La calle Céspedes es una de esas calles que pasan desapercibidas, medio escondidas en el entramado medieval del barrio de la Almedina. Es una calle estrecha que desemboca en la de Narváez, que aún conserva el alma antigua de la ciudad.
Allí, en el corazón de la calle, se encuentra la vivienda de Lola Salmerón, más conocida como Lola la de los gatos. La casa lleva dos años vacía, desde que los responsables de asuntos sociales decidieron que su inquilina corría peligro y se la llevaron al centro de acogida de las Peñicas de Clemente.
Lola no ha podido regresar a su casa y ahora vive en una residencia de mayores, mientras que la que fue su vivienda durante cincuenta años se viene abajo. La casa no le pertenecía, vivía de alquiler, por lo que el responsable del estado de abandono en el que se encuentra es su propietario.
Este estado de deterioro supone un riesgo para los vecinos de las casas colindantes. Basta con subirse a alguno de los terrados contiguos para comprobar que los muros de la vivienda de Lola están vencidos y que de un momento a otro pueden venirse abajo, por lo que debe de ser el Ayuntamiento el que tome partido para buscar una pronta solución antes de que haya que lamentar alguna desgracia.
No es un caso aislado, son muchos los rincones del casco histórico que sufren el síndrome de los edificios vacíos, casas históricas que llevan varias décadas cerradas. Una casa deshabitada supone un doble problema para su entorno: por un lado porque no tarda en caer en el abandono y aunque sus propietarios se preocupen de vez en cuando por darle un lavado de cara superficial, por dentro, la casa sufre un deterioro irremediable. Por otra parte, un edificio vacío es una promesa de vida que se esfuma y una lastra para el desarrollo del barrio.
Es difícil pasar por una calle del casco viejo sin encontrarse con uno de estos edificios de otro siglo en un estado claro de abandono: fachadas que hace décadas que no han visto una mano de pintura, balcones que se caen y puertas cerradas que anuncian que allí no vive nadie. Casas que por su valor arquitectónico y belleza tendrían que convertirse en el punto de referencia de esta zona de la ciudad, se transforman en todo lo contrario, en claros ejemplos de descuido urbanístico. No es un problema nuevo que haya que achacar a una corporación municipal determinada, sino un mal que viene de lejos y que sigue sin solucionarse.
En el otro lado de la balanza están las iniciativas de particulares que están invirtiendo para rehabilitar algunas de estas viejas viviendas. Un claro ejemplo lo tenemos en la Plaza Muñoz, junto a la calle de la Reina, donde se ha puesto en valor un viejo edificio del siglo diecinueve que ha vuelto a ser habitado tras varias décadas vacío, y ahora se está trabajando, también por iniciativa particular, en la casa de la cochera de caballos de la familia Torres, que llevaba tiempo cerrada.
En la calle Emilio Ferrera, junto a la Plaza Careaga, esta misma semana han estado los técnicos visitando uno de los edificios más antiguos de la calle, con el fin de empezar a recuperarlo en los próximos meses. Es una gran mansión con cuatro ventanales y cinco balcones, que llevaba más de veinte años abandonada. Su deterioro ha llegado a tal punto que en su interior la ruina es ya inevitable. El proyecto que ahora se ponga en marcha tendrá que conservar su espectacular fachada, prácticamente lo único que queda en pie.
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