La reivindicativa carta de un estudiante almeriense en defensa de la Filosofía

Una reflexión sobre la ausencia de la Filosofía o cómo “sofía” me salvó la vida

La Filosofía nos ofrece la capacidad de pensar, de dudar, de cuestionar.
La Filosofía nos ofrece la capacidad de pensar, de dudar, de cuestionar. La Voz
Pablo Catalicio Ortiz
07:00 • 08 nov. 2021

Soy un estudiante de bachillerato de un pequeño instituto del interior de Almería. 



Hace semanas que vengo escuchando que quieren eliminar del sistema educativo la asignatura optativa de Filosofía en la educación secundaria. Inevitablemente, he recordado con nostalgia mis primeras andaduras en este arte del amor por el saber.



Conocí la Filosofía de la forma más remota posible y a una edad relativamente temprana. A pesar de que soy un escéptico nato y dudo de todo lo que me rodea desde que recuerdo tener uso de razón, mi amor por la Filosofía se remonta, casualmente, a marzo de 2020. Ese terrorífico mes que nos trajo tan malas noticias a todos.



Mi hermano mayor, era, por aquel entonces, estudiante de segundo de bachillerato en la modalidad de ciencias sociales. 



Recuerdo que durante un par de semanas, cada tarde, se sentaba al escritorio con cara de frustración e intentaba responder varias preguntas de una disertación del superhombre nietzscheano que le generaba cierta frustración. En alguna ocasión le pedí, simplemente, estar a su lado mientras respondía las preguntas. E intentaba, totalmente fuera de contexto, buscar un proceso lógico a todo aquello que él iba haciendo. Me di cuenta de que amaba irracionalmente lo que hacía en aquel momento. No tenía ni idea de quién era Nietzsche. Ni mucho menos de qué era ser un superhombre. Pero sabía que amaba estar preguntándome cómo podríamos hacer de nuestra vida, aquella que estaríamos dispuestos a reiniciar infinitamente.



Desde entonces comencé a leer Filosofía. Algunos libros de la historia de la Filosofía sintetizada, y algunas autoras como Zambrano y Beauvoir. 



Conseguí que el curso siguiente, la optativa de filosofía en la ESO, resurgiera en mi instituto. Y que a varios de mis compañeros les despertase cierta curiosidad.



Me di cuenta de que me fascinaba la idea de poder vivir de hacer aquello. De pensar, de dudar, de cuestionar. En resumen, me di cuenta, de que la Filosofía era la puerta directa a sentirme realizado. Que existía el trabajo perfecto que de pequeño siempre había imaginado: vivir enseñando a amar aprender. 


Quiero estudiar Filosofía. Quiero ser profesor de Filosofía. Y escucho recurrentemente que todo es una utopía y que jamás podré llegar a vivir de ello. 


Siempre he odiado que tapien el futuro laboral por adelantado. Porque desde que conocí la Filosofía, nunca he dudado de mí, de mi ambición, de mi vocación, y de que podría llegar a ser lo que aspiro a ser.


Y tristemente, ahora sí que tengo miedo


Miedo a que sea el sistema el que me arrebate toda posibilidad de ser quien quiero ser. Porque no se puede ser profesor si no hay alumnos.


Miedo de ver cómo coartan la poca esperanza que tenía en el desarrollo del pensamiento crítico de los individuos que me rodean.


Miedo de que se cuestione la importancia de lo que nos ha estado alimentando durante siglos.


Miedo a que la Filosofía tiemble.


Miedo a pensar que aquello que me salvó la vida está pendiendo de un hilo y ahora yo no puedo hacer nada por salvarla.


Hoy pongo el grito en el cielo y ruego, visceralmente, que rescatéis aquello último que puede salvarnos de la perpetuidad en la caverna y la esclavitud de lo impuesto.


Salven la Filosofía. Háganse un favor.


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