el centro Puche, no eran las instalaciones que hay hoy. Eran 8 barracones no muy grandes y en cada uno de ellos habría unos 40 alumnos, pero como lo hacía con tanta ilusión y ganas, a mí me parecía fabuloso.
¿Cómo era aquel primer alumnado?
En la primera etapa eran niños de la calle que venían con muchos problemas. No podías hacer otra cosa más que ganarte su confianza. En los momentos críticos yo les ponía un dictado y llegaba la paz (se ríe).
¿A quién ha conocido mejor, a los padres o a los hijos?
Sirvió de mucho conocer antes a los padres; supe así del entorno familiar duro de estos alumnos. Tener a los padres como amigos para conseguir su implicación era fundamental.
¿Las madres gitanas llevaban a su hijos al colegio de la mano?
No, la gran mayoría venían solos hasta que llegaron los alumnos de Infantil con sus madres. A partir de aquí se estrechó la relación del alumnado con sus progenitoras.
¿Cómo son hoy los alumnos del ‘Josefina Baró’?
Hay alumnado gitano y no gitano, y marroquí. Al principio los niños marroquíes no eran aceptados, pero con mucho esfuerzo y trabajo se consiguió la integración. Nos alegra verlos conviviendo en las aulas y jugando en el recreo.
Desde fuera, ¿cómo es la mirada hacia la diversidad cultural?
Partiendo de que todos somos lo mismo, en el colegio se refleja esa igualdad y trabajamos desde ese punto de vista. Cuando los niños marroquíes celebran su fiesta del cordero participamos todos. De igual forma cuando celebramos Navidad.
¿Cómo introdujo la poesía en las niñas y niños del barrio?
La biblioteca tiene muchos libros y los alumnos trabajan bastante con poemas de Lorca, Alberti, Machado.... Les pedía que se trajesen aprendida una poesía ¡y eran verdaderos artistas!
Díganos un poema favorito de los alumnos.
Pues mira, recuerdo el poema de Lorca ‘Muerte de Antoñito el Camborio’ -este término en lengua gitana quiere decir ‘familia’-, en donde se alude a sus raíces por el apellido Heredia.
¿Qué hay detrás del niño que levanta veloz la mano para contestar a la maestra?
Hay mucha motivación y lo hemos comprobado en los últimos 15 años de trabajo. Antes los niños no mostraban interés, ahora contestan con seguridad. Esto a los maestros nos da mucha satisfacción.
¿Son efectivas las políticas compensatorias en el alumnado preferente?
Sí, con la democracia, tras una iniciativa del gobierno socialista, las políticas compensatorias fueron el hecho más importante en la educación porque los alumnos comen en el centro y están atendidos por profesores de apoyo.
¿Ha descubierto por qué las matemáticas no gustan tanto?
La enseñanza de esta asignatura debería de ser más divertida. Pero hemos observado que el cálculo les encanta a los alumnos marroquíes.
Cuéntenos una anécdota.
Hace unos días vino a verme Eduardo Montoya, un exalumno gitano que está terminando Auxiliar de Enfermería, y me dijo: “Maestra, lo mejor de mi vida lo he pasado aquí”. Pues con eso también me quedo.
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