Una semana en Almería me ha bastado para percibir que el follaero que había en el Obispado antes de la primavera está bastante aminorado y que la feligresía habla menos de los líos que por entonces andaban en lenguas de todos. Que si se debían veinte o catorce millones de euros; que si las inversiones habían sido equivocadas, incluso erráticas; que si las obras de la torre de la Catedral eran un disparate; que si el cierre del Seminario… En fin, había para todos los gustos y casi todo era cierto, si bien con versiones distintas y en ocasiones opuestas.
Ahora, sin embargo, están calladas esas voces, y tanto sacerdotes como simples parroquianos alaban la gestión del nuevo pastor, nombrado con el grado de obispo coadjutor, Antonio Gómez Cantero que no ascenderá al generalato hasta la jubilación de Adolfo González Montes, al parecer tan próxima como en el mes de noviembre. Es algo difícil de entender, como es complicada de comprender la política y la diplomacia vaticanas. Con todos los respetos que nos merece el Papa Francisco, muchas de cuyas decisiones están sacando a la Iglesia Católica de las brumas de Trento; con todo respeto, digo, creo que el nombramiento de un obispo con poderes para la misma sede ocupada por otro solo puede contribuir a la confusión y al follaero, aunque monseñor Gómez Cantero está teniendo mano izquierda para que los líos se disuelvan como un azucarillo en un vaso de agua.
Si bien el obispo saliente fue desposeído de la vara de mando, no cabe la menor duda de que la cohabitación por estos largos meses es un caso sin precedentes en la sede de San Indalecio, nada favorable para la imagen de una diócesis integrada por unos setenta presbíteros que materialmente no dan abasto para atender las necesidades de una provincia eclesiástica tan amplia y mal comunicada. La falta de vocaciones que ha dejado vacío el Seminario, abunda en la teoría de que la gestión del pontificado de don Adolfo no ha sido ni mucho menos eficiente. Por lo que procedía haberlo relevado sin más antes de la llegada de don Antonio. Pero doctores tiene la Iglesia.
Un espectáculo
Es de agradecer que la diócesis esté en trance de apaciguamiento y que las lenguas, incluso las de doble filo, no digan ni pio desde hace meses. Porque verdaderamente era todo un espectáculo el escuchar lo que se decía y seguramente se amplificaba en boca de tantos como daban tres cuartos al pregonero, por decirlo en castellano clásico. Nadie debe escandalizarse. La Iglesia está formada por personas con sus virtudes y defectos. La condición humana no es ajena a esos hombres que predican el Evangelio y administran los sacramentos. No de otra forma se puede entender el follaero habido meses atrás con epicentro en la plaza de la Catedral.
Almería tiene una honda raíz cristiana que se manifiesta en la práctica religiosa y en no pocas ocasiones con motivo de las festividades más populares y queridas. Y tenemos también un rico patrimonio de templos e imágenes, un tesoro que fue esquilmado en la guerra civil debido a la incuria y la barbarie de unos desalmados. La fe y la devoción de los almerienses lograron años después reponer parte de los titulares de las hermandades que fueron pasto de las llamas y reconstruir las iglesias que, como la Patrona o Santiago, habían ardido en los feroces años de la contienda que en Almería duró tres interminables años. Ahí están para la memoria histórica nombres indisociables de la crueldad contra todo lo que oliese a catolicismo, entre ellos nuestro obispo, don Diego Ventaja, y el de Guadix, don Manuel Medina Olmos, además de un buen número de sacerdotes, frailes de congregaciones religiosas y seglares creyentes como fue el caso de los miembros de la Adoración Nocturna encabezados por su presidente don Andrés Casinello Barroeta.
En junio pasado me permití la licencia almeriense de calificar de follaero lo que venía pasando en el Obispado y de lo que toda la gente se hacía lenguas. Aclaro para los que no tuvieron ocasión de leer ese artículo, publicado en este mismo periódico, que la expresión es tan de curso corriente entre nosotros como lo fue la peseta y ahora el euro. No tiene el menor carácter malsonante y quien la pronuncia o la escucha sabe muy bien que es terminología habitual en la conversación de los almerienses de toda la vida. Y si hoy la he rescatado es porque, como decía más arriba, compruebo que hay menos follaero en la diócesis conforme el nuevo obispo, por ahora coadjutor, se va haciendo con el mando. Es de esperar que para Todos los Santos, más o menos, solo quede el recuerdo. E incluso que lo haya borrado la implacable máquina del tiempo que nos hace olvidar a veces hasta lo que ocurrió ayer mismo. Con lo que nuestro Obispado, cuyo primer prelado, siglo I, fue San Indalecio, uno de los siete varones apostólicos, habrá vuelto a su histórica tranquilidad. ¡Aleluya!
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