Un día corría la voz en el barrio de que una vecina había dejado su casa como si fuera nueva, con un toque rayando la psicodelia que se adaptaba perfectamente a los nuevos tiempos. Se había atrevido a dar el salto a la modernidad y cambiar la pintura blanca de toda la vida que cubría las paredes por el papel pintado, ese que anunciaban por la Primera Cadena de Televisión, la única que veíamos, cuando terminaba el Telediario.
El papel pintado entró en nuestras casas como un ciclón, transmitiéndose de boca en boca. Las mujeres iban a ver la decoración que había puesto la vecina y una semanas después nuestros hogares parecían tan cambiados que teníamos la sensación de estar estrenando una casa nueva.
La llegada del papel pintado fue un golpe duro para muchos pintores de brocha gorda de los de toda la vida, que tuvieron que hacer un cursillo intensivo para adaptarse al nuevo oficio, convirtiéndose de la noche a la mañana en decoradores. El que llevaba en el coche el letrero de pintor lo cambió por el de ‘decorador de interiores’, que parecía mucho más completo, como si acabara de terminar una carrera.
En las familias más modestas, a las que no les llegaba el presupuesto para contratar un profesional, el trabajo fue colectivo: la madre, el padre y los hijos se pusieron manos a la obra en aquellos días para revestir toda la casa con la novedad del papel pintado.
Era habitual en aquellos tiempos que cuando una mujer iba a tener un hijo se le diera un buen repaso a la casa para que el niño viniera a un hogar renovado. Nada mejor que el papel de colores para conseguirlo.
El papel pintado cambió la estampa de nuestras viejas paredes desconchadas a las que una vez al año el ‘blanqueaor’ les daba una mano de pintura para combatir la maldita humedad. El papel, sembrado de colores, flores y estampados, llegó con la promesa de quitarnos la humedad y de cambiar el aspecto monótono de nuestras paredes, que se llenaron de vida para adaptarse a los nuevos tiempos.
En Almería hubo dos comercios que destacaron por su apuesta por esta nueva moda. En la calle de Regocijos, la firma ‘Víctor Decoración’, y en la calle Real, ‘Papeles Pintados Real’, con sus escaparates donde anunciaban las tres marcas más populares de entonces: Goya, Colowall y sobre todo, FPD, que era el papel pintado más famoso por aquel anuncio de televisión que nos dejó en la memoria el recuerdo de su estribillo: “Para decorar con buen gusto. La belleza de las nuevas paredes”.
El papel pintado nos decoró las habitaciones y se llevó por delante una costumbre muy arraigada entre los adolescentes de aquel tiempo, los póster del dormitorio. El día que vimos entrar en nuestra habitación a un padre y a una madre ‘armados’ con una brocha, un cubo lleno de cola y varios rollos de papel pintado, comprendimos que la fotografía de nuestro cantante favorito y de nuestro equipo de fútbol tenía que pasar al olvido del cajón.
De pronto, en mi casa no supimos que hacer con la fotografía a todo color de Iribar, el portero del Athletic de Bilbao, que formaba parte de nuestro espacio sentimental, ni con el retrato del Ché Guevara que muchos venerábamos como una religión sin tener ni idea de quién había sido el personaje.l papel pintado formó parte de una época, conviviendo con otras costumbres, con otros detalles que también fueron flor de un tiempo dentro de los hogares. Tan característico como el papel decorativo era el cuadro con la imagen de Jesús que se colocaba junto a la puerta de entrada con un eslogan que decía “Dios bendiga esta casa”, o las figuras de San Pancracio y San Martín de Porres que velaban por nosotros.
El papel pintado convivió con las mesas de camilla que en invierno eran el punto de reunión, en las que se colocaba el brasero que tantas suelas de zapatos se llevó por delante. Todavía teníamos en las casas aquellos viejos interruptores de la luz en forma de pera y manteníamos la tradición de la escupidera debajo de la cama por si había que orinar durante la noche.
En aquella época nos llegó otra moda de fuera que nos servía para averiguar el tiempo que iba a hacer al día siguiente en una época donde el hombre del tiempo del Telediario nunca acertaba con Almería. “Aquí se estrellan los talentos”, solíamos decir cuando la noche anterior nos había contado que iba a llover.
Aquella moda de la climatología nos llegó de Melilla, y era una casa de madera que se colgaba de la pared, con dos puertas en las que aparecía, o un señor con chubasquero o paraguas si se acercaba una borrasca, o una señorita vestida de primavera si venía el buen tiempo.
En aquellos años setenta eran muy frecuentes las visitas y cuando venían se les preparaba un recibimiento en el salón, donde estaba la tele, donde se acababa de instalar el papel pintado. Sobre la mesa nuestras madres preparaban los botellines de cerveza, las patatas fritas de bolsa y el plato de las aceitunas que tanto amenizaban la conversación.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/12/almeria/222243/el-papel-pintado-de-la-vecina