Don Alain y su visita a la comisaría

Las primeras estrellas de cine que llegaron a Almería a lo largo de los años sesenta disfrutaban del privilegio de poder pasar desapercibidos, salvo que fueras Brigitte Bardot o Claudia Cardinale. 

Al contrario de lo que ocurría en grandes ciudades, aquí, en esa época, eran cuatro los que estaban informados y los que estaban en condiciones de reconocer a los actores que estaban empezando a sonar con fuerza en el panorama cinematográfico de la época. Salvo los que trabajaban en el periódico y algún aficionado al séptimo arte, el resto de la población solo conocía, y a mucha distancia, a alguno de los actores míticos de Hollywood y pare usted de contar. 

Venir a rodar a Almería era una odisea por las comunicaciones, pero tenía la gran ventaja de que aquí, un actor podía hacer vida normal, como un ciudadano más, sin que lo agobiaran por la calle o lo pararan para pedirle un autógrafo.  

Cuando en junio de 1965 el actor francés Alain Delon llegó a Almería para participar en el rodaje de la película ‘Los Centuriones’, casi nadie sabía quien era. En el reparto venía también Anthony Quiin, que por haber formado parte del elenco de Lawrence de Arabia sí podía ser fácilmente reconocido por el público cuando caminaba por el Paseo.

Alain Delon estaba entonces en los albores de su carrera y aunque ya gozaba de un reconocido prestigio en Europa, aquí estábamos todavía muy lejos de las modas y de las tendencias culturales, que llegaban más tarde por aquello de nuestro aislamiento histórico.

Pasar desapercibido era un privilegio para muchos actores, pero en el caso de Alain Delon fue también un problema que le costó pasar un mal rato. Solía ocurrir en aquellos tiempos, que cuando llegaba un gran rodaje las autoridades organizaban algún festejo taurino para entretener a tan ilustres visitantes. No teníamos otro entretenimiento que ir a la playa, sentarnos en una café del Paseo, ir al fútbol el domingo o ver una corrida de toros. 

Para el 29 de junio de 1965, día de San Pedro, que entonces era festivo, se organizó una novillada en la Plaza de Toros, con cuatro matadores en ciernes entre los que estaba un maletilla, Guillermo Tell, que había estado esperando su oportunidad durante noventa días en la puerta de nuestra plaza. Completaban el cartel: Juan Andújar, Paco de la Cruz y Amado Jiménez. El programa no era para lanzar cohetes, pero sí al menos para entretener a la gente y para que los peliculeros pasaran el rato en aquel día festivo en el que no había rodaje.

El primero en llegar fue Anthony Quinn, que ocupó un sitio en la barrera al lado del médico don Domingo Artes, y unos minutos después, con la corrida empezada, llegó Alain Delon. En sus memorias no publicadas, el que fuera concejal del ayuntamiento, Ángel Gómez Fuentes, contaba que el actor francés, “desconocedor de la prohibición de acceder al tendido durante la lidia de un toro, pretendió ocupar su asiento en plena faena”, siendo interceptado por un policía que se encontraba en la puerta de acceso. El servidor de la ley le puso la mano en el pecho para frenar su marcha, lo que ofendió al actor, que no dudó en repeler el gesto, empujando al guardia. 

En un minuto la faena se trasladó del ruedo a la puerta de entrada, interviniendo varios policías que no tardaron en esposar al famoso galán, sin tener ni idea de a quién estaban deteniendo. El bueno de Alain Delon era uno más en la Plaza de Toros, como si en vez del actor francés se hubiera tratado de un humilde vecino del Quemadero o del Barrio Alto.

Tras la detención fue conducido a las dependencias de la comisaría, donde se le practicaron las diligencias de rigor. Poco después se personaron en las oficinas Anthony Quiin y un concejal del ayuntamiento para enmendar el entuerto. La inesperada presencia  de Alain Delon fue recordada durante mucho tiempo: nunca un tío tan guapo había pisado la comisaría.