Cinco minutos enteros de aplausos -300 segundos- que cortaban el aire; cinco minutos, lo que es un café, en los que Almería no ha cesado de aplaudir a un notable de la provincia cuando ha salido al escenario del Maestro Padilla. Sería difícil merodear por las hemerotecas y encontrar una salva tan sostenida, tan verdadera de reconocimientos. Quizá el alhameño Salmerón en algún mitín del Círculo Mercantil, quizá Juan Rojas cuando metió el gol del ascenso. Pero no es seguro del todo. Amaneció ayer Almería con nervios en el estómago por la visita del Monarca, al mismo Auditorio que inauguró su padre, el campechano, hace muchos años. Y se fue animando la mañana frente a la estatua del maestro almeriense de la música, con gentes de todas las edades, tras una valla metálica en la que brillaba alguna bandera rojigualda. Pero no demasiadas. Ya no es el mismo furor que despertaba su padre, cuando venía a Almería, cuando vino por primera vez en 1991 y la ciudad se paró. No es igual, son otros tiempos, menos claros, menos llanos para un Borbón.
Olía a mistol la entrada al Auditorio, como si acabaran de fregar, y accesos restringidos desde una hora antes. Eso es lo que nos distingue a los catetos de Almería o de Albacete que si hay que ir al cine llegamos con la hora pegada al culo, pero si viene un rey estamos una hora antes. Algunos le llamaban puntualidad anticipada. El protocolo de la Casa Real montó una suerte de accesos de la terminal de Barajas donde había que depositar todo en una bandejita como en los aeropuertos antes de embarcar. Y fue llenándose el recinto de la elegancia personificada, de trajes, de corbatas, de charol, de alguna lentejuela que otra, fue llenándose del 'Todo Almería', como corresponde a una visita real. Y llegó Felipe VI -todos los sextos son buenos- sin Leticia, pero con Yolanda Díaz, la vicepresidenta, de blanco inmaculado, esbelta como una de las palmeras que empezaba a esa hora del ángelus a azotar el viento que entra por el Cañarete. Llegó el soberano y saludó a las altas instancias provinciales antes de encaminarse al Auditorio bajo el cielo azul y las gaviotas graznando desde arriba. Allí lo esperaba Francisco Martínez-Cosentino Justo (en adelante Paco), el protagonista de toda esa tramoya. El auditorio a reventar de empresarios, de amigos, de familiares, de gente que quiere a este self-made, a este diamante de la empresa. Quién ha creado de la nada 5.000 empleos. Todo lo demás sobra. 5.000 familias que viven gracias a su ambición, a su carácter tan poco acomodaticio. Viva el rey exclamó alguien rompiendo el silención ¡viva! repitió el público como en el responso de una Misa.
Inauguró el acto del Premio Reino de España -que suena a guerras medievales con los moros, las misma que siguen ahora pero por el tomate- el alcalde anfitrión quién dio la bienvenida a don Felipe y que dio paso a un video entrañable de los Cosentino, de Paco, sus hijos, sus hermanos, sus empleados. Y después fueron desgranándose los discursos del presidente del Círculo Vasco, José Galíndez, quien recordó la vergonzosa cifra de 600.000 jóvenes españoles en paro, la laudatio de Carmen Riera, la presidenta del Jurado. Hasta que subió la escalerilla y se apostó en el atril Paco, con la voz ronca como siempre, con el ademán pausado, con los ojos brillantes de la emoción, con el recuerdo de sus seres queridos, de su madre Eduarda, de sus socios en la empresa y en la vida. "Quiero decir algo muy en serio". Y habló de sus buenos recuerdos como maestro del Clot en Cataluña y se refirió a Pérez Reverte y a los tercios de Flandes. "Unidos los españoles somos más fuertes". Habló de las personas, Paco, y de la formación profesional, su tema predilecto y de sus tres ruinas, que son ya como de su familia. Habló del agua y del Corredor Mediterráneo. "Es inaceptable la incomunicación de Almería", dijo mirando a los ojos del sucesor de Juan Carlos y de la representante republicana del Gobierno de la Nación.
Y después habló Yolanda, la vicepresidenta, rubia como una espiga, acordándose de su paisano el poeta gallego Valente, de su azotea estrellada de su Casa de Almería. Saltó después al escenario el presidente de los andaluces, Juanma Moreno, quien se refirió a Paco como "patrimonio de Andalucía" y como "un gran hombre, un buen hombre".
Y rubricó el soberano de España, al que un asistente vestido de militar le retiró la tarima, porque ninguna falta le hacía con casi dos metros de altura para llegar al micrófono. Habló de los predecesores de Paco en este premio a la trayectoria empresaria, habló de Almería como "esta tierra querida". Habló con frases redondas desde su altura, con el verbo y el sujeto medido, como más pausado que su padre, más formal, pero despertando, quizá menos fervor. Aunque al final, alguien volvió a gritar ¡Viva el rey!, aunque al final todos los que estábamos allí en este viernes de halloween sabíamos que el protagonista no era su Alteza, sino un macalense llamado Paco, 'Sir Paco'. Faltó, por eso, un ¡Viva Paco! desde el auditorio, aunque los cinco minutos de aplauso sostenido no se los quita ya nadie, ni Salmerón. Porque nadie ha sido en Almería nunca capaz de tanto. Y si lo ha sido que levante la mano.
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