Dentro de unos días, cuando un jubilado del centro histórico tenga que cobrar la pensión tendrá que bajar con el gallao al Paseo o llegar hasta el Parque. El próximo mes de diciembre cierra la última oficina bancaria de eso tan difuso que llamamos ‘casco viejo’, que será el último eslabón de una cadena de clausuras que se llevan repitiendo desde hace una década. Lo único positivo de este cerrojazo de la oficina de Cajamar (cuyos clientes serán adscritos a la del Parque) en la esquina entre la calle la Reina y la calle Hospital, junto a lo que será el futuro Museo del Realismo, es que será el último, porque ya no habrá ninguna entidad financiera más que enterrar. Todas habrán muerto.
Entre ellas, la sucursal que había de Cajamar en lo que ahora es El Quincho, en el inicio de la calle Lope de Vega; la de Unicaja en el inicio de la calle Almedina, que luego se trasladó a Pedro Jover y también fue clausurada; la de la Plaza Pavía; la de la calle Trajano; y la del Santander en el Parque, junto al bar Corona.
La tendencia de las entidades financieras en los últimos tiempos es a reagrupar servicios en oficinas más grandes y más generosas de personal y así es como se explica el alto número de oficinas de barrio cerradas en estos años. Pero sería un error no dejar en el centro histórico al menos un humilde cajero para las personas con dificultades de movilidad y con limitaciones por la edad para operar con banca electrónica.
El Centro Histórico se muere sin remedio. Parece ley de vida y no parece que vaya a ocurrir nada para evitarlo. Allí no nace nadie, solo muere gente. La Asociación de Magdalena Cantero y el resto de socios luchan por evitar que el distrito se apague del todo como una lamparilla, como cuando consiguieron una oficina postal tras años de quejas. Pero por una caricia, reciben dos bofetadas.
La vida del centro, lo que se entiende por vida -no la jarana de los bares del fin de semana, ni los actos litúrgico, ni el trasiego de turistas del Imserso preguntando dónde hacen migas- se agota, porque no quiere vivir nadie allí. Solo los viejos, porque no tienen otro sitio donde ir. Las nuevas familias almerienses se van a la Vega o al Paseo Marítimo, a casas con jardines y terrazas soleadas. El Centro no lo quiere nadie de lunes a jueves, solo Carrete para vender lotería.
La última zapatería que se abrió fue en tiempos en los que el alcalde era el abuelo del actual. No hay tiendas de ropa, no hay bibliotecas, ni campos de deporte, solo esporádicos robinsones como Cobos, el de los electrodomésticos, los Zamora de la Ferretería, Valero el de la Papelería, Carreño y Lola como tiendas de comestibles. Y peluquerías, muchas peluquerías, eso sí: en la calle Pedro Jover se pueden contar hasta una docena de 'barber shop' de punta a punta. Y bares, muchos bares, de eso no falta. Porque el Centro se ha convertido en eso: en un parque temático de la caña y la tapa. Como una especie de Port Aventura de Almería donde los residentes a veces se sienten como actores y extras en la ciudadela de Patton, como parte del paisaje de un Show de Truman: ahí está el guía explicando a diario que la peluquería de Bisbal es de un pariente del célebre cantante; ahí está Casa Puga con la plancha llena de champiñones como si siempre fuesen los mismos; ahí está la tienda de las bragas en la calle Las Tiendas, que parecen siempre las mismas bragas, y Antonio el del Amalia, que parece como si siempre sirviera el mismo Americano desde su bisabuela.
El Centro Histórico se ha convertido en un barrio tópico más que típico, un barrio donde el resto de almerienses vienen buscando lo que quieren pegados a una barra para luego regresar a su Vega, a su Rambla, a su Oliveros, a su Ciudad Jardín.
Hubo un tiempo en el que ‘cuando el Centro de Almería era el Centro de Almería, el Paseo era su alquería’, cuando las principales avenidas eran la Rambla de Gorman (calle La Reina) y la calle Real. Ahora la sangre nueva bulle en otros ambientes, junto a pistas de pádel y amplias avenidas, mientras que en el Centro histórico se llena de obras y agujeros como el del Paseo de San Luis, el del Bahía de Palma, como buscando eternamente el tesoro de los moros, mientras las viejas casonas de la Plaza Bendicho, de Braulio Moreno, de la Plaza Granero, por ejemplo, acumulan una herrumbre de siglos o se caen directamente abajo, como tras un bombardeo en Siria, sin contemplaciones, como el arco que da a la calle Real, que lleva cortado al tránsito ciudadano desde hace medio año y para el que hay la misma prisa en recuperarlo que para despejar la calle Mariana, por ejemplo.
Más trenecitos que autobuses
El Museo del Realismo en el Hospital y la remozada torre de la Catedral traerán más turistas al barrio, pero no más familias jóvenes que es lo que el centro necesita. Nadie quiere ir a vivir al centro porque no ha servicios, no hay comercio y sobre todo no hay donde aparcar. Tras cerrar el párking de la calle Real, urge que abran el de la calle Arráez que promueve el Ayuntamiento para residentes. Y urge más transporte público en un barrio donde el Trenecito pasa más veces que el autobús.
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