El mito de las bellezas extranjeras

Había quien se iba al aeropuerto de excursión solo para ver a las extranjeras que llegaban

El que sí pudo decir que estuvo con una extranjera de lujo fue Pepe el Habichuela.
El que sí pudo decir que estuvo con una extranjera de lujo fue Pepe el Habichuela.
Eduardo de Vicente
07:00 • 08 jul. 2021

Cuando en la primavera de 1968 empezamos a recibir las primeras extranjeras que llegaban en avión, había quien se iba de excursión al aeropuerto solo para ver de cerca a aquellas mujeres que según decía la rumología popular de la época, estaban varios escalones por encima de nuestras normas morales y mucho más adelantadas que las muchachas de Almería, gracias a la libertad que disfrutaban en sus países.



Aquí nos gustaban mucho las extranjeras y casi todos conocíamos en nuestro barrio a algún camarero o algún botones de hotel que contaba la historia de alguien que había conseguido ligar con una extranjera. Los emigrantes de Almería que en los años sesenta se iban a Mallorca a echar los meses de verano en la hostelería, regresaban después narrando auténticas hazañas que tenían como protagonistas a auténticas suecas de dos metros de altura.



Las extranjeras que llegaban a Almería en la segunda mitad de los años sesenta venían rodeadas de ese halo de libertad que acentuaba su atractivo. El hecho de proceder de otro país les daba un punto más de seducción, como si trajeran todo el exotismo y el encanto que les proporcionaba venir de un lugar que seguramente nos llevaba veinte años de adelanto.



Aquí se organizaban excursiones en bicicleta hasta los cerros de La Garrofa para ver a las alemanas en bikini. Espiar a las extranjeras que se instalaban en el camping significaba pasarse un día entero merodeando entre las rocas que rodeaban el campamento sin otro aliciente que esperar con paciencia a ver si alguna se quitaba la parte de arriba o se duchaba al aire libre entre las caravanas para quitarse la sal del cuerpo. Hubo hasta quien se compró unos prismáticos en la óptica de don Agustín Apoita para poder espiar de cerca todos los movimientos de las extranjeras que se medio desnudaban en nuestro litoral. Aquellas escaramuzas de adolescentes deseosos de ver un cuerpo femenino tenían el peligro de ser descubiertas por la pareja de guardias civiles que habitualmente frecuentaban el lugar para velar por la seguridad de los turistas.



El mito alcanzaba sus cotas más altas si además de extranjera era una actriz famosa. Todavía hay quien recuerda la revolución que desató Claudia Cardinale en la primavera de 1968 cuando se presentó en la estación con una minifalda ante la mirada incrédula de los taxistas y de los cocheros que aguardaban la llegada del tren de Madrid. Unos días después la vimos pasear por la Plaza Vieja y por  el Paseo montada en un coche de caballos junto a Henri Fonda y otros actores, llevando detrás una procesión de devotos adolescentes que se dejaron la salud acordándose de aquella diosa.



Todos contaban después que se habían rozado con la actriz y juraban que ella los había mirado a los ojos. Mentira. Aquí, el único que se codeó de verdad con una de las grandes fue Pepe el Habichuela, que habló con Brigitte Bardot de tú a tú y le aguantó la mirada como si fueran colegas.



En aquellos años se pusieron de moda los concursos de belleza, que venían a ser un complemento perfecto para la campaña de fomento del turismo. En el verano de 1966 se organizaban concursos de mises hasta en las fiestas de los barrios. El camping de Aguadulce, aprovechando el tirón que empezaban a tener aquellas playas, celebró su certamen de mises, así como el camping de la Garrofa. La mayoría de estos premios playeros se los llevaban muchachas extranjeras, algunas menores de edad, que además de su incuestionable belleza estaban respaldadas por unos padres con una posición económica más que respetable.



En ese mismo verano de 1966 se organizó el concurso de Miss Turismo en la Caseta Popular. Fue un gran acontecimiento, muy comentado en la ciudad por la impresionante belleza de la joven que se llevó el primer premio. “Es  una sefardita de sugestiva belleza. Universitaria de ojos negros y misteriosos. Su fisonomía grácil es de una encantadora espiritualidad”, contaba el cronista en el periódico de aquel día. La agraciada se llamaba Rut Hazan, tenía 19 años recién cumplidos y era sobrina del gran Rabí de Estrasburgo.



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