Estaba yo el pasado sábado en la Puerta de Carmona con mis buenos amigos Manolo y María José esperando la llegada de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder, que iniciaba sus salidas a tres barrios marginales de Sevilla, dentro de un programa divinamente diseñado por su Hermandad que habría de llevar la esperanza del Señor a otras tantas parroquias y a sus gentes. Y mientras aguardábamos que apareciese la cruz de guía en esta singular semana santa del cálido otoño hispalense, se me ocurrió pensar si los almerienses podríamos sacar a nuestro Cristo de la Escucha a visitar alguna de las barriadas más menesterosas, verbigracia La Chanca, Los Almendros, El Puche…
Una impresionante riada humana bajaba arremolinada en torno a las andas que portaban la escultura de Juan de Mesa, posiblemente el Cristo más humano y auténtico de la historia del arte religioso. A su paso se hacía el silencio, en medio de la bullanguera aglomeración de miles de personas, como si las masas fueran tocadas por la magia del espíritu sereno que irradia la portentosa figura de Jesús con la cruz a cuestas. Bien es verdad que Sevilla sabe vivir estos momentos con fervor y recogimiento. Pero también es verdad que la faz del Señor de San Lorenzo impone con su mirada una especie de ley no escrita que manda callar cuando sus zancadas se abren paso entre el gentío. Lo vemos cada madrugada del Viernes Santo, y ha sido verdaderamente prodigioso revivirlo en este luminoso mediodía del mes de octubre.
Es una gran iniciativa de la Hermandad del Gran Poder programar estas tres visitas a las parroquias de la Blanca Paloma (Los Pajaritos), la Candelaria –que se está celebrando hoy- y Santa Teresa (barrio de Amate), última estación el próximo día 30. Tres sábados para una Santa Misión que está poniendo en ebullición la devoción de todo un pueblo en torno a su fe y sus tradiciones más queridas. La elección no ha sido casual. La Hermandad ha elegido estos tres barrios marginales de Sevilla para llevar a sus humildes iglesias al Señor que más sentimientos despierta en la ciudad y en medio mundo. Porque la devoción al Gran Poder se extiende por el entero Planeta y podemos encontrar réplicas de la obra de arte de Juan de Mesa en los lugares más insospechados de la Tierra. Es un acierto, repetido tres fines de semana, el traslado de la imagen a otras tantas barriadas para mantenerla en sus templos durante toda una semana en la que hombres, mujeres y niños puedan sentir de cerca el pálpito de esta representación del Señor, a mi juicio la más impresionante de cuantas nos hacen revivir la pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo. “Y entonces verán al Hijo del Hombre que viene en una nube con poder y gran gloria” (Lucas, 21:27).
No puedo olvidar aquellas madrugadas del Viernes Santo a las puertas de la Catedral de Almería esperando con contenida emoción la salida del Cristo de la Escucha, talla de Jesús de Perceval que reemplazó a la que en la guerra fue quemada por manos asesinas. Y el itinerario por el casco viejo y el Paseo rezando un Vía Crucis que se despedía con las primeras luces del alba y, cómo no, con el desayuno con churros en el Café Colón. Cientos de almerienses en torno al Cristo emparedado de la leyenda que tanta devoción despierta y tantos recuerdos nos trae a todos. Por eso, acaso no sería mala idea imitar a la sevillana Hermandad del Gran Poder y pensar en la organización de una salida extraordinaria del Cristo que preside en la Catedral la capilla donde está la sepultura del Obispo Villalán. La respuesta de los almerienses se puede dar por descontada. Y la Hermandad y el Obispado tendrían que decidir a qué barrio, el más humilde entre los humildes, se dirigiría esta procesión fuera de su tiempo a la búsqueda de devociones también fuera de su lugar.
Tanto han cambiado los tiempos, las costumbres y seguramente los hábitos religiosos que a nadie le parecería una osadía esta peregrinación de nuestro santo y seña de la Semana Santa a las zonas de la ciudad a las que nunca acudimos y que tan necesitadas están de solidaridad y consuelo. El ejemplo que está dando la junta directiva del Gran Poder merece ser valorado por sus más que probables benéficos dones espirituales en medio de una sociedad desconcertada tras el latigazo físico y moral que ha representado la pandemia de la que no acabamos de salir. Mirarnos hacia dentro y recuperar lo más íntimo de nuestras creencias y tradiciones sería, en definitiva, la mejor manera de crecer como colectivo social y como gentes de fe. El Cristo de la Escucha en las calles, a plena luz del día, en silencio y a hombros de sus hermanos y devotos perfilaría una imagen imborrable para las generaciones presentes y por venir.
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