Entre esta imagen en blanco y negro y la del Dique de Levante del pasado viernes se han deslizado 97 años. En esta se ven caballeros con sombrero y apenas damas, que parecen esperar algo frente a la sede del Gobierno Civil que estaba entonces en el Paseo; en las fotos del acto de la Cámara de Comercio se ven tantas mujeres como hombres, sentados en vez de estar de pie, pero también como esperando que algo ocurra en el escenario: una frase contundente del perito en trenes García Calvo, una ocurrencia de Cristóbal Cervantes, una broma imbatible de Alvarito.
El almeriense es un tío que espera, que siempre espera algo, aunque nunca llegue: se ilusiona, se desilusiona y se vuelve a ilusionar, así durante décadas. Aunque el agua sea distinta, siempre es el mismo río de Heráclito, el mismo sueño que repite y repite una y otra vez.
El sueño favorito del almeriense es el tren, podía se otra cosa, pero no. Es la emoción de viajar sobre unas vías hasta Atocha o Chamartín y a una velocidad aceptable lo que más ha identificado, como en la serie el Ministerio del Tiempo, a los almerienses del Charleston, del Porompompero o del Reggaeton. Un almeriense es un viajero ferroviario sin raíles, siempre esperando en un andén imaginario, echando por tierra el proverbio de que el que no llora no mama, porque llorar ha llorado mucho y mamar ha mamado poco.
Entre la muchedumbre de la foto de más arriba podrían estar algunos de nuestros abuelos. Corresponde a la mañana del domingo 8 de enero de 1924. Es una manifestación en pro del ferrocarril que aún no se llamaba AVE, se denominaba ‘estratégico’, una ambiciosa línea que iba a unir Torre del Mar (Málaga) con Zurgena y que fue reivindicada por las provincias de Almería y Granada durante casi dos décadas. Nació la idea cuando en 1909, el Gobierno sacó a concurso varios ‘ferrocarriles estratégicos’ en España y uno de ellos fue ese, que planteaba un atrevido trazado por la Alpujarra. En 1910, el ingeniero Francisco Javier Cervantes ya había redactado el proyecto de 493 kilómetros con ramal a Granada, enlazando con la Estación de Almería y con el Almanzora, a través de la Estación de Almendricos.
Transcurría el esbozo de su trazado por la falda de Sierra Nevada, Filabres, Alhamilla, Bédar, Ballabona, con cuarenta túneles y atrevesando varios ríos, con una vía única de un metro de ancho. Durante 15 años, el Torredelmar-Zurgena fue como un mantra, como nuestro AVE Murcia-Almería, hasta que en 1927, el entonces ministro de Fomento, el conde de Gudalhorce, le dio carpetazo definitivo al proyecto y todo quedó en agua de borrajas.
Durante esos años fueron innumerables los mítines que se celebraron en el Teatro Variedades en pro del ferrocarril estratégico y también en la provincia de Granada. Eran asambleas en las que los presentes se insuflaban de ánimo y después acababan marchando, como en la foto, a la Casa del Gobernador, haciéndole salir al balcón y entregándole el alcalde un documento con las conclusiones alcanzadas para que fueran enviadas por telegrama a la Villa y Corte.
En la imagen de 1924, el alcalde era Manuel Hernández Rodríguez, acompañado por el presidente de la Casa del Pueblo, Cayetano Torres y por el representante empresarial, González Matallana, una especie de nuestro actual Jerónimo Parra.
A tenor de lo que ha quedado escrito en la prensa de la época, no eran aquellos próceres almerienses menos reivindicativos que nuestros actuales y a las asambleas solían acudir representaciones de pueblos como Tabernas, Pechina, Lubrín, Alboloduy, Canjáyar, Laujar, Zurgena Cádiar, Bérchules y hasta de Válor, Yegen y Ugíjar, de donde un notario llamado José Antonio Tovar llegaba con una vara de olivo amenazando con romperle las costillas al Gobernador si no demostraba “más virilidad” ante el Gobierno. Hay quien hablaba en esos encuentros de “derramar sangre” si era preciso para que el tren estratégico fuese una realidad y para que las cosechas pudieran venderse en el exterior.
Hubo una empresa, Sociedad Española de Industrias y Tracción Eléctrica, que se interesó por realizar la obra mediante concesión, pero la contumaz aspiración de aquel ferrocarril Torre del Mar-Zurgena con el tiempo se diluyó como un azucarillo.
Como se evaporaron tantos otros proyectos que durante un tiempo esperanzaron a almerienses de distintas comarcas y épocas. Fueron trazados anunciados, dibujados, pero nunca realizados como los del trenecito de Calasparra, María-Tabernas, Almería-Cuevas, Almería-Lorca, Garrucha-Cuevas, Aguilas-Sierra Almagrera, Bacares-Almería, Gádor-Laujar, Fondón-Venta del Olivo por Berja.
Con el tiempo, los trenes de vía estrecha que salieron adelante fueron los que tenían un interés minero como el de Sierra Alhamilla, el de Lucainena a Aguamarga, Bédar-Garrucha o Herrerías-Villaricos.
Si se consiguió abrir en 1892 el tren del Almanzora fruto de las conspiraciones urdidas en el Palacio de los marqueses del mismo nombre para que el Gobierno eligiera ese trazado y no el del Guadalentín y Los Vélez como se planteó en un principio.
El propio ferrocarril Linares-Almería pudo salir adelante principalmente por los intereses de las compañías mineras de la zona del Marquesado y El Alquife. El primer tren llegó desde Guadix en 1895, el mismo año que se inauguró la estación de Laurent Lafarge, aunque la línea se completó un 12 de marzo de 1899, cuando los almerienses dejaron, por fin, de esperar en un andén imaginario.
Nada hizo cambiar tanto y en tan poco tiempo la historia de la provincia -con permiso del aeropuerto y autovías que vinieron después- como ese tren que venía y viene de Linares.
Y pocos hicieron tanto como un banquero catalán de Arenys de Mar llamado Ivo Bosch, que a través de la concesión a su compañía Caminos de Hierro del Sur de España, empeño muchos reales -cuando ningún almeriense lo hizo- para que fuera una realidad, por fin, ver resoplar la locomotora por Los Molinos. No estaría de más que a la memoria de tal personaje, a quien le dieron y quitaron una plaza en el pasado reciente, bautizaran la nueva terminal como ‘Estación AVE Almería Ivo Bosch’.
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