A comienzos de los años 60 el cuerpo de la Policía Municipal no gozaba del necesario prestigio entre la sociedad almeriense. Era un cuerpo tan anclado en tiempos pasados que para presentarse al examen de cabos los funcionarios tenían que aprenderse las Ordenanzas municipales de tráfico de los años de la República, que habían sido copiadas de las Ordenanzas de Bilbao, y en las que se hacía hincapié en la regulación y funcionamiento de los tranvías de mulas, inexistentes en Almería.
Los municipales no disfrutaban de la autoridad de los guardias de asalto y su función, en aquellos primeros años de la década, se centraba sobre todo en asuntos de tráfico, en vigilar a los lecheros de la venta ambulante para evitar el fraude y en perseguir a los niños que jugaban al fútbol en medio de la calle. A veces llegaban a sufrir auténticas vejaciones, como la que vivió un guardia que había sido obligado por sus superiores a pedir perdón al Delegado de Hacienda en Almería, por haberlo detenido en un paso de peatones en el cumplimiento de su deber. El delegado le dijo con voz inquisitoria al guardia: “Usted no sabe quién soy yo”, una frase que se repetía con cierta frecuencia en las calles de Almería. Cualquiera que ocupara un puesto alto en la pirámide social tenía más autoridad que un municipal.
En el mes de febrero de 1964, Ángel Gómez Fuentes fue nombrado concejal delegado de Tráfico y de la Policía Municipal. Su llegada al cargo significó un paso adelante para dignificar el trabajo de los buenos profesionales que formaban la plantilla. Conocedor de la paupérrima situación del Cuerpo y las continuas vejaciones de que era objeto, prometió que conseguiría durante su mandato que fueran los guardias más eficaces y mejor presentados de la Costa del Sol. Era la sociedad en general la que menospreciaba su labor y la Corporación la que los dotaba de escasos medios para desarrollarla.
El propio concejal narraba, para explicar la situación en la que se encontró a la Policía Municipal cuando lo hicieron delegado, una anécdota que le ocurrió al poco tiempo de tomar posesión de la concejalía con un sacerdote muy conocido en la ciudad: “Un día me llama por teléfono un párroco muy amigo mío, y con candor e ingenuidad me muestra la idea generalizada del vulgo sobre las cualidades que deben adornar a un municipal, diciéndome: Ángel, te recomiendo a Fulano para que facilites su ingreso en la Guardia Municipal. El pobre es un inútil y la familia no puede hacer carrera de él”. contaba Ángel Gómez Fuentes.
Otro día, el señor concejal recibió la llamada del Magistrado-Juez de Instrucción, don Salvador Domínguez, presentándole una queja sobre un policía: “Ángel, como vuelva a ocurrir lo de esta tarde, ordeno la detención del Policia Municipal y deduzco la correspondiente responsabilidad contra el Ayuntamiento”, le dijo. Alarmado, el concejal le preguntó qué había pasado, y el Magistrado le respondió: “Casi nada. Que ocurrió un accidente en la calle de Restoy e intervino la Policía Municipal, y hoy comparece un guardia ante mí, con una cuerda de nudos como única referencia del accidente. Ni plano, ni croquis, ni nada. Cada uno de los nudos indicaba la distancia que existía entre la acera y los distintos elementos del vehículo, así como los heridos”.
El señor Gómez Fuentes, quitándole responsabilidad al policía, le dijo al Juez que el pobre guardia no tenía la culpa, pues demasiado hacía ya con aportar una cuerda de su propiedad, “que era mucho más fiable que los instrumentos que le facilitaba el Ayuntamiento, el pie y la cuarta”.
Los recursos materiales que tenían a su alcance los municipales eran tan escasos y anticuados que hasta una porra nueva parecía un adelanto moderno. Para perseguir a los delincuentes estaban dotados de cuatro Vespas pasadas de rosca, cansadas ya de tener que soportar la carga de dos guardias sobre sus lomos. La estampa de los municipales sobre la Vespa provocaba risas en los ciudadanos, sobre todo en la chiquillería de la época, que con tanta facilidad los esquivaba y los burlaba cuando eran perseguidos.
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