Después de muchos años de advertencias, de supuestos acuerdos internacionales para reducir las emisiones de dióxido de carbono -acuerdos que no acaban de cumplirse por la inacción de los gobiernos y el poder de los grandes grupos de presión, adalides del negacionismo- la situación se ha vuelto crítica, límite.
Un panel de más de 250 científicos de todo el mundo se ha reunido para estudiar la evolución del cambio climático, sus implicaciones y de analizar el futuro ya no lejano, sino cada vez más inmediato, su dictamen es concluyente y alarmante: se ha llegado a un punto de no retorno; podemos amortiguar el avance de ese cambio sobre la faz de la tierra, pero el tiempo de una posible marcha atrás ya pasó.
¿Y ahora qué?
Ignorar los problemas no suele ser la mejor forma de solucionarlos y, ya con el tiempo encima, se empiezan a estudiar fórmulas no ya para detener un deterioro que a todas luces parece imparable porque muy pocos están dispuestos a renunciar a sus desarrollos, por insostenibles que sean, sino para adaptarse a un nuevo escenario.
Uno de los sectores en los que se han puesto manos a la obra es el hortofrutícola, y más concretamente el almeriense, de forma que instituciones como Cajamar Caja Rural, la Fundación Tecnova, la Universidad de Almería o el Instituto de Investigación y Formación Agraria y Pesquera (IFAPA), ya trabajan en multitud de facetas que supongan saber convivir con esos cambios y alcanzar ese ‘más difícil todavía que supone cultivar sin suelos fértiles, con una escasa dotación hídrica o con una escasa, o nula, aportación de energía.
El camino
El calentamiento global es un aspecto fundamental para la agricultura venidera, que está afectando a frutas y verduras, a la agricultura en general y de lleno a la mediterránea, por lo que será muy importante adaptar adecuadamente el sector agrícola con el objeto de asegurar la producción de alimentos. Lo dice Carlos Baixauli, investigador y director de uno de los centros de investigación agrícola de Cajamar Caja Rural.
Añade que, como consecuencia del cambio climático se pueden ver incrementadas las enfermedades no parasitarias, consecuencia de las desfavorables condiciones del medio. Entre las causas más frecuentes de estrés en las plantas destacan el hídrico, las bajas o altas temperaturas, la salinidad y la acidez de los suelos.
Los cambios
Determinados agentes no parasitarios, como el granizo, las heladas, los problemas nutricionales, problemas fisiológicos y otros conocidos como accidentes o fisiopatías, pueden afectar a numerosas especies. Entre otros, se pueden citar los denominados ‘tipburn’, podredumbre apical o golpes de sol, agrietados, ahuecado de los frutos, etc., que se producen en las frutas y las hortalizas.
En el caso del tomate, la incidencia de elevadas temperaturas, superiores a 35 °C, disminuye la viabilidad del polen. La floración, su cuaje o polinización también se aminora, lo que tiene un impacto importante sobre el rendimiento productivo, poniendo en entredicho la viabilidad económica de muchos productores, y no olvidemos que Almería es el primer productor nacional de tomate.
Las hortalizas requieren un suministro regular y uniforme del agua que asegure un flujo adecuado a través de la planta, para que los procesos fisiológicos de floración, cuajado y engrosamiento del fruto no se vean afectados negativamente.
En el caso de la lechuga, se ha comprobado que con temperaturas superiores a 30ºC puede manifestarse una peculiar fisiopatía, en forma de quemaduras o necrosis en los extremos y márgenes de las hojas, algo que se ha observado también en col china, tomate, pimiento o berenjena, donde ciclos con altos saltos térmicos y elevadas temperaturas, alteran el metabolismo normal de la planta se altera provocando un descenso en los rendimientos.
Estudio acelerado de mejora genética
Con las nuevas condiciones que va imponiendo el cambio climáticos, y son sus efectos acelerándose, los investigadores consideran esencial el desarrollo de nuevas variedades vegetales más resistentes al calor o a la escasez en cantidad y en calidad de las aguas de riego.
Desde Cajamar apuntan que aunque existe una cierta susceptibilidad las alteraciones genéticas, en situaciones de riesgo como la actual “es conveniente seleccionar aquellas que sean más resistentes”. De ahí el interés en el desarrollo de programas de mejora genética que se están abordando; es el caso del proyecto ‘TomGem’ incluido en el programa Horizonte 2020 que financia proyectos de investigación e innovación en la UE, y en el que participa Cajamar, la Ual y otras 17 universidades.
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